La que bien pudo haber sido una despedida grandiosa y una celebración a la importante trayectoria de Diana Bracho, Madres e Hijos, desprotege y descuida a su actriz hasta sacrificar el entero de la obra en una decisión ejecutiva imposible de entender que resulta en caos incontenible y el montaje más problemático de Diego del Río.
Le he dado muchas vueltas a cómo escribir este review, a buscar las palabras adecuadas para puntualizar lo que Madres e Hijos hace con una de las actrices más legendarias del país. Puedo aceptar que salí enojado del teatro, confundido, decepcionado en muchos sentidos. De modo que me resulta difícil redactar este documento hablando meramente del montaje, como si fuera uno más, porque no lo es, y porque el verdadero problema inicia tiempo atrás, en la decisión de darle el protagónico a Diana Bracho, con problemas de salud que le impiden realmente estar presente en la obra, y luego soltarla sin arma alguna a un escenario, que por tanto tiempo la ha venerado, para que la veamos desvanecerse frente a nuestros ojos. Como si eso fuera el espectáculo.
El texto de Terrence McNally, que se une a varios más de los dosmiles para acá sobre el fúnebre legado del SIDA en una comunidad lgbtq que carga con esa historia y aún hoy batalla por desestimgatizarlo, gira en torno a una madre que decide sorpresivamente visitar a la ex-pareja de su hijo (que ya tiene una familia propia, un hijo propio con su ahora esposo), fallecido veinte años atrás, y finalmente enfrentar lo que por décadas su insistencia en negarse a la homosexualidad de su hijo y la vida que llevaba habiéndose mudado a Nueva York, le ha impedido darle despedida.
Terrence McNally se recarga en un melodrama que históricamente tiene razón de ser, pero que para 2024 pudiera parecer redundante en esta insistencia en contar historias lgbtq siempre desde la tragedia, aunque de cierta manera lo equilibra integrando a una familia homoparental de auténtica armonía. El texto no es el más actual, sin duda, y tampoco viene a descubrir ningún hilo negro. De hecho, recientemente en el mismo Teatro Milán, se presentó La Golondrina con una confrontación similar entre una madre marcada por la homofobia que perdió a un hijo gay y ahora se arrepiente, y la ex pareja que la ayuda a hacer catársis. Madres e Hijos habita el mismo mundo sin proponer mucha novedad.
El texto, sin embargo, pudo haber tenido un gran tratamiento escénico, más tomando en cuenta que Diego del Río (director) lo tomó en sus manos y sabemos de sobra lo que Diego puede hacer incluso con las historias más sencillas, pero el montaje no tiene a dónde ir, ni nada que contar, porque ni una sola persona en ese elenco realmente logra estar presente y acudir a la ficción. Todos se mantienen anclados a una realidad que, con toda razón, probablemente les prepcupa y por tanto su modus es de protección y no de fluidez. Madres e Hijos tiene mucho de lectura dramatizada y poco de puesta en escena.
Diana Bracho, que sin duda en papel suena excelsa para el rol de la mamá, no está en un momento en el que pueda sostener sobre sus hombros una obra que le requiere estar en escena el 90 por ciento del tiempo, exhibiendo una carga emocional exhaustiva y marcando el ritmo del montaje. Y si Diana es la primera en no acudir a la ficción, nadie más, por buenos y efectivos actores que puedan ser, se logran sumar a la historia. La obra vive en una eterna etapa de ensayo. De primeros ensayos, y no transmite nada. Sólo subsiste.
En un intento por maquillar una decisión ejecutiva irresponsable, la producción decide ponerle un micrófono sólo a Diana Bracho, para que podamos escuchar lo que ya no se puede impostar, provocando una cacofonía notoria y descolocante desde el inicio de la obra. Una solución en audio complicada de entender porque no sólo rompe por completo con el equilibrio entre actores (que bien pudieran estar todos microfoneados), pero además señala de manera evidente a Diana, segregándola y evidenciándola como una persona que «ya no puede».
La solución de cualquier manera no es efectiva porque el micrófono nubla los momentos de voz más susurrada de Diana y porque permite la entrada de voces ajenas a la de ella cada que algún otro actor se le acerca, de cualquier manera silenciándola. Gran parte de los diálogos de la obra se pierden en el intento de tratar de escuchar lo que se está diciendo.
Tampoco funciona del todo la solución de acudir, sólo en momentos, al naturalismo. Una propuesta de Diego del Río a la que no es del todo ajena, pero que acá no pareciera ser una decisión de estilo, sino un parche. Sabiendo que a Diana Bracho no se le puede pedir una entrega de diálogos enteramente memorizados, y teniendo un niño chiquito en escena, sólo en ciertos instantes, Diego les permite asumir un estado más realista y jugar a vivir muy en presente sin mucha teatralidad (que ya había logrado en Los Humanos), pero la obra va y viene, tiene minutos naturalistas, otros mucho más dramatizados, y el resultado es un tetris donde las piezas no ajustan y los huecos se notan.
Al final la obra se queda con muy poco que decir. Sobre un historial de muerte y rechazo para la comunidad lgbtq, sobre la maternidad (y paternidad) y lo que implica en términos de sacrificar visiones y terquedades personales por la felicidad y el bienestar de otro, sobre el duelo, el enfrentamiento con un cierre, la era post epidemia mortal que ha dado pie a un tiempo en el que indetecable es igual a intransmisible pero que aún se carga como estigma violento, etcétera. La ficción no sucede y el montaje es helado.
Más allá de lo fallido como puesta en escena, Madres e Hijos resulta tan, pero tan cuestionable. ¿Nace de la condescendencia, el amarillismo, la necedad? ¿Una buena intención que cayó en lo descuidado? Me resulta imposible identificarlo. Creo que el público agradece ver a Diana Bracho, incluso sabiendo que no están presenciando uno de sus grandes y míticos trabajos, poderle regalar una ovación para despedir lo que probablemente sea su último trabajo en teatro. Pero por más vueltas que le doy no creo que eso pese lo suficiente para volverse justificable. Si pienso en Madres e Hijos sólo una palabra se me viene a la cabeza y ésa es «irresponsable». Y es una lástima.
Madres e Hijos se presenta viernes, sábados y domingos en Teatro Milán.