Una enternecedora y simpática pieza clown sobre la edad y los recuerdos. Con Julieta, Gaby Muñoz, alias Chula the Clown, se construye un mundo de fantasía para abrazar memorias preciadas con su habitual humor juguetón y surrealista que te tiene riendo a carcajadas a momentos, bailando a otros tantos, y suspirando con un final lúdico y bello con el que Chula cierra un franco ciclo de vida.
El escenario del Milán te recibe con una habitación como salida de una casita de muñecas. Es la casa de Julieta donde pasa sus días ejercitándose, comiendo pastillas, a veces brindando sola, y viendo la televisión. Una rutina que acompañada por las fotos en las paredes que parecieran ser reflejo de un pasado bien vivido, nos hablan de una mujer en años avanzados llena de recuerdos. Julieta ya no es jovencita, y tal vez son precisamente los años los que le han dado una particular picardía.

De modo que la anécdota, aunque espolvoreada de nostalgia, tiene mucho para hacernos reír. Una máquina para hacer ejercicio, piensen un poco en el famoso bio-shaker, se convierte en el pretexto ideal para que Chula the Clown haga gala de un humor físico y corporal tan absurdo como imaginativo en su simpleza. Porque lo bello de Gabriela Muñoz es que puede transformar situaciones de lo más ordinarias en francos episodios de irreverencia. Verla temblar sobre el aparato mientras intenta beber de una copa de martini, gimiendo con la voz saltarina viene de un lugar tan poco adornado y sin embargo hilarante hasta las lágrimas. Que no requiere de exageración hacia lo grandote, pero se encarna en un lugar mucho más contenido que es el que lo hace fino en sus muchas sutilezas y detalles.

Con característica coquetería y acidez, Chula the Clown rompe la cuarta pared a momentos para pasar a un hombre del público a su casita que le pueda mover muebles y bailar con ella. Crea un patiño completo en cuestión de segundos, sumando una capa más a la historia, quizá estamos en su imaginación, quizá en este tiempo redundante y repetitivo para Julieta, sus horas las dedica a pintar situaciones en el aire. Y nosotros somos parte de su dibujo. De ése con el que además ha decidido despedirse.
Con música compuesta por Natalia LaFourcade que coloca el espectáculo en un universo mexicano e igualmente añorante con sonidos inspirados en decadas pasadas, Julieta pasa del ridículo de verla bañarse con un nude suit de lo menos pudoroso a un lugar enormemente conmovedor cuando recostada en su cama, con una velita prendida y habiendo besado la foto del que, asumimos, bien pudo ser el amor de su vida, este clown que nos sedujo apretando los glúteos en un leotardo por la mañana, se dispone a dejarnos antes de cerrar los ojos.

Julieta es una pieza evocativa y enternecedora, un clásico instantáneo, sostenida además en visuales de colorido alegre y cierta travesura. Una escenografía, que al final no es sino una caja de cartón de recovecos que aluden a esta otra dimensión de caricatura en la que habita Chula, y vestuarios de una confección de pronto de lo más vanguardista, igualmente cargados de un ojo vivaracho que hacen de Julieta finalmente, una pilla. Un recordatorio de que a veces la experiencia humana es mejor retratarla lejos del realismo y hacia lo idílico, donde lo bonito de aquello que nos hace persona cobra un significado muy especial, casi como el que éramos capaces de darle cuando éramos niños, siempre que una clown y su gallo de manera estén ahí para capturarlo.
Julieta se presenta lunes, martes y miércoles a las 8:45 pm en Teatro Milán.