Hace mucho no se estrenaba en México una obra que provocara cólicos de risa en las butacas. La Obra Que Sale Mal es una puesta que hace del fracaso su triunfo y del error su mayor acierto.
No se vayan con la finta. Cada pequeño y gran accidente en La Obra Que Sale Mal está perfectamente calculado, pero hacernos creer que a sus actores se les está cayendo el mundo frente a nuestros ojos de manera espontánea es la gran delicia hilarante de la puesta de Mark Bell, cuya verdadera dificultad (y valía) se encuentra en esconder perfectamente el truco y hacernos olvidar que estamos en presencia de la magia del teatro.
Los actores en este montaje, que inicia en Londres para moverse por todo el mundo (incluyendo Broadway donde está a punto de cerrar temporada) antes de llegar junto a su director a México, tienen la difícil tarea de hacer una interpretación doble. La de sus personajes, que son un grupo de actores, y la de los personajes que ese grupo de actores está personificando dentro de la obra que están montando como parte de la obra que estamos viendo. ¿Clarísimo?
Frente a nosotros se presenta el grupo de teatro de la ficticia Universidad Tecnológica de Tlalpan, un grupo que no ha tenido mucha suerte en el pasado presentando obras como Cat (sin la «s» porque les faltaban actores para completar el elenco) o José El Soñador, donde la capa de colores se las hizo un daltónico, arruinando por completo el leitmotiv del musical -entre muchos otros fracasos. Ahora, finalmente con una compañía suficientemente numerosa como para presentar una obra grande, en un teatro como el Helénico y con más presupuesto del que podrían soñar están encantados y emocionados de poder estrenar «Asesinato en la Mansión Haversham», un misterio a la Agatha Christie que lejos está de poderse tomar con poca seriedad.
Las cosas, sin embargo, comienzan con el pie izquierdo desde antes de que se de la tercera llamada cuando la stage manager y el operador de luces y sonido se presentan ante las primeras dos filas del teatro para advertir que tal vez les pueda caer algo encima durante la función, y luego se peleen con una repisa de la escenografía que insiste en caerse -y la cual no logran pegar ni con la ayuda de algún incauto del público-, tablones del piso que están sueltos, y un disco de Timbiriche que se ha perdido.
Para cuando empieza Asesinato en la Mansión Haversham y los actores inician sus, de por sí, terribles interpretaciones (mientras una sobreactúa a morir, el otro no puede evitar sonreírle al público cuando los cacha con el rabillo del ojo, y uno más tiene apuntado un acordeón en la mano para no olvidar las palabras complicadas, que de cualquier manera no logra pronunciar), nosotros, público, sabemos que la escenografía ya empezó a fallar, pero no tenemos idea cuánto. Y más importante aún, los actores en el escenario no tienen ni idea de lo que se avecina.
De inicio a fin, la obra se presenta como una cohete a la luna que empieza despegando con uno que otro fallo escénico, pero que para cuando alcanza la estratósfera en el segundo acto ya el montaje ha sido tan catastrófico que sólo estamos esperando que caiga una bomba nunclear en el escenario (marca ACME). Y en el proceso todos y cada uno de los fracasos han sido motivo entre el público de risa de lágrima y carcajada vergonzosa -de ésa que termina con un ronquido al final.
Su genialidad, claro, no sólo se basa en la perfección puntualmente coordinada de cada uno de los accidentes, que llegan a percibirse tan reales que algunos provocan gritos entre el público; pero además la forma tan circular en la que está escrito el guión (de Henry Lewis, Jonathan Sayer y Henry Shields) que cierra de manera francamente gloriosa cada gag de comedia física con un perfecto remate en diálogo como un broche del que alcanzas a percibir el «click» cuando la gente está tratando de recuperar la respiración entre carcajadas.
Sumado a la belleza del dispositivo, el elenco es una armonía dentro del caos. Encabezados por un increíblemente iracundo Artús Chávez, que desde su monólogo de presentación de la obra ya te tiene dándole palmadas a tus rodillas, Irene Azuela, Ari Albarrán, Iván Carbajal, Daniel Haddad y Juan Carlos Medellín se entregan de manera generosa al absurdo y acaban haciendo las cosas más ridículas sobre el escenario; pero son Adrián Vázquez y «El Guana» los que terminan por llevarse la ovación aprovechando cada diálogo, cada segundo bajo las luces para lucir su enorme capacidad para la comedia y el timing perfecto que tienen con gestos, movimientos y hasta pausas que se siente como un master class.
La Obra Que Sale Mal no es sólo una comedia genial que mata de risa, es también la obra por la que tienes que correr, morder y arañar para conseguir un boleto porque perdértela sería el peor error de tu vida. Error digno de Asesinato en la Mansión Haversham por la Universidad Tecnológica de Tlalpan.