En un futuro que se siente peligrosamente presente, ser o no ser ya no es el dilema, porque una inteligencia artificial lo puede ser ambas a la vez, y eso lo demuestra «Ro» en Inteligencia Actoral tomando el lugar de un popular actor para un montaje de Hamlet en el que nadie, excepto el director, está consciente que han dejado de ensayar con un ser humano.
Aplaudo enormemente la prontitud de Flavio González Mello (director y dramaturgo) que con Inteligencia Actoral se sube a un tema que no por poca cosa ha empezado a preocupar a distintos artistas. Recientemente vimos nacer una oleada de pintura y foto AI que en cuestión de días suplantó la búsqueda entre usuarios de redes de ser retratados por un fotógrafo o reinterpretados por un ilustrador. A mucho menor costo. No es novedad que la tecnología ha reemplazado desde siempre la mano de obra humana, ¿pero en el arte? Ésa sí no la veíamos venir.
Actualmente hay AI’s trabajando en guiones para cine, replicando emociones humanas dialogadas donde antes creíamos que eso sólo podía ser logrado por una persona, no un código; sin olvidar que en septiembre del año pasado, una pintura generada digitalmente se llevó el primer lugar en un concurso de arte y fotografía en la Feria Estatal de Colorado. De modo que sí, resulta ultra pertinente que Flavio González Mello ahora se pregunte, ¿qué pasaría si estiramos esa liga aún más y creamos remplazoides que puedan tomar el sitio de actores, músicos o deportistas? ¿Qué pasa si llevamos el dilema al teatro?
Paco (Roberto Beck) está comprometido con un montaje de Hamlet mexicano que le otorgará las fanfarrias que vienen de hacer un protagónico shakespeariano de la mano de un aplaudido director de larga trayectoria. Pero los ojos le brillan cuando Hollywood le ofrece cuatro escenitas en un blockbuster que será filmado en Namibia y no lo piensa dos veces, sabe que se tiene que ir. De modo que la respuesta para él parece ser sencilla, y aunque difícil de convencer, logra acordar con su director (Carlos Aragón) en dejar a un remplazoide en su lugar para los últimos diez días de ensayo y las primeras semanas de estreno, y luego regresar él a terminar la temporada.
Lo que procede es cómicamente distópico y ácidamente premonitorio. «Ro» (porque Robot) comienza con los ensayos de Hamlet ante la absoluta desesperación y frustración de su director que no busca la perfección que la AI ofrece de manera artificial, pero la verdad y el error humano que no puede sino venir de entender que el actor no es perfecto, pero puede ser maravilloso en sus imperfecciones, propuestas, sorpresas, metidas de pata y ese irreplicable ego que, pareciera que no, pero otorga algo a la interpretación e interacción que un robot calculado simplemente no puede entender.
Con la ayuda de Roel (Diana Sedano), encargada de manejar su algoritmo, «Ro» va poniéndose capas de humanidad y perfeccionando lo que va entendiendo como actuación hasta apropiarse incluso del síndrome del impostor y el pánico escénico (en una de las escenas más geniales de la obra). Lo vemos crecer como ningún actor podría en tan poco tiempo y volverse mimético con las necedades, violencias e inseguridades de sus compañeros hasta el punto en el que González Mello logra cuestionar: ¿entonces el actor puede dejar de ser necesario? ¿Las emociones, así sean fabricadas ciertamente, se pueden replicar para un escenario… que no de algún modo muchos lo hacen ya así? ¿Podría una inteligencia artificial camuflajearse entre nosotros sin que nadie note la diferencia?
Inteligencia Actoral es brillante en la conversación que provoca saliendo de la función. Es de estas obras que pone tanto sobre la mesa, perspicaz y posible, que es casi tan disfrutable como el montaje mismo, salir a desmenuzarla y discutir sus implicaciones. De ahí que tengo que aceptar que resulta frustrante un epílogo que González Mello integra al montaje, bien cuando su obra ya podría darse por terminada, en el que mezcla conceptos que no son los que nos tienen ansiosos y apantallados durante dos horas de obra, pero que en un caótico querer hablar de demasiado al mismo tiempo, termina por cerrar en una nota innecesariamente barata y poco contundente, cuando tiene dos actos magníficos sobre los cuales Inteligencia Actoral se puede sostener de manera magistral sin necesidad de más.
A Roberto Beck le toca la complicada tarea de ser y no ser, y de ser muchos a la vez a veces en un montaje de actoralidad esquizofrénica. Como Paco y Ro hace una cosa bellísima de encontrar los «paquismos» que un robot pudiera clonar desde el aprendizaje artificioso, y luego actuar de manera muy similar pero cuidadosamente distinta a ambos personajes representando al mismo Paco. Y créanme cuando les digo que es genial. Encima de eso, le otorga personalidad propia al tierno «Ro», poder y arrogancia a su Hamlet y todavía se da el lujo, de vez en vez, de imitar a sus compañeros de escena y director.
No sé en qué momento pasó, pero una cosa es clara, Roberto Beck se ha convertido en uno de los actores más propositivos, interesantes y prolíficos de su generación, y es un gozo asegurado irlo a disfrutar a un teatro. Y aquí, con Carlos Aragón, Diana Sedano y Elena del Río a su lado Ineligencia Actoral logra brillar justamente por aquello que el título propone. Un elenco fabuloso.
Más allá del tema álgido de arte vs algoritmo, Inteligencia Actoral aprovecha que está en eso de decantar lo que implica un montaje para aventar críticas hacia todos lados de manera irónica y divertida. A los actores de un sólo truco, las compañías tóxicas, el poco compromiso con el teatro por encima de otros medios audiovisuales, el abuso del director, la fama por encima del talento, el delicado trabajo con el ego, y un sinfin de etcéteras que sacan carcajadas entre los proyectados en las butacas.
Inteligencia Actoral no nos lleva a un futuro Blade Runner donde la tecnología ha sobrepasado lo humano de manera demasiado obvia, pero en su lugar sólo suelta pequeños guiños de futurismo más que nada en vestuario, mientras todo lo demás permanece aterrizado a una estética actual. La escenografía de Jesús Hernández es una de las piezas más vistosas del montaje que funciona como lanza de dos filos. Por un lado arma espacios preciosos de madera y metal negro que se mueven como piezas de un rompecabezas para crear un sinfin de lugares en un mismo teatro, pero por otro, su manejo es notoriamente complejo y requiere de transiciones lentas y pausadas, donde los actores salen para dar entrada a personas de staff que inevitablemente rompen ritmo, estética y fantasía.
Inteligencia Actoral es degustable. Una obra pertinente que en un parpadeo vamos a sentir tan real como un documental. Un texto que provoca que nos cuestionemos incluso lo que significa ser humano cuando hasta la expresión más pura de humanidad, el arte, puede ser codificada. Graciosa, punzante, pero ante todo, y más que muchísimas en cartelera, relevante. I.A. es esa pieza que te vas a dormir aún trayéndola en la cabeza.
Inteligencia Actoral se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro Helénico.