No sabía que lo devastador pudiera maridar también con lo hermoso. Ahora con Incendios lo sé. Y no me la puedo quitar de la cabeza.
Escrita por el libanés Wajdi Mouawad, quien en su infancia vivió la Guerra Civil de Líbano, antes de huir con su familia a Montreal, el poderosísimo texto de Incendios que ha cambiado vidas en varios continentes, no es ni remotamente la primera vez que se presenta en México; pero sí es verdad que esta nueva versión en el Círculo Teatral, dirigida por José Sampedro (Los Últimos 5 Años) presume a un elenco notoriamente más joven (en sus 20s) que cualquier otro montaje.
Cosa que, si somos honestos, tenía preocupados a varios fanáticos asérrimos del texto original y la producción de Hugo Arrevillaga para el Foro Shakespeare.
No hay necesidad de preocuparse, lo que la compañía Parvada hace con el texto de Wouawad es igualmente impresionante, brutal, flameante y verdadero que cualquier otra con talento. Y no es lo escrito en la dramaturgia, porque es cierto que el texto de Incendios habla por sí solo, pero en las manos equivocadas, como cualquier otra obra, podría fácilmente venirse abajo; especialmente con una historia que contar que requiere rascar en las emociones más dolorosas y vulnerables que tiene un ser humano en su sistema.
Contada con el mínimo de elementos, en un largo pasillo a tres frentes y con una iluminación tenue que va cambiando de lo cálido a lo frío de acuerdo a los tiempos del relato, Incendios nos presenta dos historias simultáneas sucediendo en décadas y países distintos.
Por un lado «los gemelos» (Rodolfo Zarco y Sharon Ayón) revciben la noticia de la muerte de su madre, Nawal. Una mujer que nunca les mostró suficiente aprecio y que los últimos años de su vida vivió reclusa sin hablar palabra, por lo que los gemelos le guardan un cierto rencor, que encandece cuando el abogado y amigo de Nawal (Enrique Arce) les explica que el último deseo de su madre fue que buscaran a su padre y hermano y le entregaran a cada uno una carta. Padre que ellos creían muerto, y hermano que no sabían que existían.
Por el otro, Nawal (Ana Guzmán Quintero) se enamora jóven en un Líbano en guerra y el bebé de su relación con un hombre de otro pueblo le es arrebatado en una cubeta. Aconsejada por su abuela a aprender a leer, escribir, contar, hablar y pensar, y huir de su lugar de nacimiento, sólo para regresar para poner su nombre en su tumba, Nawal crece y desaparece, pero termina arrastrada al mismo país en guerra años después, donde al lado de «la mujer que canta» (Lucía Madariaga) vive los horrores de una cruel batalla y se involucra peligrosamente como disidente.
Impulsada por la curiosidad de una mamá que aparentemente no conocía, su hija comienza la búsqueda por el padre y hermano perdidos, sólo para encontrarse con que cada paso que da, desentierra un pedazo de la historia de Nawal que jamás se le fue compartido, y que evidencia que su madre no era ni remotamente la mujer que imaginaba. De manera dolorsa los gemelos rastrean el pasado de Nawal para descubrir una historia inhumana que no tiene forma de no partirte el corazón en pedazos.
Sampedro hace un perfecto trabajo de contención en un texto que mantiene a varios de sus actores en estados de agitación emocional constante. Pero es precisamente con Ana Guzmán Quintero con quien consigue trancazos brutales de vulnerabilidad y quiebre. A su muy joven edad, Ana interpreta la vida entera de Nawal, que en otras producciones fuera de México normalmente harían tres distintas actrices, y que Arrevillaga fue el primero en cerrar a una sola con su versión, con una madurez digna de actrices mucho más experimentadas que ella.
Lo que uno ve en su mirada, lo que uno escucha en su voz es sentimiento a flor de piel, es emoción real, no hay pisca de farsa en sus palabras, en sus ojos. Y Mouwad la enfrenta una y otra vez en las 2 horas y 40 minutos de obra a venirse abajo y tenerse que levantar sola, creciendo y evolucionando frente a nuestros ojos, de modo que para cuando llega a sus últimos monólogos en los meros 15 minutos finales de Incendios, lo que tiene que decir es una bomba que te deja temblando en tu asiento. Definitivamente una de las mejores actuaciones que me ha tocado ver en un teatro, y mucho más viniendo de una mujer que no ha siquiera rascado sus 30.
Mi ovación de pie fue para ella, pero no por eso quiero decir ni remotamente que el resto del elenco le pasa por debajo. Lucía Madariaga describe una brutal escena de matanza que prácticamente puedes revivir en su narración de una manera crudísima, y hace un trabajo sólido y fascinante; César Antulio, que realiza a varios personajes, pero uno con especial importancia para la obra, pasa de pueblerino a sicario con absoluta fluidez con toda la capacidad de provocar que se te revuelva el estómago; Rodolfo y Sharon empiezan en lo alto, destrozados por el secreto de una madre cuyo amor nunca sintieron, y durante toda la obra van sanando y sangrando poco a poco, y es hermosa la química entre ambos; y Saúl Villa, que también transita en varios personajes consigue momentos de absoluta inocencia en un mundo que insiste en verlo crecido demasiado pronto, y otros, cuando le toca ser prisionero, de miedo y ansiedad contagiosa.
El único que, para mi gusto, llega a salirse de manera extremosa del tono de la obra es Enrique Arce. Encargado del comedy relief del montaje, Enrique no logra balancear del todo la importancia de su personaje, quien finalmente es la ficha de por medio entre los gemelos y Nawal, y la simpleza de su humor y falta de filtros; y aunque no le sucede en todo momento, sí llega a caer en una caricatura boba fuera de lugar dentro del dramón que ha montado Sampedro donde la comedia física (como el caminar gracioso) no tiene lugar.
Fuera de ese detalle y un par de imprecisiones en el manejo de la consola de luces, que tristemente en mi función, no fueron lo puntuales que el diseño de Iván Sotelo requiere para llamar el ojo a los momentos vitales, y pintar de manera estética un espacio que fuera de algunos trapos que hacen la función de vestuario está completamente vacío de props y elementos escenográficos, y por tanto, es básicamente lo único que tiene para estilizar la puesta, Incendios es perfecta.
Es cierto que también es un trago amargo. Dulce en el experimentarlo montado de una manera tan correcta, al que se le siente el corazón puesto en cada trazo, cada diálogo por parte de todos los involucrados, pero rasposo en poderlo pasar por la garganta sin sentirte desarropado en el proceso. Que es en gran parte la función del teatro. Tocarte, desubicarte, moverte, alimentarte y descabellarte. Incendios logra todas las anteriores.
Un texto que por supuesto habla de los horrores de una guerra que, de acuerdo al lugar de nacimiento de Wajdi Mouawad sucede en Líbano, pero es perfectamente transportable a gran parte de Medio Oriente; pero que a la par de abrirnos los ojos a la brutalidad inhumana de un conflicto bélico, que además duró prácticamente 20 años, no deja de hablarnos de amor. No deja de cerrar con una nota de amor. El amor de madre, el amor de sangre, el primer amor.
«Ahora que estamos juntos todo estará mejor» es el gran lema con el que Incendios te deja en la punta de los labios. El significado es tuyo para descubrirlo, pero es bello pensar, que en una obra hilada por la tragedia, sea el corazón el que termine latiendo más fuerte que la explosión de una bomba.
Incendios se presenta los martes a las 8:00pm en el Círculo Teatral.