En el Aula Magna del Instituto Cultural Helénico, La Ratonera (The Mousetrap) de Agatha Christie encuentra un recoveco ideal. Un salón que se convierte en escenario para abrir la ventana de lo inmersivo y envolvernos en una noche nevada donde ocho sospechosos, todos, podrían ser asesino o próxima víctima. Es el murder mistery que redefinió el género y la obra más longeva en el mundo. La Ratonera cobra vida de manera especial gracias a una locación que es básicamente el noveno personaje en este thriller.
Es curioso que nosotros en México tengamos una versión de La Ratonera, ya en su segunda temporada de manera profesional, que podría volverse un montaje de culto pero que más bien viaja por debajo del radar en la cartelera, cuando en Londres, para ser muy específicos, lleva presentándose desde 1952 y hasta la fecha, únicamente detenida por la cuarentena en pandemia.
De los escritos de Agatha Christie es probablemente el que más ha impactado la cultura pop, el género de misterio, el famoso «Who dunnit?» que tantos y de frecuente manera intentan replicar. Es oscuro y tenebroso, y cuenta con un final que se jacta de ser una vuelca de tuerca al cansado «ya sabemos quién es el asesino». Pero fuera de la intriga también es cierto que se recarga, quizá demasiado, en clichés y en especial para el montaje mexicano pierde ritmo en pos de una dirección que favorece la pausa.
Mollie y Giles están listos para llevar su relación a un nuevo nivel abriendo juntos su primer hotel, Monkswell Manor, y en vísperas de un terrible asesinato en la ciudad, relacionado con el caso de unos niños abusados por sus padres adoptivos hasta la muerte del más pequeño, Mollie y Giles reciben a cinco primeros huéspedes, todos de personalidades amañadas y herméticos a su manera, que terminan atrapados en la mansión tras una fuerte nevada, y peor aún, amenazados de ser la posible próxima víctima de asesinato cuando un detective se aparece en el hotel anunciando que el culpable está escondido entre los ahí reunidos y tiene planes para cometer dos crímenes más.
El thriller se sitúa no tanto en acción, pero en conversación y recuerdo. En ir conociendo a estos personajes, lo que ocultan y de qué son capaces. Uno de ellos es extravagante al punto de la locura y notoriamente está huyendo de algo, otro pareciera pretender ser extranjero y su cara maquillada quisiera poder pasar por la de alguien más viejo, una de ellas amarga toda plática de la que es parte y oculta su cara ante acusaciones, mientras la otra se niega a decir exactamente de dónde viene y a dónde va. Todos aseguran no estar relacionados con el caso de los niños adoptados, la diversión se encuentra en descubrir quién está mintiendo.
Lo que es bello del montaje de la compañía Teatro Unleashed es el tino en la locación. El Aula Magna del Helénico, de ambiente antiguo, penumbroso y ciertamente macabro, da un tono a la obra que sucede de manera natural entre el público sentado en un espacio que claramente no pertenece a la era en la que podríamos estar tres pasos afuera del lugar. Es envolvente, una cápsula del tiempo que se adelanta al texto a situarnos en un lugar específico, uno donde uno podría temer por su vida y sentir el helado frío de una tormenta que no deja de azotar el exterior.
Con dos puertas al fondo para salir y entrar, los actores tienen armado un espacio que les entrega a manos llenas la posibilidad de crear magia y misterio. Y sí se crea, no sin sus tropiezos.
El acting y compromiso del ensamble se nota desequilibrado, de manera que hay actores y personajes brillando y robando escena de manera continua y otros mucho más dispuestos a ser llevados por el oleaje sin otorgar demasiado al rol que les toca interpretar. Las edades de todos conforman un conjunto joven, demasiado, que pierde la diversidad entre los personajes para cortarlos a todos de manera sumamente hegemónica, especialmente en una Mrs. Boyle, que por más caracterización que pudieran confeccionarle encima jamás logra parecer una mujer mayor.
Pero es el ritmo de la obra el que detiene la capacidad de elevar los latidos cardiacos en suspenso. El movimiento entre salidas y entradas es poco ágil, quizá en una búsqueda de naturalismo, cuando en el texto prevalece una sensación más fársica; y las largas conversaciones diálogadas convalecen en pausas que impiden momentums. Lo que la misma Agatha Christie describió en su momento como un comedy-thriller, en esta versión se presenta mucho más melodramático. Una visión que hace un lado el clásico camp del género para dotarlo de una densidad trágica que a momentos crea instantes potentes y explosivos, y en otros casos sólo pesados.
La estética que el Aula Magna ofrece que ya regala un ambiente muy particular, jamás se ve alcanzada por un diseño de vestuario que pareciera no terminar de decidirse qué época quiere destacar. Pudieran ser los 50, pero entonces hay tanto fuera de lugar. Son sólo detalles, pero que al final del día no dejan de sentirse poco explotados cuando La Ratonera ofrece espacio para la creatividad y el pintar fuera de la raya, como sí hacen en otros instantes.
La Ratonera es entretenida y un disfrutable acertijo que se regodea en su capacidad de ser poco predecible. El texto siempre será uno con el que es fácil pasarla bien, ligero e intrigante, que Teatro Unleashed consigue además dotar de inmersividad y una personalidad muy propia. Pero en términos de ejecución tiene los pies puestos en escalones distintos, uno listo para subir y ser brutal, y el otro aterrizado en la zona de comfort que ya no sorprende del todo. Si al ritmo de Tres Ratones Ciegos se termina de dar el paso para saltar por esa ventana hacia el cielo nevado, La Ratonera sería ese clásico al que uno quiere regresar siempre.
La Ratonera se presenta los viernes a las 20:00pm en el Aula Magna del Instituto Cultural Helénico.