¿Qué tan insignificante es aquello a lo que llamamos «insignificante»? La Vida de Roth es una historia sencilla y sin pretenciones, que en su reflejo de lo poco significativo se convierte en una de las obras más encantadoras del año. Y curiosamente, llena de significado.
El coro de narradores, vestidos con coloridas gabardines que los hacen parecer un paquete de salvavidas, o uno de esos paraguas con los que cubren los puestitos del sol, te lo advierten desde el principio: la historia que están por contar es la de una mujer cualquiera, Roth, una persona insignificante con una vida sencilla, sin muchas alegrías ni tristezas, sin nada que la haga demasiado especial, pero tampoco burda.
De ese modo, y sin que diga una sola palabra detrás de una máscara que con un sólo gesto refleja decenas de emociones, conocemos a Roth. Una mujer solitaria, cuya única compañía en esta vida son las plantas de las que cuida en su casa. Con placeres sencillos como quitar las bolitas de la ropa o comer gelatinas, sin mucho dinero y aún peor suerte en el amor.
Su historia no es una grandilocuente. El coro de narradores, se alterna en contar pasajes sencillos de su presente y pasado, y detalles de su personalidad y pensamiento, que aunque no la convierten en una heroína, ni siquiera en una persona única, nos dejan visualizar perfecto quién es ella detrás de la máscara gris.
Pero ahí, en lo simple de la anécdota yace el encanto de la obra entera, porque aunque la historia pareciera insignificante, cada escena es un homenaje a la vida, llena de color, fantasía, coreografías y diálogos repletos de humor, que no pueden sino recordar a la fantástica historia de una Amélie en cine, por ejemplo.
Y ahí donde Roth pareciera no tener nada que decir, su relato se va convirtiendo en la historia de todos nosotros: los que hemos querido un milagro para adelgazar, los que no pudieron tener su fiesta de 15, los que no se atreven a hablarle a ése que les gusta, los que confían ciegamente en la televisión y creen que con decretar energías el universo tiene maneras de resolver las cosas. Porque al final del día, ¿no somos todos un poquito promedio…y un poquito no?
En manos de Gerardo del Razo (director), La Vida de Roth se convierte en un ballet de emociones. Y aunque el retrato es de una historia común y corriente, no se puede evitar la sensación de estar en presencia de algo fantástico, salido de una caricatura o una novela de realismo mágico, donde un Cristo de iglesia puede hablar y una peluca rubia instiga un momento de baile desenfrenado.
Que bonita es La Vida de Roth. Cuanta ternura, sencillez, carisma y significado se puede encontrar en el paso de una persona, cualquier persona, por este mundo, que como Roth, no alcanza a ver su huella en el pavimento porque está viendo hacia otros lados. Pero la marca ahí está grabada en el suelo y el mundo lo sabe. Lo demás es lo que Roth decida hacer con el tiempo que el mundo le tiene de regalo.
La Vida de Roth se presenta de jueves a domingo en la Sala Xavier Villaurrutia del CCB.