Con una austera producción en el Foro Shakespeare, Diego del Río nos lleva al hiperrealismo de Los Humanos, con actuaciones brillantes, pero una adaptación que termina por diluir el poderoso mensaje de humanidad de Stephen Karam, la obra es sin duda buena, pero no lo magnífica que el potencial les daba para alcanzar.
Traer The Humans (Los Humanos) a México no iba a ser tarea fácil, y de entrada es enormemente reconocible que Diego del Río tomara el reto de montar, traducir y adaptar una obra que en Nueva York ganó cuatro Premios Tonys en 2016, incluyendo el de Mejor Obra; además de tener entre sus manos un texto finalista del Pulitzer, que tiene mucho que decir sobre el miedo, el amor, la familia, y las flaquezas y terrores humanos.
Y en general Diego hace un trabajo estóico de mantener mucho del significado del texto humano de Karam, y de traducir el naturalismo del montaje original, dirigido por Joe Mantello, para que el espectador fuera de un teatro se sienta verdaderamente partícipe de una reunión familiar sucediendo en tiempo real.
En el Centro de la Ciudad de México, Chinatown, para ser específicos, la hija menor (Paulette Hernández) de una familia provinciana y religiosa es anfitriona de una cena navideña junto con su novio (Nacho Tahhan), evento que también les servirá para darle el estreno oficial a su nuevo hogar que, si somos honestos tiene muchas deficiencias: falta de espacio, de luz, de privacidad, ruidos ajenos que se cuelan por las paredes, situado en zona sísmica, poco segura, etc, pero ellos están felices de tener ese espacio que les es propio.
A la cena llegan sus padres. Él (Pepe del Río), un hombre que carga con una especie de síndrome de estrés post traumático tras haber vivido el terremoto del 85 en CDMX 30 años antes, cosa que lo lleva mucho a cuestionar la necesidad de su hija de vivir en la gran ciudad cuando podría tener una mejor vida en Irapuato. Y ella (Pilar Flores del Valle), una mujer dicharachera y divertida, pero conservadora en el fondo, que no ha terminado de aceptar la idea de que su hija viva con un hombre sin estar casados. Los acompaña la hermana mayor (Luz Aldán), quien ha somatizado todos sus problemas amorosos y laborales convirtiéndolos en un insuperable padecimiento gastrointestinal, dado que acaba de terminar su relación de años con su novia y está por perder el trabajo; y su abuelita (Concita Márquez), que confinada a una silla de ruedas tiene pocos destellos de lucidez completamente transformada de la mujer que conocían por el Alzheimer.
La noche se desarrolla desde las curiosidades inevitablemente graciosas o ácidas de una dinámica familiar, como la de muchos, desde lo pasivo agresivo que puede ser uno con su pareja, lo insoportablemente maternal que lleva a tratar a hijos adultos como niños indefensos, lo agresivo de ser el suegro imponente cuestionando al nuero por su estilo de vida, lo tradicional, el chiste local, etc. La conversación funge para situarnos de manera voyeurista como invitados invisibles a una cena hiperrealista que se siente no sólo real, pero perfectamente reconocible para cualquiera que haya tenido un momento familiar en la mesa.
Aplaudible, muy aplaudible es el trabajo de Diego del Río para mantener la dinámica entre su elenco siempre honesta, siempre creíble, con pequeños detalles que vuelven esta cena una extraordinariamente ordinaria; el de Paula Zelaya que con su traducción y adaptación consiguió volver a esta familia originalmente americana en una profundamente mexicana, especialmente en el caso de la mamá, con todos los detalles que una mujer de Irapuato pudiera tener para darle todo el color posible. Impecable de principio a fin en hacernos creer que este texto bien pudiera haber sido escrito para los chilangos. Y el de los actores que hacen un fantástico trabajo de ocultar el texto en diálogos y movimientos que se sienten asumidos al momento, ni escritos, ni ensayados, ni memorizados. Cosa que no debe ser nada sencilla.
Sólo hay un pequeño problema con esta dinámica. Los Humanos, descrita por medios estadounidenses tras su estreno en Broadway como una obra de terror, está repleta de elementos de suspenso, incluso terror de presunto origen sobrenatural, que escarchan el drama familia, y que Diego del Río toma la decisión de minimizar para enfocarse directamente en lo emocionalmente afectivo de las vivencias y recuerdos de los personajes. Que claro que son de suma importancia, pero forman parte de un todo que tiene un significado mayor.
Los Humanos hojea como en un libro las páginas de las emociones humanas. Y pasa en la gama desde el amor al terror. Y tiene un enfoque especial en los miedos del hombre. El miedo a envejecer, a desvanecerse y perderse con la edad, a ver a nuestros seres queridos cada vez más débiles, más chiquitos. El miedo a no ser amado, a permanecer solo, a que algo en nosotros le resulte tan repulsivo a otros que jamás realmente alguien logre encariñarse con nosotros. El miedo a defraudar a otros, a ti mismo, a no cumplir, el miedo a la violencia, el miedo a ser víctima de lo agresivo o criminal, o peor aún, que un ser amado lo sea. El miedo a la muerte, que quizá es el mayor de todos, el que más mantenemos a distancia, oculto en las sombras del inconsciente, y el que permea la obra por completo. Y de ahí se salta a miedos irracionales, los miedos nacidos de las pesadillas, de las películas y los relatos, el miedo a lo sobrenatural, a lo que sabemos que es poco probable que exista, pero que sería terrorífico simplemente considerar.
De ahí que Karam enfrente a sus personajes originalmente con el acto terrorista del 9/11. El momento de mayor deshumanización en la historia moderna. Un evento que para cualquiera que lo haya vivido de manera cercana es imposible de olvidar, de superar. Un acto que nace de lo más monstruoso que tiene el humano para soltar. En la adaptación de Paula y Diego, el 9/11 se transforma en el terremoto del 85. Un evento que sin duda nos ha dejado marcados como país y que a toda una generación y sus hijos les provocó trauma y paranoia. Es cierto que en términos de PTSD es quizá lo más cercano que hemos vivido como país al 9/11, pero hablando de contextos, es incomparable como desastre natural a un acto terrorista predeterminado, vil y cruel.
Lo que me lleva a preguntarme, ¿era necesario situar Los Humanos en CDMX? ¿Hubiera sido tan terrible dejarla suceder en Manhattan, como lo pide el texto de Karam? ¿Realmente como audiencia mexicana somos incapaces de conectar con una historia que no sucede en nuestra latitud, o hay un cierto dejo de subestimación en creer que no tendría el mismo efecto? Para mí es claro que Diego del Río se vio enfrentado a preponderar lo espejeable y costumbrista de una familia mexicana que por dos horas y cacho nos va a tener en su comedor, por encima del significado entre líneas de su contexto original, y eligió lo inmediatamente reconocible como prioritario. Puedo decir que entiendo la decisión, pero no aseguro que haya sido forzosamente la mejor.
La que definitivamente creo que fue una decisión dudosa fue la de montar Los Humanos en el Foro Shakespeare. Un espacio pequeño y austero que no se presta a poder tener una escenografía como la que Ballina creó para Diego en Casi Normales, y que para Los Humanos hubiera sido más que ideal y perfecta. Diego soluciona y consigue armar el segundo piso del duplex en el que viven sus protagonistas con un tapanco en el teatro ubicado a la izquierda de las butacas. Muy muy pequeño que reduce al mínimo la movilidad de los actores. Pierde cierta efectividad, y muchos de los elementos de suspenso que seguramente hubieran podido ser mucho más potentes de haberlo podido tener todo de manera visible sobre el escenario. La creatividad está presente, y se sabe que Diego se mueve como pez en el agua en espacios alternativos, pero nuevamente el impacto del texto y la isóptica parecen pasar a segundo plano.
¿Funciona? Sí. ¿Podría ser mejor? Cien por ciento.
Más allá de aquello que creo que se pudo haber limpiado para tener una Humanos tan magnífica como se tuvo en Nueva York, hiperrealista sin romper convenciones y de proporciones un poco más épicas, al final del día, la obra la hace la química e interacción entre el elenco. Y si esta Los Humanos logra algo es posicionar a su compañía como un grupo de actores excepcionales. Pilar es sencillamente brutal, Luz Aldán emocional hasta las lágrimas pero entera y contenida, y la energía de Conchita Márquez francamente envidiable. Todos y cada uno de los actores es pieza clave y disfrutables de principio a fin en un trabajo que los tiene encuerados y vacíos de herramientas convencionales y vulnerables por más de dos horas en las que apenas si salen segundos de escena cuando ya están de regreso sin poder soltar un sólo instante la familiaridad y el personaje.
Los Humanos se presenta los martes de agosto y septiembre en Foro Shakespeare a las 20:30pm.