Con una versión genderbend de Las Criadas de Jean Genet, el director Víctor Carpinteiro busca explorar la dinámica dominante entre clases, y la cercana relación amor-odio y admiración-desdén, desde un lugar más que textual, pero visualmente violento y masoquista.
Como lo hubiera aplaudido Sartre, la versión de Las Criadas que ahora se presenta en el Círculo Teatral está protagonizada por un elenco enteramente masculino haciendo las veces de mujeres que, ojo, no es ni remotamente la primera vez que se hace y de hecho es una modalidad popular entre los que buscan mayor agresividad en el texto de Genet, pero Carpinteiro sí hace lo posible por estirar esa liga hasta donde está por reventar.
En la recámara de una dama de alcurnia, dos criadas hermanas, Clara y Solange juegan a transformarse en su patrona mientras ella está ausente en una dinámica de roles que las lleva de lo etéreo a lo erótico, concentrándose en lo violento y humillante que por un lado sufren y exageran denostando furia y rencor, pero por otro parecen disfrutar mientras se tocan y acarician, y visten las finas telas del armario a las que no pueden sino aspirar.
Una vez sonada la alarma del reloj que marca el final de su juego, las hermanas regresan a su status paupérrimo en el que su lugar es la asquerosa cocina y no tienen más que un catre donde dormir, y aterradas por el hecho de que el amante de la Señora saldrá de prisión a donde Clara lo mandó anónimamente exponiendo documentos privados que encontró en la habitación, deciden que van asesinar a la Señora envenenando su té, no tanto como última salida, pero más como excusa para finalmente hacer lo que por siete años llevan resistiendo.
Y es fácil entender por qué cuando conocemos a la Señora que pasa del cariño, a la locura, al arrebato, y gusta de dominar a Clara y a Solange (Murias Reynoso y Alan Blasco) con quien puede ser tan maternal como bestial en cuestión de segundos. Para su mala suerte, sin embargo, la Señora nunca bebe del té envenenado lo que las deja con una sola trágica salida.
Carpinteiro expande en el tópico de dominancia y placer en el clásico de Genet muy desde el principio, cuando Clara y Solange en su juego de interpretaciones insisten en ahorcarse la una a la otra, y respirarse prácticamente en la boca como conteniendo un orgasmo. Hay un claro referente al sadomasoquismo en la manera en la que ambas Criadas parecieran encontrar placer en la humillación y lo violento, y en lo mucho que se repiten que se odian, pero no pueden separarse, ni evitar necesitarse.
La dirección de Carpinteiro es frenética y sobrepasa por mucho el referente melodramático que se barrre hasta el ridículo, desde donde la diferencia de clases, de lo reconocido como burgués y opulento versus lo aspiracional y poco educado, se vuelve vomitivo e idiota.
Sus actores arman un franco circo en el escenario donde parecieran moverse en espasmos, incapaces de detener sus absurdos ademanes. En especial la Señora de la casa (Iván Iduarte) que baila graciosamente por el espacio, sólo para interrumpirse y enloquecer tirándose al piso para berrear más que como diva, como niño chiquito. Perdiendo todo glamour, toda postura y clase, y entregándose a lo pueril de un berrinche.
El trazo es cansado, para el intérprete, sí, pero también para el espectador. Quizá necesario en la visión de Carpinteiro de este mundo donde reina el sinsentido, pero definitivamente polarizante.
Víctor Carpinteiro nos entrega a sus actores prácticamente desnudos, utilizando sólo ropa interior de la más simple, haciendo de la pobreza y lo desprolijo un visual vocal, que se manifiesta aún más grande cuando la misma Señora también se quita sus ropajes para probar que debajo de un vestido vaporoso usa lencería de encaje por mucho más fina y exquisita que la de sus damas de compañía que apenas tienen para cubrir su pecho con un delantal sin chiste.
No sucede lo mismo con la escenografía que juega bajo sus propias reglas y no intenta realmente transmitir alcurnia y clase. Nos adentra en los aposentos más bien palurdos de una persona que pone flores descuidadas en macetas de aluminio y cubre con cortinas sucias y cutres lo que tendría que sonarnos esplendoroso y bello en su grandilocuencia innecesaria, para entender eso que cautiva y cohibe a Clara y Solange, que detestan y desean tanto al mismo tiempo. Y se contrapone, no de forma tan atinada, con el texto y la imagen de la Señora que en otros muchos sentidos señala lo fastuoso del abolengo engañoso.
Las Criadas tiene un punto de vista claro y eso siempre se agradecerá. Hay azote y contundencia y los tres actores en el montaje se desviven y mueren en ese escenario dando hasta la última gota de sudor que les queda en el cuerpo, cosa que también es inmensamente aplaudible. La entrega es a manos llenas. Pero también hay complicación, artificio y una presentación que redefine lo rebuscado y reta al espectador hasta el agobio.
Las Criadas podrá no apelar a un público universal, pero finalmente cumple con lo que Jean Genet hubiera querido de su obra, tan criticada y despreciada a mediados del siglos pasado: provocar. Y eso es innegable.
Las Criadas se presenta los viernes a las 20:30pm en el Círculo Teatral.