Basada en un acontecimiento real, Indecente es una obra que te rompe el corazón de manera bella y perfectamente pulida, pero más allá de una trama que comienza con una puesta en Yddish, que pone a la comunidad judía en Polonia de cabeza, y transita hasta el Holocausto cuarenta años después y hacia un futuro repleto de posibilidades, lo hermoso de este texto de Paula Vogel es que nos recuerda que el teatro es vida, es sueños, es pasión, amor y supervivencia. Y Cristian Magaloni (director) lo entiende perfectamente y lo que nos regala es una carta de amor al teatro, un pedacito del alma que habita sobre los escenarios.
Nominada a tres Tonys en su -bastante reciente- corrida en Broadway en 2017, incluyendo Mejor Obra, Indecente es en el universal la historia de una comunidad, en lo particular, la historia de una compañía teatrera, y en el corazón la historia de un texto inmortal.
A inicios del siglo pasado, Sholem Asch escribió El Dios de la Venganza, un texto sobre una jovencita judía, hija del dueño de un burdel, que se enamora de una de las prostitutas del local para huir con ella. La obra fue recibida por el gremio judío de novelistas y dramaturgos en Polonia como una blasfemia, no sólo por el acto de amor entre dos mujeres, pero tachado de antisemitismo por el reatrato de judíos problemáticos y defectuosos, y el manejo controversial de la Torá.
En el escenario, un grupo de 7 actores y 3 músicos, representando a varios personajes, entre ellos, actores y músicos, van caminando la historia de El Dios de la Venganza, que después de ser producida por un ajeno al teatro que se enamora profundamente de las palabras de Asch, Lemml, tiene una exitosa vida en varios países europeos, incluyendo Berlín, donde sus dos protagonistas, Dorothy y Ruth se enamoran dentro y fuera del escenario; pero que cae en desgracia al llegar a Nueva York: primero porque debe ser interpretada en inglés, y Ruth no lo habla, segundo porque el texto original de Sholem es destazado y censurado cambiando el significado de la puesta original, y tercero porque luego de ser acusados de faltas a la moral su elenco entero es arrestado el día de su estreno en Broadway.
Peor aún, el mismo Sholem Asch es incapaz de defender su propia obra, viviendo ahora en Staten Island, no sólo por una barrera del idioma que lo hace sentir bruto, pero porque ha viajado recientemente a Europa donde ya comienza a haber dominancia nazi y las cosas que ha visto que suceden en la comunidad judía lo tienen atormentado.
De regreso en Polonia, luego de no encontrar refugio en Nueva York, Lemml y la tropa de actores, junto con otros más que se van sumando, siguen montando El Dios de la Venganza, en cualquier rincón que se les permita, pero cuando la Segunda Guerra Mundial entra en pleno y la ocupación nazi es inevitable, la obra tiene que derrotar el mayor de sus obstáculos, el genocidio de la gente a la que le pertenece.
Honesta y profunda de principio a fin, Indecente no es la clásica obra dentro de una obra, de hecho Manke y Rifkele, protagonistas de El Dios De La Venganza, parecieran salirse de los libretos para cobrar vida entre nosotros. Su amor, representado específicamente por una escena bajo la lluvia de la que se habla constantemente en la obra, que en sencillas palabras y actos de afecto escenifica la pureza desde un lugar no sexualizado o provocativo, es lo único real en un acontecimiento que históricamente se siente cada vez más ficticio, más increíblemente inhumano.
El montaje de Magaloni tiene la virtud de ser limpio y preciso. De hablar desde la verdad sin antemponer forma a fondo, pero siempre manteniendo una belleza escénica sencilla, pero potente que, al lado de un elenco espectacular sin ningún tipo de eslabón débil, momentitos musicales de diversión absoluta (ver al maestro Lomnitz usando un tocado de plumas rosas no sucede todos los días), risas cuando se merecen, solemnidad cuando la memoria es dolorosa, y cariño, siempre cariño notorio en cada escena, y en la manera en la que Majo Pérez y Ana Guzmán Quintero están dirigidas hacia lo amoroso y no lo amarillista, es sin lugar a dudas su trabajo más precioso a la fecha.
Interpretado sobre un cuadrilátero de madera, Indecente nos lleva desde el segundo uno a las tablas de un teatro. Con lo bonito de los focos de una bocaescena y un telón rojo ardiente, hasta lo que solemos ocultar de sogas y tramoya. Y no necesita más porque nunca pretende ocultar que es desde el corazón y hasta la cabeza teatro. Emilio Zurita, diseñador de escenografía e iluminación, hace un trabajo bello de no retacar la escena con estilismo, pero si usar paredes, páneles, barandales, escaleras y cortinas, para con muy poco, transformar el ángulo de nuestra visión de una manera francamente cinematográfica. De modo que podemos descubrir todos los espacios de un teatro, desde el escenario y hasta entre piernas con un cambio nada aparatoso de objetos. Respetando el espíritu de lo que Paula Vogel quiere ver representado: amor al teatro.
Los tres músicos en el montaje, Leo Soqui, Cecilia Becerra y Rodrigo Garibay, hacen las veces de orquesta visible y personajes secundarios, nuevamente nunca ocultos de nuestra línea de visión; y son los responsables de transiciones bailadas y cortos numeritos, que también homenajean a su manera al teatro musical y burlesque de la época, y es maravilloso verlos entrarle al ruedo, al juego, sin ningún tipo de división con el elenco meramente actoral. Cosa que, aceptemos, sucede poco en esta industria donde el músico suele estar en el subsuelo.
La cereza en un pastel de muchos pisos son el increíble elenco que se divide los múltiples personajes de la obra. Todos poderosos y todos conmovedores, pero sí me quiero detener en Jorge Lan, el único de ellos que básicamente sólo interpreta a Lemml, y que se vuelve el hilo conductor no sólo de la historia, pero el representante en escena de las emociones en la audiencia. El primero que se apantalla con el poder del teatro, y el último que entre espada y espada, antes que soñar con su propio futuro, decide regalarle sus últimos pensamientos a Manke y Rifkele para que sean ellas las que tengan vida. Lan es profundamente tierno, un músculo que bombea emociones más que ideas. Su trabajo es cálido de principio a fin y enormemente generoso.
Y, claro, Majo Pérez y Ana Guzmán Quintero son excepcionales. No sólo estelarizan los números musicales, viniendo ellas de ese formato teatrero y manejándolo como peces en el agua, pero además interpretan a las varias actrices que con el paso del tiempo hacen de Manke y Rifkele, y son brillantes. Perfectamente conjugadas y poco intimidadas por una compañía a su alrededor de amplia trayectoria, por ellas transita la sangre del montaje. Son las venas y arterias. Y para el final son el símbolo de todo aquello que no queremos ver morir jamás. Las dos han demostrado una y otra vez ser entregadas en sus proyectos, pero como Magaloni, es Indecente la que las pone en la cima de lo extraordinario.
Sin detenerme uno a uno en los demás, Elizabeth Guindi, Alberto Lomnitz, Roberto Beck y Fede Di Lorenzo completan un ensamble que es justamente eso, un ensamblaje, un mismo universo, una unidad. Todos avanzan juntos, todos al servicio de la historia, del teatro.
Fue apenas este año que en México se presentó el primer musical comercial de gran formato con temática lésbica. En 2022. Y no es que en Nueva York los haya mucho tampoco. Antes de 1920, Sholem Asch estaba dispuesto a hablar del amor no desde lo normativo, pero desde su verdadero significado, y siendo él religioso, familiar, y heterosexual, luchó por representar las emociones humanas, defectos y virtudes incluidas, desde lo posible y no lo obligado. El texto de Indecente de Paula Vogel al final es una celebración de eso, y una que en nuestra época sigue resonando en un tiempo en el que la presencia de personajes lgbtq+ u otras minorías, se acusa de «inclusión forzada».
Lemml que murió con la creencia de que El Dios De La Venganza tenía un mensaje importante para que el mundo entero escuchara, Sholem Asch que fue repudiado de su propia comunidad por cuestionar lo establecido, todas las actrices que encontraron el amor a partir de lo que Manke y Rifkele les enseñaron tienen mucho que decir aún. Sobreviviendo al Holocausto, a la censura, a la persecución, al encarcelamiento, a la hambruna, al estigma, Indecente nos mueve hoy, como ellos movieron al mundo hace más de 100 años porque lo humano nunca va a dejar de ser la balsa que nos lleve a buen puerto.
Enhorabuena que tengamos el placer de tener un texto y un montaje de Indecente en México. Aplausos a Ana Kupfer por traerlo y producirlo, y a Eloy Hernández que, aunque ya no está entre nosotros, ahí donde bailan bajo la lluvia Manke y Rifkele seguramente está sonriendo orgulloso.
Indecente se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro Helénico.