Vamos a ponerlo en pocas palabras, Homomelodramaticus…o lo que nunca dijo Pedro Infante es el show de Diego Llamazares.Una comedia de ensamble que no termina de ensamblar, y que hace de Llamaz su quarterback y jugador más valioso. Y vaya que es increíble verlo hacer lo que se le antoja con su personaje. Aunque ése no es realmente el punto de la obra.
Interesante en concepto, Homomelodramaticus viste el Círculo Teatral de simposio. Una larga mesa es el escenario para que un grupo de expertos -maestros- en la trilogía de Nosotros Los Pobres de Pedro Infante se reúnan para discutir los pormenores del melodrama como género, y de la película de 1948 como representante de una idiosincrasia que trasciende la pantalla para retratar a un México lírico de una época nostálgica.
No hay más, eso es la obra. Uno a uno, cada maestro expone su tema de divertida manera como en una conferencia de tintes explosivos, rompiendo la cuarta pared haciendo al público partícipe de este universo en el que todos estamos ahí para escuchar del tema que atañe a los grandes apasionados del cine de oro mexicano.
¿Qué pasa con Homomelodramaticus que no termina por ser la comedia que te tiene riendo a carcajadas por hora y media? Que hay desequilibrio, arritmia y unidimensionalidad.
El elenco no es parejo en términos de carisma cómica. Todos lo intentan y se prestan al ridículo y a escarbar en la farsa, pero no todos encuentran en su personaje ese detalle del que se pueden colgar para hacerlo grandilocuente de manera hilarante. Y hay un problema en la dirección de Pepe Carmona e Iván Sotelo que mantiene a los siete actores en escena repitiendo el mismo circuito de actuación a pesar de que, técnicamente, tienen personajes con motivaciones y por tanto reacciones distintas.
Si Homomelodramaticus fuera un electrocardiograma, la gráfica de cada personaje se vería idéntica. Todos comienzan con una introducción de manera semi modesta, pasan a hablar de su tema en un notorio in crescendo, que los lleva eventualmente a perder los estribos en un arranque apasionado de exposición, a caminar alrededor de la mesa en un trazo repetitivo, para eventualmente tranquilizarse, regresar a su centro, sentarse y permitir que el siguiente vuelva a repetir la exacta misma rutina.
No hay sorpresa. Es perfectamente predescible lo que van a hacer cada uno, y las personalidades de los siete no están lo suficientemente delineadas y perfeccionadas con cincel como para que sus diferencias los vuelvan actos novedosos. Todos están, un poquito, cortados por la misma tijera. Incluso en términos de gesticulación, la mayoría de ellos están dirigidos a repetir movimientos que les quitan lo único y especial a cada personaje. Los homogénean. Para ser una obra que se burla del esteretipo y la tipificación, acá falta mucho de eso para que el comentario tenga un sentido meta.
De esa masa de ingredientes similares, hay un par que se safa a momentos para hacer muy suya la escena. Diego Llamazares es el ejemplo perfecto. Es el único de todos, que antes de la tercera llamada tiene un personaje clarísimo. Desde el físico y hasta la voz, Llamaz te deja saber quién es antes siquiera de que llegue su turno de hablar. Y para cuando sucede se adueña del teatro y aprovecha momento tras momento para no dejar caer la comedia un sólo segundo (incluso cuando le toca improvisar por problemas técnicos). Su segmento es grandioso y cuando participa de manera mínima en los demás, de inmediato levanta el ritmo del montaje. Tiene colmillo y en esta obra eso es esencial.
Lalo Siqueiros hace lo propio con un personaje también detallado de manera redonda. Cuestionable en el hecho de que se repite de trabajos pasados, y es fácil verlo regresar a Urinetown o Pedro Melenas de modo que pierde el factor sorpresa. Un cambio vocal hubiera podido ayudar mucho a que su trabajo se sintiera nuevo, pero más allá del throwback a lo que ya sabemos que puede hacer, es claro que tiene un personaje desarrollado de principio a fin y lo usa a su favor, con el pequeño conflicto, de que no siempre rebota la pelota cuando la lanza a otros de sus compañeros. Cosa que lo deja a él jugando solo contra la pared.
Los otros cinco personajes están más amalgamados. Todos tienen momentos que funcionan y caen en un lugar muy preciso y consiguen grandes risas del público; pero todos eventualmente también tropiezan con el timing y el crecer sus personajes a un lugar donde la sobreactuación no se los coma para volverse caótica y demasiado estridente como para ser graciosa.
Hay algo en sus paradigmas que no termina de ser aprovechado. Tienes a Gina Gran B jugando un papel más conservador, que podría ser la tía atacada y mocha (guadalupana, si quieren, tomando en cuenta que la referencia es Pedro Infante) pero que sus directores dejan flotar en medio sin realmente estirar la liga de lo que haría a ese personaje gracioso. Lo mismo le sucede a Luisa Rodríguez, un personaje que tendría que ser una bombshell, una María Félix con ínfulas de diva recargada en su sexualidad, que se pierde por completo entre las personalidades más grandes y no llega a ningún lugar.
Hay una malentendido en el montaje. En el creer que si todos gritan y enloquecen entonces están haciendo personajes llenos de vida, y no. Cosa que se demuestra con el becario de la obra: Pablito. Un instrumento del elenco que sólo está presente para ayudar a los demás, y no tiene un sólo diálogo, y su presencia termina por ser mucho más encantadora que la de alguno de los panelistas que lo están intentando demasiado. Less is more.
El texto es sin duda divertido, y los trabalenguas que le toca decir a Carlos Rodea, que es un apéndice a la obra como moderador de la conferencia, son sumamente graciosos -y él lo es también sin duda, sin jamás irse a lo enorme, él es clásico, sencillo y necesita más. Las referencias son correctas y actuales. Cosas que podemos identificar y a estas alturas reír con ellas, aún cuando el chiste hable del éxito de Gayosso en 2020 como negocio. Funciona. La adaptación al texto de Ignacio Flores de la Lama está pensada para un público de hoy que igual se va a reír cuando imitan a Cachita que cuando hablan de Belinda.
Pero ese ritmo necesita tempo y la obra rumbo. ¿Qué nos quiere decir Homomelodramaticus? Honestamente, no mucho. El sketch es entretenido, pero hace falta convertirlo en obra. Decidir el mensaje. ¿Qué quieren que se lleve el público más allá de «me la pasé bien un rato»? Y orquestar a sus actores. Todos talentos y todos en otros proyectos han demostrado que la comedia puede ser su fuerte. Sólo necesitan dirección y ensamblaje. Entender que lo gracioso no es pegarle a una mesa, pero el por qué le pegas, y qué viene después. En Homomelodramaticus parece que la comedia se queda en la acción, que no pasa del gag visual, y hay una sensación continua de estancamiento.
¿Divertida para pasar el rato? Sin duda. Y para los amantes del cine de Pedro infante, más, que seguro encontrarán mil referencias que van a hacer del texto uno aún más personal. Pero ese elenco requiere ser exprimido hasta su última gota. Porque no es cualquier grupo de personas. Es el conjunto de actores jóvenes que se han destacado como favoritos del público, y esta obra se tendría que sentir como un momento Avengers, no un mero encuentro de nombres llamativos sentados esperando su turno.