Un bello y brillante texto que da nueva vida a tres íconos femeninos de la dramaturgia y las remueve de sus propias ficciones para juntarlas en el limbo del lobby de un teatro y enfrentar sus distintas historias bajo un esquema contemporáneo que levanta la pregunta: ¿pueden o no escapar de los destinos que les fueron otorgados por hombres con una pluma? ¿Y por qué Julieta tiene la culpa?
¿Qué tienen en común Nora de Casa de Muñecas, Nina de La Gaviota y Blanche de Un Tranvía Llamado Deseo? Las tres fueron creadas y escritas por hombres: Ibsen, Chéjov y Tennesse Williams en una era pre 1950 en la que rompieron paradigmas rebelándose contra el patriarcado, a su modo, y creando polémica social. ¿Nora abandona a sus hijos por salir de su jaula y comenzar una vida sin ataduras? ¡La osadía!
Bárbara Colio (dramaturga y directora) se aprovecha de estos brillantes personajes para crear una nueva ficción alrededor de ellas. Un multiverso, por llamarlo de algún modo, en el que Nora, Nina y Blanca (Blanche) quedan atrapadas en el lobby del teatro donde se está presentando Romeo y Julieta, enfrentando sus historias y su visión de la figura masculina que las ha afectado de manera irreversible, para darles la oportunidad de crear sororidad y renacer libres de la opresión y el estigma, y reivindicar no sólo a ellas mismas, pero a tantas mujeres del teatro que han dado vida, amor y libertad por los hombres, mismas que adornan el lobby en el que están paradas desde Electra y Antígona, y hasta Hedda Gabler.
Así, la inocencia perseverante de Nina, la frustración de Nora y la locura de Blanca se ven puestas a prueba mientras cada una va quitándose capa tras capa conforme se agita la conversación para rebelar que detrás de la apariencia de mujeres en control de sus destinos, se esconden emociones oscuras y deseos latentes reprimidos, que hacen espejo inicialmente con Julieta Capuleto, la adolescente que desde 1597 marcó un arquetipo femenino capaz de dar la vida por un hombre al que apenas conoce, e ingenuamente convencida por la idea del amor a primera vista, finalmente traicionada por el mismo amor que juraba lo derrotaría todo para terminar muerta a los 14.
Lo brillante de Julieta Tiene La Culpa es que a pesar de cargar con un mensaje contundente, vocal y ácido, está tan perfectamente construido a partir de la ligereza y el entretenimiento, que para el teatrero de corazón, las risas son el acompañante absoluto del montaje.
Guiños y referencias a las obras de Ibsen, Chéjov y Williams, desde la obsesión con la luz poco halagadora de Blanca, hasta la botella de whisky Tennesse que beben durante la historia, o la manera en la que Nora se atiborra de pasitas, y el odio al director polaco adentro de la sala, hacen del texto un verdadero regocijo que arrebata muchísimas sonrisas a la audiencia. Eso sí, segrega a su público, de manera quizá no tan intencional (¿o sí?) volviéndose enormemente gracioso para el que tiene cultura teatral, pero quizá un poco seco para el que las referencias puedan pasarle de largo.
El clímax de la historia, y la genialidad asegurada de Julieta Tiene La Culpa llega cuando Blanca y Nora deciden poner a prueba las habilidades histriónicas de Nina y la retan a actuar diferentes escenas de Romeo y Julieta; Nora convirtiéndose en la directora (a cargo de lo que sucede desde las sombras), Blanca en actriz coestelar (eternamente actuando algo que no es) y Nina en estrella (la que sueña con ser). Sencillamente brutal.
Claro que la obra fracasaría, porque la trama así a secas podría caer en el ardid barato, si no fuera por un excelente texto de Bárbara Colio, quien demuestra un profundo amor por el teatro, y actuaciones impresionantes por parte de Verónica Merchant, Carmen Mastache y Sofía Sylwin, cada una de manera generosa permitiéndole a las otras tener sus momentos de brillo absoluto y genialidad.
Paradas, además, en una elegantísima y minimalista escenografía por parte de Mario Marín del Río, mismo preciosista iluminador y vestuarista, que otorga al montaje de total sofisticación y estilismo.
Una de las obras más bellas del año. Inteligente, apasionada y divertida sin pretenciones absurdas de sobreexposición o abstractismo hecha por y para teatreros. Julieta Tiene La Culpa recuerda la manera en la que la buena dramaturgia trasciende, impone y se injerta en nuestra cultura, y juega con personajes tan amados por muchos haciéndonos ver que han llegado a ese punto en el que pueden escapar de las páginas, de las pantallas, de los escenarios, y volar como las gaviotas que Anton Chéjov alguna vez prometió.
Julieta Tiene La Culpa se presenta Lunes, Martes y Miércoles en el Teatro Helénico.