Con un relato sobre ser obligada a crecer con los pies en la tierra y dejar de mirar a las estrellas, Clemente Vega se estrena como director y dramaturgo con Mamá Se Fue A La Luna, un proyecto tierno, conmovedor con un punto de vista propio, en un cohete que despega rodeado de un ensamble enorme, color, coreografía y muchas referencias a los mágicos 80 que se vuelven un personaje más dentro de este mini universo que tiene fuerza de gravedad propia.
Da gusto y emoción por lo que viene saber que la generación más joven de teatreros, aquellos que comienzan a tomar la batuta de los de carrera larga, incluso de los millennials que se han ido labrando camino propio, está iniciando a tatuar su marca en la escena con garra y pasión. Y no sólo me refiero a Clemente Vega como creador, pero incluyo a la enorme cantidad de actores y creativos de su generación que conforman y levantan Mamá Se Fue A La Luna. Entregando un trabajo con corazón que gente más experimentada aún batalla por transmitir.
Basada en una anécdota real, Mamá Se Fue A La Luna nos transporta a la órbita de una familia similar a muchas, y sin embargo distinta en tantísimos sentidos. Regida por una madre dividida por polos opuestos: el que le permite ser divertida, cándida y una cuidadora en todo el sentido de la palabra; y su lado B que no puede evitar saber que la vida que lleva no es la que le tocaba, ni siquiera la que eligió por voluntad, y la urge a escaparse y volar lejos. Cosa que hace, sin importarle dejar atrás a tres hijos pequeños, su esposo y su madre. Quizá de manera egoísta, tal vez narcisista, quizá meramente humana y sobreviviente.
Como fuera, es la hija mayor la que se ve obligada a cortar su infancia y convertirse en el pilar de la familia. Tomar la responsabilidad adulta que pareciera que su papá es incapaz de agarrar en sus manos, y transformarse en una mamá para sus dos hermanos menores que, ante la pregunta, ¿dónde está mamá? y con la impotencia de la verdad y la aberración a lastimarlos les miente haciéndoles creer que es una astronauta que se ha ido a la luna. Mentira con la que en esa casa todo mundo crece por años, incluido el chofer de la familia.
La obra adopta varias cronologías para entender el pasado, el presente y el futuro afectado inevitablemente por las decisiones de una madre que iba y venía sin importar que cada que apareciera fuera como un meteorito chocando para dejar un cráter, manteniendo a Catalina (la hija mayor) y a Dalena (la madre) como ejes alrededor de los cuales el resto de los planetas y satélites de esta familia giran y dependen.
Clemente Vega hace una cosa muy bella al transformar su escenario y ensamble en un sistema solar eternamente en movimiento rotativo y traslatorio. Cuerpos celestiales cuyo trazo circular recuerda al de las estrellas, montados sobre un escenario en forma de coliseo a cuatro frentes, que nos permite vivir esta obra como si la viéramos desde un mapa espacial, y pudiéramos entender dónde se para cada uno de ellos dentro su propia órbita en distintos momentos del tiempo.
Inteligente pero barroco, Clemente hace uso de 16 personajes en escena que, en muchísimas ocasiones, agrupa retacando el suelo de Un Teatro para llenar de vida la escena, y en otras tantas recolecta y coloca sus fichas en lugares clave para ir armando bonitas constelaciones. El truco es visualmente atractivo y vibra con una energía especial; aunque es cierto que a momentos cae en lo atiborrado e inevitablmente mantiene a actores completamente fuera de toda narrativa y siendo parte meramente coreográfica de un cuadro que requiere cuerpos y no necesariamente intérpretes.
Protagonistas, personajes recurrentes y personajes incidentales conviven además con seres de fantasía. Cuatro aliens, símbolo de aquellos juegos y acompañantes de infancia que permean la idea de un pasado que ha quedado arraigado y negado a dejar ir por completo la infancia. En vestuarios neón, además perfectamente pensado para que cada uno de ellos tenga una personalidad carismática muy específica y efectiva, los aliens abrazan cada momento sosteniendo el peso de volverse adulto con la ligereza de risas y juegos, y el retorno a lo naif. Ciertamente, sin embargo, reiminiscientes de los Minions de Illumination cuya forma de comportarse y hablar están replicados en estos cuatro, seguramente más sin querer que otra cosa.
El último símbolo que permanece eternamente en escena es una astronauta. Una que comparten Cat y Dalena. El eterno recordatorio de la mujer que es capaz de volar lejos y soltar, amarrada al mismo tiempo a una mentira que se ha contado por mucho tiempo e incapaz de liberarse del todo de ese traje espacial que la mantiene siendo una memoria de un momento que partió a una familia por años.
Encima del festín visual, Clemente Vega lleva más lejos lo que es capaz de sostener una mirada y juega con fotografías en el suelo que se vuelven mementos congelados en el tiempo, como si estas órbitas también fueran relojes de arena; y con aros de luces que representan transiciones, momentos en los que distintos personajes dejan su anterior ser atrás como cruzando un agujero negro sin saber qué hay del otro lado. Todo esto pintado en una estética ochentera a la Cyndi Lauper, Jem, Flans que además se acompaña con música de la década que provoca vigorosos bailes, y mejor aún, ingeniosas referencias, simples guiños para el que puede reconocerlos, donde se imita a la Chiquiti Bum del Mundial del 86 o la escena de cierre de The Breakfast Club, entre otros varios. Sagaz.
Las estrellas del montaje son inevitablemente los cuerpos solares de mayor gravedad: Ana Guzmán Quintero como Cat y Samantha Salgado como Dalena que demuestran una capacidad magnética cuya fuerza de atracción sale de la escena para permear en el público, y construyen personajes de mucha fuerza, mucha potencia, mucha verdad. Son verdaderamente cometas cuyo paso no te quieres perder ni en un parpadeo.
Pero no hay eslabón débil en el elenco de Mamá Se Fue A La Luna, Carmen Vera como la abuelita tiene una entereza al momento de ser irreverente que no puede sino provocar carcajadas, y Pilar Flores del Valle como la vecina metiche, tiene cortas intervenciones, pero memorables e hilarantes al punto de que es el satélite en este planetario al que todo mundo quiere dirigir la mira de su telescopio. Ketzali Reyes y Sebastián Robledo como los hermanos más jóvenes regalan ternura a manos llenas, entiendes por qué Cat los quiere proteger de todo, exponen una vulnerabilidad necesaria; y Kaleb Oseguera, como el eventual amor de Cat es precisamente eso, amoroso, encantador, un príncipe que cambia su córcel por una guitarra para aparecerse ante la dama del cuento y decirle aquí estoy para ti en las buenas y en las malas.
Una familia bella con una historia sencilla pero enternecedora y valiosa. Ahora, no por eso libre de la necesidad de tijereteo. El texto de Clemente Vega, como está, supera en longitud y densidad lo que está historia necesita para no decaer. El primer acto está lleno de sorpresas y escenas que emocionan, pero para el segundo, que entra demasiado tarde, la tensión flaquea, los diálogos y escenas empiezan a volverse redundantes, lo sorpresivo se transforma en predecible y acaba por caer antes de lograr retomar vuelo en su escena de cierre.
Los diálogos de Clemente son preciosos. Su pluma y la capacidad de poner en sencillas y memorables palabras perspicacia e intuición que uno quisiera enmarcar en algún lado son su gran virtud; pero ni siquiera las citas expresivas son capaces de sostener un montaje tan largo que en definitiva se aventajaría de una edición que pudiera compactarlo.
Mamá Se Fue A La Luna pudo haber sido el Apolo 13. El primer texto y dirección de un creador que apenas está saliendo de su zona de confort para ganarse un nombre en esta industria, y sin embargo el cohete vuela y navega a su destino, sí pasando quizá por un par de lluvias de asteroides, pero aterrizando de pie para poder dejar salir a su gente a colocar una bandera en este tianguis teatrero tan necesitado de nuevas voces y proclamar: Un pequeño paso para el teatro, pero un gran salto para aquellos que ya delinean una promesa genial en este universo de ficciones que desde ya los recibe con un cielo estrellado.