Gran tragedia del teatro post-isabelino, La Duquesa De Malfi en manos de Ruby Tagle nos regresa a los 1600 sin mucha búsqueda fuera del aparato clásico… tal vez demasiado clásico, para contar la historia de tres hermanos, una boda inaudita, y una venganza que termina por destruir a todos los que de ella participan.
Como muchas obras de tiempos renacentistas, La Duquesa de Malfi está empapada en sangre. Una tragedia, que muy en la línea de lo que Shakespeare había impuesto tan sólo unas cuántas décadas antes, atrapa a sus personajes en trampas de su propia creación para acabar con ellos de forma cruel y desesperada. Una obra llena de enredos, complots, actores rompiendo la cuarta pared para explicar sus motivos, y un enorme signo de «sin salida» desde muy al comienzo que deja claro que estamos de regreso en una era Hamletiana.
Sin serlo porque La Duquesa de Malfi es trabajo de John Webster, pero en el línea con la dramaturgia de su época busca entre la aristocracia, la ambición y el deseo oculto los motivos para la construcción de una caída inevitable.
Luego de quedar viuda la Duquesa es prevenida por sus hermanos, el sádico Ferdinand y el mustio y corrputo Cardenal de volverse a casar. Enviada a vivir lejos de tentaciones, espiada por un hombre de pocos escrúpulos, Bosola, la Duquesa termina por enamorse y casarse en secreto con Antonio, su mayordomo, un hombre inferior a su sangre real, que también se vuelve padre de los hijos que mantiene ocultos de sus hermanos.
Cuando Ferdinand se entera de la segunda vida que ha estado llevando su hermana en secreto, busca la manera de castigarla, torturarla emocionalmente, y quizá asesinarla, en un plan de venganza que acaba jugando en su contra, cambiando la dinámica de poder en la Corte y las alianzas previamente formadas.
Ruby Tagle (directora) toma el camino de la tradición. Con una adaptación fiel, pero larga y de lenguaje rebuscado, el montaje para el Teatro Helénico de La Duquesa de Malfi mantiene un aire de antigüedad que la lleva a caer en anacronismos, actualmente soporíferos y cansados. Actuaciones impostadas, diseño de época, diálogos jacobianos y dos actos de duración innecesaria, levantan forzosamente la pregunta, ¿para qué? ¿Qué nos dice hoy en día La Duquesa de Malfi que no se haya dicho desde 1613 una y otra vez, si no hay siquiera intención por abordar y explorar desde lo contemporáneo?
Cierto, hay un par de detalles que la traen a un presente que demuestran potencial, como el gender bend para algunos personajes o un discurso actual y perpetuo sobre el machismo, la corrupción en la Iglesia, la salud mental, entre otros, pero incluso ésos no terminan por protagonizar momentos que pudieran grabarse y asestar desde lo que pudiéramos entender como relevante hoy en día. Y elementos visuales como tela roja que amarra y envuelve para representar la sangre, la violencia, la muerte se sienten sacados de un teatro demasiado visto que seguramente en algún momento tuvieron un impacto feroz, pero ahora se perciben derivativos.
Se agradece la búsqueda por una estética clásica pero propositiva de Jesús Hernández en la escenografía e iluminación, especialmente con el uso de kinkes que bajan en cadenas y se columpian por el escenario logrando un efecto de luz que nos regresa al siglo XVII mientras le da emoción y movimiento a la escena; y personajes como Bosola (Daniel Martínez) que mantienen una moral desteñida, impredecible, que habita en gamas de grises resulta el más llamativo en un relato donde otros parecieran ser o muy negros o muy blancos. Dirigidos además a habitar esos extremos. La complejidad de Bosola, junto con el ímpetu y rebeldía de la misma Duquesa (Paulina Treviño), terminan por ser los elementos intrigantes que realzan lo intricado del ser humano.
El númeroso ensamble que durante la pre-apertura realiza una sombría pero cautivante coreografía que de pronto pareciera haber salido directo de un cuadro renacentista, nunca vuelve a ser usado con el mismo impacto visual que antes de la tercera llamada. Una vez iniciada la obra estamos en presencia de un montaje conocido. De tintes preciocistas de pronto, pero generalmente más directo que propositivo. Y vuelvo a preguntar ¿por qué? ¿Por qué La Duquesa de Malfi hoy? ¿Por qué contar lo tantas veces contado? ¿Por qué recurrir al clásico para dejarlo intacto?
La Duquesa de Malfi se presenta jueves, viernes, sábados y domingos en el Teatro Helénico.