La obra situada en un reino abstracto tiene a Daniela Luján y a Mario Alberto Monroy formando una inusual amistad durante una serie de viñetas que los acercan poco a poco al fin (¿de qué? no sabemos).
La Princesa y el Ministro es de estas obras que no tienen prisa por llegar a ningún lado. No hay una trama que se cocine desde el segundo uno sobre el escenario o una necesidad de resolución a algún conflicto inevitable, lo que hay son pláticas. Conversaciones. Una tras otra. Sobre el amor, el clima, la soltería, la democracia, las relaciones, los arrepentimientos y el miedo al final.
Los momentos se ven interrumpidos por alguna canción o un sonido, las luces se diluyen y cuando se vuelven a prender, los actores están parados en un lugar diferente del escenario e inician una nueva plática, dándonos a entender que el tiempo ha pasado y que con cada viñeta su amistad ha ido creciendo en esos momentos en que los vemos retratados sobre el escenario.
¿En qué Reino están y quién es esta princesa con constante verborrea? No lo sabemos. Ninguno que exista. Se habla de Ministros interplanetarios y gente llamada «Reptil», pero al mismo tiempo se hace alusión al Mordor de Tolkien, de modo que la tierra no puede ser tan lejana. El Ministro con el que constantemente comparte todo lo que va pasando por su cabeza es el Ministro de la Cerveza, nombrado así por ella para evitar que él parta lejos y la abandone. Y ella le teme al final, mientras él lo comprende como inevitable, aunque en realidad no se especifica qué tipo de final es el que se avecina.
Aunque a momentos larga y reiterativa (uno acaba un poco cansado de oír la palabra «Ministro» ser nombrada cada cierta cantidad de segundos) las escenas que funcionan tienen simpatía y corazón; y a pesar de que filosóficamente no llegan a ningún lado, es la amistad entre estos dos seres que realmente conocen poco las respuestas a las preguntas que se hacen, la que sostiene la puesta y la hace funcionar.
A momentos tropieza con un ritmo que no logra encontrar su lugar entre pláticas que a veces pueden ser alegres, otras tristes, y otras francamente intrascendentes; pero lo que resulta más frustrante de La Princesa y el Ministro es la falta de congruencia entre la creatividad del texto que nos hace viajar a un Reino donde las princesas corren libres y descalzas lamiendo paletas rojas y los Ministros de cerveza son posibles, pero visualmente el trabajo es simplista, aburrido y poco memorable. Vestuarios que (a diferencia del vestido que se presume en el cartel) parecen haber salido del centro comercial más burdo, y que nadie se molestó en planchar antes de lanzar a los actores a escena, y un fondo gris (arrugado igual que la ropa) que no instruye ni permite soltar la imaginación ante el color más estóico y poco comunicativo del fondo constante.
Una fábula de historieta entre dos personajes que pueden ser mito y seres de carne y hueso a la vez; que cuando la Princesa habla de quererse convertir en cometa se vuelven fantasía, pero cuando se queja del vegetarianismo y de levantarse temprano a correr es tantas personas que conoces. Y en sus dudas sobre el final y el trascender nos representa a todos.
La Princesa y el Ministro se presenta todos los lunes a las 20:00pm en el Teatro La Capilla.