José Manuel López Velarde amplía el Mentiverso ahora con un musical de rocola de los primeros años de Timbiriche con un elenco de caras nuevas emocionante de ver estrenarse en teatro que prueban que La Vida Es Mejor Cantando, en efecto, siempre y cuando no haya viajes en el tiempo que no sumen nada a la historia.
Ésta no es la primera vez que alguien intenta hacer un musical de rocola con la música de Timbiriche, y vaya, la lógica existe. Es uno de los grupos más populares que transitó por décadas y décadas de nuestra cultura pop y nos ha dejado como legado francos íconos de la música pop de este país. Pero, por alguna extraña razón, cada intento de llevar sus canciones a teatro musical resulta mucho más desconexo de lo que uno podría pensar.
Para La Vida Es Mejor Cantando, el nuevo musical de José Manuel López Velarde (Mentiras, Si Nos Dejan) no es la excepción. Y a pesar de tener la pluma de un dramaturgo y director que ya se ha probado antes y con mucho éxito en el formato de rocola, éste no para de caer en las trampas del género que lo vuelven no sólo mucho más genérico que los otros trabajos de Velarde, pero una obra con mucho relleno, demasiadas canciones «porque sí», y poca historia que contar.
Situado en el Mentiverso, y por tanto usando el mismo aparato escénico de Mentiras en el Teatro Aldama, La Vida Es Mejor Cantando divide su atención en dos historias alternas. Una, situada en el presente, donde conocemos a Mickey, un estudiante con ganas de rockear, y a Chispita, la niña becada y por tanto señalada como diferente del grupo escolar. Mickey y Chispita tienen poco que contar en realidad, existen como pretextos ideales para cantar las canciones de Timbiriche que reconocemos aliadas a sus nombres, y Velarde los usa además como guías para un viaje en el tiempo que nos lleva a los años 80, donde la verdadera historia del musical comienza.
Cuarenta años atrás, en la misma escuela de Mickey y de Chispita, cinco estudiantes y un colado de nombres Benny, Sasha, Paulina, Diego, Alix y Mariana están formando un grupo musical – ¡sorpresa, Timbiriche! – para participar en un concurso de talentos. Pero sus sueños de estrellato se ven puestos en peligro cuando entre ellos se despierta un cuadrilatero amoroso que arrastra a Benny a una vorágine de celos, especialmente a él, que viene de una clase diferente y menos privilegiada, para colmo discriminado por los padres de Sasha, que es justo con quien él desea estar.
Romances truncos, celos, aparentes traiciones, romeos y julietas separados por el destino, y canciones de desamor son más que suficientes para hacer un musical completito alrededor de ellos, y muchísimas obras lo comprueban, pero La Vida Es Mejor Cantando decide hacer de éste solo su lado B del cassette. Y al hacerlo pierde demasiado tiempo en una «trama A» en el presente que no lleva a ningún lado y que se repite a sí misma una y otra vez con canciones que no son otra cosa sino setting, dejando el arco de los Timbiriches lleno de huecos que no se logran completar, y peor aún, haciendo de Mickey y Chispira meros espectadores de las escenas pasadas, sombras en la parte de atrás del escenario, que permanecen sin voz ni capacidad de afectar la trama, al punto que es fácil olvidar que están ahí en primera instancia.
De modo que la pregunta es necesaria, ¿por qué llevar a dos personajes a un viaje en el tiempo (acompañados de un aparente gato mágico, que tampoco tiene capacidad catalizadora de ningún tipo) si su presencia en el pasado no va a transformar nada de lo que pueda llegar a ser moldeado como el presente que ellos conocen? ¿Por qué no iniciar la historia en los 80 y usar esos 40 minutos perdidos en ampliar el arco dramático de Sasha, Benny, Diego, Paulina, Mariana y Alix a los que, de hecho, les hace mucha falta poder construirse con cimientos más sólidos? Porque en este musical, Alix y Paulina, que no pertenecen al cuadrilatero amoroso, son un mero adorno sólo para completar la banda y sus escenas están repletas de una inevitable sensación de ¿para qué? Esos minutos preciados les hubieran podido regalar una razón propia de ser.
La Vida Es Mejor Cantando sufre del terrible mal de la rocola. Ése en el que las canciones no avanzan la trama ni desarrollan a los personajes, pero sólo existen porque son populares y entonces hay que cantarlas en algún momento. De modo que en vez de ser incitadas a suceder por la urgencia dramática, es meramente una palabra dicha por alquien la que provoca que se canten, como por arte de magia, que hace que todo un elenco ponga pausa en lo que nos estaba contando, haga un número musical que podría pertenecer más a un show que a una obra de teatro, y luego retome el relato. Los niños del presente y Alix y Paulina tienen varias de ésas.
Y Velarde enfocó sus esfuerzos sólo en los primeros discos de Timbiriche, los que la banda cantaba aún siendo niños. Lo que encima de todo significa que muchas de las canciones más universales de Timbiriche no están presentes en este musical, y una variedad de melodías mucho más desconocidas complementan un score, que aunque bien orquestrado (incluso si las armonías son las menos), no deja de estar demasiado atiborrado y poco preciso al momento de seleccionar en qué momento musical entra cada una de ellas.
Dramatúrgicamente, La Vida Es Mejor Cantando es un cascarón hecho pedazos en el piso cuyas partes son imposibles de juntar. Un intento perezoso de ofrecerle una ficción a Timbiriche (porque no es que sea biográfico, ni mucho menos) repleto de salidas fáciles y aburridas, y de cierres acelerados y forzados para cuando llega el momento de juntar pasado con presente en arcos que no se abrieron desde un comienzo, pero que se ven obligados a materlizar del aire muy de últimas para no dejar a más de un personaje colgado. De modo que los momentos emotivos son fríos y confusos, y canciones de Timbriche, como las dedicadas a mamá y a papá, se ven desaprovechadas por una falta de desarrollo que no les permite tener el momentum que se merecen.
Para fortuna del texto, la obra cuenta con otras muchas áreas mucho mejor preparadas para dar lo mejor de sí, capaces de gritar: «¡Ya llegó la banda!». De entrada un elenco joven y energético que es claro que se para en el escenario del Aldama para comérselo con hambre. Actores como Ilay Perales, Osobampo, Farah Justiniani, Ana Sofi Cordero o Diego Gary todos tienen momentos emocionantes y voces que, es claro, pueden cantar Timbiriche y mucho más, que seguramente en un futuro les veremos beltear su camino a la cima.
Miranda Labardini tiene una presencia corta al inicia del musical pero marca su lugar como la reina de la comedia, de este barrio la mejor. Y el ensamble saca jugo a coreografías que tienen toda la intención de ser apantallantes, especialmente la del opening que no se guarda ningún truco para después, con una orquesta que hace sonar el Gato Rocanrolero como si estuviéramos en concierto del Foro Sol, y Mi Globo Azul como si la estuviéramos descubriendo por primera vez.
El diseño de escenografía e iluminación, planteado en un inicio para Mentiras de Jorge Ballina, Pablo Gutiérrez y Soho Ávila vuelve a tener juego en La Vida Es Mejor Cantando y no deja de ser impresionante, juguetón y colorido, como la ha sido siempre, muy bien reducido pero aprovechado, para ahora un musical matiné, que además le da el necesario centro para colocarlo dentro del Mentiverso. Y es el vestuario de Estela Fagoaga el que aquí se lleva las palmas de la creatividad y la perfección. Inteligente en sus colores y texturas que se hablan desde el pasado y hasta el presente, dando los guiños correctos a Timbiriche sin ser una réplica de nada, los uniformes de todos los estudiantes son una belleza, llenos de detalles que seguramente se pueden ir descubriendo poco a poco función con función.
La anunciada presencia de la maestra Dulce es poca, en realidad y quizá más un justificante que un detonante, y Majo Brunet aún tiene trabajo que hacer para situarse en los zapatos de la Dulce que conocemos en esa otra historia también situada en los 80. Mientras que el Gato Rocanrolero, otro gimmick más de La Vida Es Mejor Cantando, decepciona como un puppet con poco movimiento y nula capacidad gesticular, y una transformación antropomórfica poco menos que rudimentaria y, nuevamente, francamente innecesaria.
Los chistes referentes a la época que han sido característicos del universo que Velarde ha creado para su Mentiverso están presentes, y algunos francamente hilarantes (hablemos por favor de Lorenzo Antonio), si bien quizá muy alejados de lo que los niños pudieran conectar para una obra pensada para la matiné, pero definitivamente atinados para la generación Timbiriche. Y aún cuando La Vida Es Mejor Cantando se percibe como apresurada y mucho menos trabajada que lo que su director nos tiene acostumbrados a ver de él, en términos de show, entrega y mentiríamos si dijéramos que para el curtain call no está uno gritando junto al elenco, «México, México M – E – acento – X – I – C – y – O».
La Vida Es Mejor Cantando se presenta sábados y domingos a las 11am y 1:30pm en el Teatro Aldama.