Mucho se ha dicho de la nueva película de Cats como quizá la peor del año, pero muchas de esas críticas no son de gente de teatro. ¿Qué opina un amante de los musicales?
Vamos a aceptarlo de una vez por todas, Cats es un montaje raro. Inlcuso para los amantes de los musicales y la gente que admira el trabajo de Andrew Lloyd Webber, Cats puede ser un trago difícil de pasar. La historia es poca y los personajes demasiados, pero cuando uno ve Cats en teatro, el ambiente es envolvente, el maquillaje cuativante y las coreografías espectaculares, y el musical termina siendo toda una experiencia.
En cine, sin embargo…
La película musical de Tom Hooper (Les Miserables) recibe un poco de apoyo cinematográfico por parte de Lee Hall (también guionista de Rocketman y Billy Elliot) para crecer la historia y darle un arco dramático más intenso que el básico anecdotario del musical en teatro: un grupo de gatos se presenta uno a uno en una especie de Cat’s Got Talent para que su líder Old Deuteronomy elija a un ganador.
La gatita blanca bailarina, Victoria, en cine se convierte en la protagonista. Una extraña a la tribu de los «jellicle» que después de ser abandonada se integra a la comuna gatuna en plena noche del Jellicle Ball.
Cosa que funciona. A partir de Victoria vamos conociendo a cada personaje y la importancia del Jellicle Ball como la noche en la que uno de ellos será elegido para trascender al Heavyside Layer y reencarnado en un nuevo cuerpo. Explicación que resulta más clara y explícita que en la obra.
Pero el mismo trabajo de expansión de la historia no funciona del todo bien en otros de los personajes. A Macavity lo transforman en un villano sobrenatural, y pasa de ser un gato criminal, a un franco hechicero con la capacidad de teletransportar a sus «enemigos » (what?). Y mucho tiempo se pierde en él y la batalla que le inventan con los otros jellicles para sabotear la noche del baile. Cosa que termina por ser sencillamente larga y aburrida.
Gus, Bustopher Jones, Skimbelshanks y Jennyanydots también terminan atrapados en esta historia tangencial y acaban teniendo la peor escena de pelea jamás coreografiada contra los esbirros de Macavity. Y Mr. Mistoffelees pasa de ser el gato mágico de la historia, a un gato ni tan mágico y segundón, pero recibe a cambio una especie de arco romántico con Victoria que no empieza ni termina en ningún lado.
Peor aún, muchos de estos gatos pierden lo que en la versión teatral los hace espectaculares: su enorme talento para el baile. Las coreografías, al ser animadas con motion capture se sienten artificiales y por tanto poco impactantes, y en la mayoría de los números musicales los movimientos característicos se pierden por completo.
Mr. Mistoffelees, por ejemplo, no recibe su momento fouettés (24 consecutivos que son mucho más emocionantes que cualquier relación amorosa que le pudieran inventar), Skimbelshanks ve su número de tap opacado por un CGI con un fondo cuyas proporciones no tienen mucho sentido, y Mungojerrie y Rumpleteazer jamás realizan la famosa hazaña de la vuelta de carro tandem, o cualquier otra de sus fascinantes acrobacias. Encima de todo, la canción que les toca cantar es la infame versión de 1981, mucho menos upbeat y moderna que la que se estrenó en Broadway en 1983 y que aún se usa en muchas producciones.
Los números más cantados terminan por funcionar mucho mejor. Taylor Swift como Bombalurina, Jason Derulo como Rum Tum Tugger y Jennifer Hudson como Grizabella hacen suyos los números con los que se presentan, con un toque pop muy especial, que los vuelve diferentes pero perfectamente funcionales, y definitivamente necesarios en las playlist de Broadway en Spotify. Incluso la nueva canción del musical, Beautiful Ghosts, interpretada por Francesca Hayward (Victoria) se siente como adición especial y bien colocada en la historia.
¿Y el CGI? Ese sí es un problema difícil de ignorar.
En lugar del vestuario y maquillaje originalmente creado por John Napier para West End, uno que se ha convertido en francamente icónico, y que se ha replicado (con una que otra variación) desde entonces en toda puesta teatral, Tom Hooper eligió la salida fácil de la digitalización, y transformó a los adorables Jellicles, en criaturas de pesadilla que parecen más un experimento fallido que animales realizados. A momentos filtro de Snapchat, a momentos CGI de inicios de los dosmil (estamos hablando de algo tétrico digno de The Scorpion King), la caracterización en ningún momento deja de ser incómoda, dolorosa, y poco coherente en proporción con los espacios y objetos que rodean a los gatos.
Y no se detiene con los jellicle, Tom Hooper lo llevó tan lejos como para también tener ratones y cucarachas semi humanas que es imposible dejar de ver aún con los ojos cerrados.
Por qué anular el vestuario, maquillaje y coreografías que en 1983 se llevaron todas Premios Tony, es una pregunta difícil de contestar. Hooper se quería ir a un lugar más «realista», pero finalmente los jellicles no dejan de parecer humanos, usar sombreros y abrigos, y caminar en dos patas, quizá entonces la mejor solución eran los efectos prácticos que juegan con la idea de zoomorfia pero mantienen la ilusión humana del diseño original, y no un in between que no es ni una película francamente animada ni un live action musical, y que continuamente se percibe como un error que nadie detuvo a tiempo.
Al final, y para los musicaleros, Cats cumple con entregar los números que conocemos de la obra para la pantalla grande, y los fans de Andrew Lloyd Webber seguramente estarán complacidos con eso. A pesar del terrible CGI la música de Cats sigue cobrando vida de una manera especial y desde el momento en que comienza a sonar la obertura es imposible no sentir palpitaciones. Pero para los que conocen poco el musical o francamente no les interesa, no puedo evitar preguntarme, ¿será posible que no los aburra infinitamente?