Las historias que pertenecen a un grupo, siempre serán más poderosas cuando las cuentan aquellos que las viven. Lxs Desertores es precisamente eso. Un laboratorio escénico donde cuatro personas trans, tres de ellas menores de edad, relatan desde su vivencia las batallas de la población trans y no binarie desde que son pequeñes, en una sociedad que pareciera querer convencernos de estar muy preocupada por las infancias, pero a todo un sector lo ha llenado de rechazo, odio y miedo.
Las luces se prenden y en escena se encuentra la foto de la familia tradicional ideal. Ésa que tiene un dejo de cincuentera, de comercial de Coca-Cola de los de antes. Alrededor de un árbol de Navidad dos niñas en vestiditos aperlados de princesitas, y dos niños vestidos bajo el rigor de lo que debe ser masculino, incluso a una edad joven, rodeados de pequeños maniquís ataviados con la misma dualidad de género nos dan la bienvenida a Lxs Desertores para rápidamente cuestionarse por qué es que están vestides así si no les representa de ninguna manera.
¿Qué es el rosa para niña y el azul para niño sino concreto que se le ha impuesto a un molde que por años hemos elegido aceptar como único y verdadero cuando se trata de género? Lo mismo va para el balón de fútbol y la muñeca Barbie. La forma de hablar, de caminar, de movernos, las palabras que usamos, los juegos que jugamos, la música que escuchamos, el largo de uñas y pelo, el uso de color en nuestra ropa, la altura de los zapatos, nuestro registro vocal, las revistas que leemos, los temas de los que hablamos, los deportes que jugamos, los uniformes escolares.
Las cuatro personas que se nos presentan primero con esa imagen… no, disfraz, que toda la vida les ha provocado disforia lo dejan muy claro en su primera frase: «Esta es la primera vez que actuamos… bueno, en un teatro». No son actores. No están ahí para recrear una ficción. Son gente, importante, niñes, la mayoría de elles, que de forma valiente y segura se paran fuera de personaje para exponer su eterno nadar contra corriente, vulnerarse, abrir las puertas de su pasado, de su presente y resistir.
Lxs Desertores es un acto heróico en muchísimos sentidos. Son estas historias las que no estamos escuchando en otros lados. Las que están estereotipadas, o peor aún, transformadas en fetiche o broma en medios más tradicionales. Las que siempre narran adultos, no jóvenes, y por tanto tanta gente allá afuera cree que cuando se habla de infancias no existen las queer. Las que actúan, disfrazados, personas cisgénero que no visibilizan ni ofrecen representación alguna. Son estas obras las que podemos contar con los dedos de la mano incluso en el teatro que, técnicamente, es probablemente el lugar más diverso e incluyente. Pero ni tanto, cuando te pones a pensarlo.
Despojados de la ropa que les obliga a presentarse como individuos que no son, les cuatro: Stephany, una niña trans de once años, Andrea, una niña trans de quince, Nico, un niño trans de diecisiete y Dan, una persona no binaria de veintisiete adoptan la expresión que les representa y primero entran a escena en uniforme, para hablar de cómo la escuela es la primera institución que pisa sus identidades con absoluto desdén: maestros incapaces de respetar nombres y pronombres, baños inseguros y violentos, burlas provocadas primero que nada por los adultos, y distintas maneras de reaccionar a eso, algunas más rebeldes otras apanicadas. Todas válidas. Todas evitables.
Cada une se turna para contar su experiencia personal, usando a los maniquís que les acompañan siempre como símbolo de la sociedad que nos rodea, del reglamento tácito impuesto sobre lo que debemos ser desde el momento en el que una mamá se hace un ultrasonido y de ahí prosigue con una retrógada «gender reveal party«. Las historias varían. Están los papás que insultan y los que reciben con el corazón abierto, les que buscan un cambio físico que muestre de manera externa lo que son por dentro, y les que entienden que en este mundo hay hombres con vagina y mujeres con pene y las explicaciones genitales están de más. Les que se encuentran en etiquetas y manierismos, y se adaptan incluso a cierto estereotipo de género como pez en el agua, y les que aborrecen ser encasillades. Todes comparten una cosa en común. Se sabían trans desde muy pequeñes, y un video casero de Dan lo demuestra, cuando a cámara, teniendo tal vez cuatro, cinco años, pide que se le hable en masculino y juega a tener una esposa.
La experiencia escénica tiene momentos caóticos. No es limpia de ninguna manera, pero nada nacido de una disidencia tendría que serlo. Hay quien conecta más con su emocionalidad y logra transmitir mucho con su relato, y quien habla un poco más distanciade, de cierta manera fría, incluso acelerada, que pareciera no querer escarbar demasiado, sólo soltar y compartir. Al final del día, les cuatro en Lxs Desertores, repito, no son actores, son expositores, y el histrionismo no tiene que ser uno de sus fuertes, pero lo son el coraje, el temple y las ganas de sacudir, y bajo esos términos cumplen su propósito.
Visualmente hay sencillez en que el único prop sean unos maniquís, pero incluso ese gesto simple tiene momentos contundentes. Nico va ejemplificando a través de ellos lo que es para un hombre trans tratar de ocultar el busto, desde el uso del binder, la incomodidad del bra, hasta la euforia de una masectomia que les permite salir en traje de baño a una playa sin ocultarse, y las cicatrices de la operación las pinta en uno de los maniquís. Hay un momento de brillo y baile, cuando Dan cuenta su historia en la que todos los maniquís son usados para celebrar la expresión de género queer y no binaria a través de la mezcla de todo tipo de prendas en las que se nota una variedad individual que de algún modo recuerda a los club kids de los 80, que desde ese entonces desafiaban la estructura patriarcal.
En el fondo, las luces pintan un telar con los colores azul, rosa y blanco de la bandera trans, y continuamente hay música, hay baile, hay celebración. Lxs Desertores no es una obra trágica, ni panfletaria, no es lastimera ni cruel, es real y un pequeño escaparate hacia las vidas de personas que mucha gente en el público desconocen, o tal vez necesitan conocer, que es aún mejor.
Ese hashtag, ese famoso #ConLosNiñosNo es el que se desploma al piso en el Foro la Gruta para transformarse en #PorLesNiñesSí. Les niñes, lxs niñxs, son, existen desde siempre, son probablemente les más desprotegides, son les más propenses al suicidio y la violencia, como las mujeres trans cuya expectativa de vida es de 35 años, son estas infancias las que más protección, empatía y apoyo necesitan porque allá afuera conservadores y políticos en Twitter discuten dónde sí y dónde no pueden hacer pipí, como si les incumbiera, como si no les estuvieran matando como para que la preocupación sean los títulos en los baños. Porque allá afuera las redes sociales empujan el llamarle a toda persona de identidad disidente «pedófilo». Porque cuando se habla (o escribe) en lenguaje inclusivo, no falta el que saca la RAE como escudo protector, como si una «e», una «x» fuera dañina y golpeara tanto como lo hacen las agresiones a este sector queer. Como si no naciera más de la empatía, del cariño, de lo humano que de la gramática.
Lxs Desertores se tiene que gritar. Es una resistencia. Y una muy bella. Hay personas de once años que saben perfectamente quiénes son, cuando otros adultos apenas lo están descubriendo décadas adelante. Les niñes no están desconectades de su identidad, no son tontes ni necesitan ser protegides de la educación sexual, la entienden mejor que mucha gente ya maleada con prejuicios. Los cis y les trans, todes merecen un acercamiento a estas historias, a la información, a conocer el mundo como es sin maquillaje, a empaparse de las diferencias para aprender a respetarlas. Y les adultes, esos aún tenemos salvación, les que estamos dispuestes a escuchar, soltar conceptos viejos, desechar lo inservible y fluir con un mundo que evoluciona hacia un lugar donde, eventualmente, todes puedan ser sin culpas y miedos.