Adriana Butoi cobra venganza contra un sistema que pareciera querer enterrar al artista y dejarlo en una tumba de la cual pocos escapan en Kill The Fucking Bill (s), un unipersonal que retoma la famosa película de Quentin Tarantino como un mero pretexto alegórico para prenderle fuego al mundo desde el escenario.
Desde el título, Kill The Fucking Bill (s) carga con el ingenio que caracteriza toda la obra. Porque Bill en cine es uno. Un macho arrogante y manipulador que en un acto posesivo intenta asesinar a Beatrix que lo ha dejado para casarse, ser madre y vivir su vida en paz, provocando una de las historias más épicas de venganza del séptimo arte. Pero Bills, en plural, hay muchos, y pueden ser muchas cosas, y es ahí donde Adriana Butoi (co-escribiendo con Anacarsis Ramos, Mauricio Ascencio y Karla Sánchez) encuentra el relato ideal para cuajar su propia venganza… que tal vez más que venganza es un desahogo.
Bills son los directores de teatro, las malas amigas, y más importante aún las Instituciones. Y si nos ponemos semánticos, «bills» en inglés, también son cuentas por pagar. De modo que sí, con Kill The Fucking Bill (s) Butoi no sólo está declarándole la guerra a un sistema podrido, pero dejando claro con humor y un sencillo enunciado, que hay que matar las facturas para poder renacer y crear arte en una industria demasiado dominada por intereses meramente financieros.
Adriana Butoi utiliza todos los medios posibles para hacer llegar su mensaje. Ella, una actriz rumana, en Europa considerada muy por debajo de la escalera, pero en México llamada privilegiada por ser blanca, aunque lejos de ser poderosa o adinerada, ha batallado años para encontrar un espacio en un teatro que insiste en darle la espalda, que se las da a muchos por privilegiar a unos cuántos, con Kill The Fucking Bill (s) financia de su bolsa, de las regalías de una telenovela «culera» -en sus palabras- que hizo en su país natal, su desahogo. Su catársis.
Y arma un montaje que es monólogo y es performance. Que es una hoja de vida, un grito por ayuda, un ejercicio multidsiciplinario y en muchísimos momentos una simpática reflexión de la obstaculizada carrera que han escogido tantos, que en vez de abrazarlos y protegerlos, los llena de espinas cuando se acercan. Simpática, quizá, porque Adriana Butoi tiene un carisma nato que sostiene la obra desde su capacidad de decir prácticamente lo que sea y tenerte instantáneamente en su esquina. Una hazaña no tan sencilla de lograr, que en voz de otros pudiera sonar agria o rencorosa.
De modo que sí, el montaje es caótico y convulso, sin intención alguna de pulcritud u orden. Y en él pasa de todo. Escenas de Kill Bill complementan la acción en el escenario, mientras una Adriana Butoi desnuda y con un machete en la mano se baña simbólicamente en su sangre menstrual y en tierra, de pronto danzando como un espadachín, para después convertirse en una novia embarazada, no con un niño, pero con sueños y esperanzas que sus Bills se encargaron de abortar, para eventualmente transitar de la venganza hacia la paz de la «Butopia» y terminar encapsulada en la Cloatlicue, diosa madre, que ella misma acepta se está apropiando de los mexicanos porque ya poco le queda.
Y con todo y todo, este Pollock de elementos lanzados como manchas en un teatro funciona. Y funciona por ella. El mensaje es potente sin lo agotador de lo meramente discursivo, y el performance intrigante, pero bellamente no tomado en serio por sus propios autores, conscientes de la locura que están generando. De modo que no hay esa solemnindad y llamada a un arte incomprensible, pero una clara intención de auto-crítica hacia el medio y el formato, y sí, ganas de gritar de rabia al mismo tiempo que reírse de uno mismo.
Kill The Fucking Bill (s) no se ve a diario. Un unipersonal verdaderamente personal, crudo, de pronto grotesco, corajudo. No una lectura de líneas, más cercano a un vómito de irritaciones desde la creatividad, la inteligencia, el ingenio. Un escenario que fusiona cine con teatro, autor con autor, país con país, una experiencia simbrante. Y todo eso porque Adriana Butoi tiene un leve parecido con Uma Thurman. ¿Díganme si no es brillante?