Diego del Río se enfrenta contra la desgracia burguesa de Chéjov, Las Tres Hermanas, y le da su toque personal haciendo chocar el drama con el caos rodeado de un elenco envidiable.
Es curioso que justo ahora, en una época tan alegre y festiva como diciembre, haya tres distintas versiones de Las Tres Hermanas de Chéjov en la cartelera de la CDMX. La más reciente en estrenar, la versión de Diego del Río presentándose todos los días en el Teatro Milán, con el clásico formato de salón de ensayo, que ya caracteriza a su director, y tres monstruos de actrices en los zapatos de Olga, Masha e Irina.
El relato de Las Tres Hermanas es quizá la tragedia más auto-infligida que hay en teatro. Un retrato de una familia burguesa, clase mediera pero bien colocada, cuyos integrantes (tres hermanas y un hermano) parecen perseguir la desgracia en una necesidad casi obsesiva de entender la felicidad como un todo y no como un estado intermitente. Provocando, por supuesto, que la alegría les resulta efímera y la auto-compasión se convierta, básicamente, en su modo de vida.
Irina, la más pequeña de todas, busca poesía en la edad adulta, los trabajos le resultan ordinarios y aburridos, los pretendientes demasiado básicos y aunque en discurso se pretende ambiciosa, en la realidad vive un eterno estancamiento del que podría salir si quisiera, pero prefiere las palabras a las acciones; Masha, la de en medio, está harta de su matrimonio, se casó por enamoramiento, pero una vez desvanecida la dopamina, su esposo se convirtió en un lastre que la ata a una vida de monotonía y conversaciones poco brillantes; Olga, la mayor, nunca se casó, le dedicó todo a su trabajo, sin embargo no parece querer crecer en él y encuentra los ascensos no como recompensa a sus sacrificios, pero como castigo y recordatorio de lo poco que está viviendo la vida que en realidad quisiera.
De André ni hablemos, el hermano de las tres desgraciadas es un pelele, demasiado idealista para ser proactivo y con una voz tan débil que su prometida (y eventual esposa) Natalia, acaba haciendo con él lo que le viene en gana; y peor aún, con el resto de la familia también, posicionándose como la única capaz de moverse y tomar decisiones, por más egoístas y agresivas, aún cuando las tres hermanas la consideran inferior en todos sentidos…pero no saben cómo enfrentarla.
Cuando su pequeño pueblo en Rusia (que, por supuesto, como no es Moscú, es insuficiente para la familia…que tampoco hace mucho por moverse) se ve visitado por un regimiento militar, las tres hermanas encuentran una luz en un inesperado visitante de la que se aferran augurando un mejor porvenir. El texto original de Anton Chéjov dibujaba a las hermanas de manera casi cínica, con un humor que Diego del Río toma la decisión de hacer a un lado, para hacer de la desgracia de las tres hermanas una verdadera tragedia, como la que ellas consideran que están viviendo, y en hacerlo le da un vuelco a la conocida historia y la hace tocar lugares sumamente emocionales.
El mayor acierto de la puesta, sin embargo, se encuentra en su elenco. Maya Zapata, Arcelia Ramírez y Emma Dib se regocijan en el papel de las hermanas dando lección de actuación en cada uno de los cuatro actos, pero son Anahí Allué como la infame Natalia y Enrique Arreola como el patético Fyodor (el eternamente esperanzado esposo de Masha) los que se convierten en el aderezo ideal de un platillo de por sí bien balanceado, trayendo notas y matices que funcionan casi como acentos a un montaje que pudiera caer en lo demasiado solemne.
Todos sentados en un cúmulo de sillas al fondo cuando no son parte de la acción, los actores nos llevan prácticamente a un ensayo del quehacer teatral y consiguen hacer chocar lo caótico y desorganizado de la espera, con lo perfectamente cuidado y puntualmente escrito de lo que se está presentando en proscenio, casi como la perfecta imagen que cuidan las hijas de padres académicos que en el fondo no es más que desastre que jamás se termina de acicalar.
Con ésta, Diego del Río presenta su tercera obra de Chéjov, y como con La Gaviota se avienta el complicado reto de dar función diario durante todo el mes de diciembre, una hazaña que ya se ha convertido en tradición para el realizador y su productor, Óscar Uriel. Y ahora con Las Tres Hermanas se consolida y entrega su mejor versión a la fecha, una que quizá no sea obvia para la época decembrina, pero que perderse sería imperdonable.
Las Tres Hermanas se presenta de lunes a sábado a las 20:45 y domingos a las 18:00 pm en el Teatro Milán.