Con toda la grandilocuencia que permite el teatro griego, Enrique Singer entrega majestuosidad con La Niña En El Altar, una pieza de teatro clásico tan trágica como preciosa que se recarga en el basto espacio del Teatro el Galeón para regalarnos estética operística y el tipo de actuación que hace eco en una sala, y retumba de los pies a la cabeza.

Enrique Singer no necesita de coros y opulencia para crear enormidad, porque eso es lo que es su Niña En El Altar, una puesta señorial y solemne que toma lo intenso de una tragedia griega, lo inmensos de sus personajes de elocuentes soliloquios, lo bellísimo de una estética mediterránea, y lo conjuga con sabios elementos para darle inmensidad, llenarla de tensión y provocar palpitaciones.

La Niña En El Altar

El mito es el de Clitemnestra y Agamenón. Buscando buena fortuna en la guerra contra Troya, Agamenon decide sacrificar a su propia hija como vaticinado por los oráculos, aunque eso implique perder el amor y la gracia de su esposa, quien después de 10 años y tras la larga ausencia que ha implicado la batalla, se niega a perdonarlo y ha continuado con su vida, teniendo inlcuso una nueva hija con el mismo primo de Agamenón, Egisto.

De vuelta en Micenas, donde es Rey, Agamenon toma como amante a la vidente Casandra, mientras la tensión comienza a hervir entre él y Clitemnestra hasta que el guerrero toma decisiones radicales que llevan a su pueblo de regreso a la guerra y a su familia a consecuencias irreparables. Un clásico relato griego de sangre, venganza, traiciones y un destino ineludible.

La Niña En El Altar

El texto de Mariana Carr es el esperado para una tragedia en tono clásico, de tintes rebuscados y discursos crecidos que sumados al tratamiento impostado de Singer para sus actores, busca elevarse a la cima de lo épico. Lo cierto es que lo logra gracias a la inmensidad del espacio que Víctor Zapatero (diseñador de escenografía e iluminación) aborda curiosamente desde lo minimalista, permitiéndole al espacio vacío, a lo negro, ser el verdadero protagonista de la composición. Un oscuro que permite diludir una ciudad entera, un palacio exuberante o un calabozo húmedo y tétrico. Arquitectura. Situado sobre dos piezas de escalinatas en placas que se van alejando cada vez más la una de la otra, haciendo de la escena una enorme… como de ópera antigua.

La Niña En El Altar

De una manera bellísima, Enrique Singer juega con este amplio espacio que le han dado con planos, haciendo de sus actores verdaderas estatuas griegas posicionadas en esas escaleras que hoy vemos como ruinas, pero entendemos como el colosal e imponente camino hacia lugares en su momento ostentosos. Mientras una iluminación dorada baña en lugares muy específicos a estas efigies, nuevamente permitiéndole al oscuro ganar y comerse mucho de la escena, recordándonos que ahí detrás pudiera haber un ejército de miles, tal vez cientos de embaraciones, tal vez un acantilado salpicado de sangre.

La Niña En El Altar

Es en esta capacidad de filtrar una ciudad a partir de lo mínimo y acompañado de vestuarios por Eloise Kazan que se suman a este motivo de estatuas impecables que entonces sí, La Niña En El Altar obtiene su medalla épica. Pero donde termina de cimbrar como la marcha de un batallón entero es en la música a cargo de Edwin Tovar, que con percusiones, principalmente el sonido de un tambor va tejiendo a manera de score toda la tensión de las escenas, llevando los diálogos a momentos álgidos, y el movimiento de piezas escenográficas a la franca separación de dos tierras enemigas.

La Niña En El Altar

Y, claro, el elenco desde el cartel es impresionante. Nombres que entendemos como muchos de los mejores de nuestra industria, que subidos a un barco de grandilocuencia aprovechan de manera deliciosa el poder interpretar bajo esta estela del teatro clásico de voz poderosa y movimientos casi dancísticos. Marina de Tavira es sin duda una experta en eso. De hecho, yo argumentaría, que ésa es precisamente su cancha. Pero resulta francamente emocionante ver a gente como Emma Dib, Everardo Arzate y Salvador Sánchez utilizar a estos personajes como mazos… como espadas.

La Niña En El Altar

Yessica Borroto como Casandra es enormemente destacable. Una actriz perfectamente elegida para el papel. Una silueta que se derrite en esa escena, de muchísimo magnetismo, y una mirada punzante… dolorosa. Una vela goteando cera con la interpretación más vulnerable del montaje, ahí donde muchos en La Niña En El Altar se esconden en su fortaleza. Curiosamente es Alberto Estrella como Agamenon el que pierde control de las emociones tan altivas de su personaje. De pronto excesivamente gritado, a momentos difícil de entender en sus diálogos balbuceados, Estrella busca lo salvaje de este hombre orgulloso y soberbio, y siendo él gran actor que es, porque eso no se pone en duda, de pronto se permite ensuciar demasiado su interpretación hasta volverla tropezada por encima de lo turbulenta.

La Niña En El Altar

Con La Niña En El Altar, Enrique Singer le regala al teatro aquello que ha hecho con Puccini, Verdi, Dvorak y nos permite disfrutarlo en su versión más espectacular. Sin necesidad de adornos ni una producción que le robe protagonismo a la interpretación, ni a la historia, presenta una puesta que en verdad se siente como arte. Como ese teatro que uno tiene en la cabeza cuando piensa en gente vestida de gala asistiendo a ver algo esplendoroso, reservado para unos cuántos afortunados. Y que suertudos nosotros que podemos verlo en el Galeón y transportarnos a un tiempo y una tierra donde estas tragedias se celebraban en grande.

La Niña En El Altar se presenta de jueves a domingo en el Teatro el Galeón del Centro Cultural del Bosque.