Mimesis, un musical que pretende ser inclusivo, pero se oculta en la normatividad.
Tengo que aceptar que salí decepcionado de Mimesis. Más allá de las muchas áreas de oportunidad del musical (a las que entraré en detalle más adelante), en verdad me esperaba una obra inclusiva con la comunidad sorda. No sólo se ha vendido como novedoso por el uso de chalecos que permiten a la gente vivir la música a partir de vibraciones, pero está apoyado por la organización Viendo Te Entiendo, lo que me llevó a creer que vería un espectáculo en parte hablado en LSM (como las obras de la compañía Seña y Verbo), con una historia nueva y representativa de las personas que viven con algún tipo de discapacidad.
No es el caso. Mimesis le da la vuelta a contar una experiencia verdadera y honesta sobre la sordera y sus batallas, y en su lugar relata un cliché normado, que incluye un párpadeo de vivencia más realista los últimos tres minutos del montaje. ¿En nombre de qué? Supuestamente de un plot twist que tendría que caer sorpresivo, pero dado el marketing de la obra es esperadísimo, y termina por resultar muy frustrante.
Todo el musical te atascan con frases inspiracionales de Pinterest y canciones de autoayuda sobre el cumplir y perseguir tus sueños sin que nadie te diga lo opuesto, para que al fin y al cabo, jamás veamos a la protagonista, Maya, luchar por los suyos y superar obstáculos desde un lugar con verdad, pero nos atoren en una ilusión que no pasa de ser meramente anecdótica, y en términos dramatúrgicos sumamente aproblemada.
Pero vayámonos por partes. La protagonista de Mimesis es Maya (Lucía Huacuja), una adolescente en apariencia torpe e insegura, atrapada en el sueño impuesto de su madre (Ana Ceci Anzaldúa) de convertirse en gran bailarina como ella lo fue alguna vez; aunque Maya lo más que desea es una oportunidad en el teatro musical. Cantando y actuando. Luego de conocer a Omar (Iker Paredes) y ser convencida de ir a CDMX a audicionar para la Compañía West End México, Maya se revela contra su madre y escapa con tal de conseguir su anhelada oportunidad.
Como sinópsis no suena mal. Un clásico viaje del héroe con el bonito mensaje de luchar por alcanzar los sueños a pesar de todo obstáculo, el problema es que Mimesis no sale nunca de lugares comunes, y Rafa Trejo Ortega (director y dramaturgo) tiene demasiada prisa por sacar a sus protagonistas de Guanajuato, donde comienza la historia, y llevárselos a CDMX como para dejar cocinar la trama y relaciones entre personajes lo suficiente como para no volverla inverosímil y artificiosa.
Mimesis encima sufre del clásico mal atiborrado del dramaturgo verde de querer contar demasiado en una historia que no requiere más que de un arco narrativo, bien fundamentado, bien sostenido y bien narrado. Pero acá se debate entre si el centro son Maya y Omar como amantes imposibles, la odisea de Maya que la lleva a tres distintas ciudades para encontrar un lugar en la industria teatrera, o su relación conflictiva con una madre que no ha entendido que ella y su hija no tienen por qué recorrer caminos similares. De modo que los tres arcos están aglomerados, imponiéndose los unos sobre los otros y no dejando avanzar con cadencia a ninguna parte de la trama.
La más problemática de todas es la relación fugaz y amorosa entre Maya y Omar. De entrada porque, honestamente, Omar es de lo más innecesario a la trama. Su tarea se podría realizar fácilmente desde un lugar secundario, pero más allá de eso, él está escrito peligrosamente cercano al modus operandi de un acosador durante gran parte del primer acto, cosa que tal vez pudiera pasar por encantador si no fuera porque el texto insiste en avalanzarlo sobre Maya como predador, y la dirección no lo salva ni tantito de quitarle lo hambriento. Para colmo, la mejor amiga de Maya, Mafer, no sabe ni el nombre del susodicho cuando ya le está cantando que «le de su flor». Con esa selección de palabras.
Para el segundo acto, Omar pasa de ser un necesitado a un manipulador gaslightero sumamente problemático. Mucho más cercano a un villano de cualquier otra historia, que al héroe romántico que Mímesis nos quiere pintar. Eventualmente incluso el texto lo deja morir por la paz, pero no sin antes darle a él el mentoreo de sabiduría que lleva a Maya a encontrar su propia voz y dejar de esconderse en el miedo y la cobardía. El patanazo egoísta y desubicado es al que Maya le debe el poder avanzar su historia. El que vive con ella la canción más brutal del musical bajo un manto de estrellas.
Muy conflictivo dado lo mal escrito del personaje, la poca química entre Iker y Lucía, y que bien podría haberse transportado todo ese crecimiento hacia el papel de la madre, que da un mensaje muy distinto, que hubiera permitido a Ana Ceci Anzaldúa brillar muchísimo, y que otorgaría a la relación mamá e hija un fuerte obstáculo que superar para unir un necesario vínculo, lejos de la machista idea de que una mujer necesita de un hombre para saber su lugar.
Los números musicales tienen sus altibajos. El musical empieza con un momento muy desafinado a manos de Adrián Pola, que bien podría deberse a que el diseño del sonido es insalvable y muy probablemente los actores no se escuchen en el escenario, mediano y promedio, pero eventualmente llega a canciones interesantes. Los solos de Lucía Huacuja e Iker Paredes son bonitas baladas poperas que encuentran un buen lugar en el oído, pero es curiosamente el número que menos se toma en serio a sí mismo el que mejor funciona.
Interpretado por Renatta Bagó, que por mucho se lleva la obra en sus poquitas apariciones como una especie de hada madrina para Maya que el programa de mano nombra Juglar, la canción dedicada a los muchos defectos que hemos romantizado de la CDMX es absolutamente genial. Tan divertida, tan simpática, tan bien bailada y cantada que provoca que te preguntes, ¿dónde está ese mismo humor, ese mismo ingenio el resto de la obra?
Hay un símil dedicado a Nueva York no tan afortunado como el de CDMX, pero igualmente disfrutable. El acto uno cierra con el himno de Mimesis, bellamente cantado, pero sin sentido escénico alguno. El ensamble entra en color blanco, mientras los recientes amantes cantan bajo la luna, el problema es que acaban rodeados de gente sin justificación real, dado que técnicamente están solos. Muy bonito y la canción hermosa, pero al final, como varias cosas en Mimesis, más montado como capricho que en favor de la narrativa.
Hay dos números que encuentro enormemente dolorosos, porque no hay nada peor que una obra musical queriéndose robar lo que otra ya hizo antes e hizo mejor. Puede ser que Trejo Ortega lo hubiera concebido como homenaje, pero la realidad es que en butacas se recibe como plagio. Un número de tap donde Maya baila enojada tras recibir la negativa de su madre de ir a audicionar a CDMX, idéntico al Angry Dance de Billy Elliot hasta en su razón de ser; y otro más al inicio del acto dos que es una franca calca de I Hope I Get It de A Chorus Line. Triste, pero cierto, Mimesis toma demasiado de sus referencias al punto que se siente robado.
Escénicamente no hay tanto rescatable. La escenografía a base de espejos y módulos con rueditas es más una sálida fácil que un concepto; la iluminación es errática y el diseño sonoro no permite al ensamble escucharse, con un gis permanente en los micrófonos que mata mucha de la calidad de la puesta. Pero las coreografías de Joshae Cruz son un buen salvavidas. Hacen de momentos opacos algo alegre y buscan riesgo y novedad, donde el texto no se atreve a salirse de lo que conocemos. Y eso se agradece.
Ana Ceci Anzaldúa es una mega estrella. Tanto que es notorio lo mucho que sobresale entre sus compañeros de escena. Está impartiendo lecciones a derecha y a izquierda en control vocal, actuación de una canción y dominio del escenario, cosa que sus colegas más jovenes aún tienen que aprender. Su canción, que también tiene bastantes similitudes con Miss Baltimore Crabs de Hairspray, menos la comedia, es uno de los grandes momentos de Mimesis, y una de las razones por la que es frustrante que el texto no le permita sumergirse más en su personaje y tener mayor interacción con Lucía Huacuja. Es un elemento desaprovechado en una obra que la necesita.
Renatta Bagó, repito, brilla cada momento que aparece. Es cautivadora, sexy y gran bailarina, y a su favor la rodean de un ensamble muy dispuesto a entregarlo todo en el escenario, con cambios rápidos que se tienen que aplaudir porque backstage Mimesis debe ser una locura.
En México hay obras como Siete Veces Adiós, Urinetown o Las Meninas que hacen funciones especiales con traducción simultánea de LSM. Me parece que esas obras hacen un esfuerzo mayor por alcanzar la inclusividad en el teatro que Mimesis que usa la sordera como un pretexto. Me parece una lástima. A pesar de los chalecos, no logro entender cómo una persona sorda pudiera disfrutar al cien de la obra si está pensada para un público escucha. Y está escrita desde la experiencia escucha. Porque eso de querer ser estrella de musicales y encontrarlo complicado, no le sucede sólo a la gente con discapacidades. ¿Entonces dónde está aquello que hace distinta a Maya y que sólo ella puede contar?
Un musical con canciones sumamente rescatables por parte de Manuel Vargas Mena y Daniel Lopto que pide a gritos salir del cliché, de lo esperado, del «tú puedes» de coach que leyó varios libros de psicología positiva, de mayores momentos de ingenio y comedia que en pocos instantes demuestra que sí tiene y sí pegan, de abandonar ideas que se perciben misóginas y anticuadas, de contar una realidad que para muchos resulta desconocida y que es inmensamente valiosa más que maquillarla, de atreverse. Si Mimesis sirviera lo que en el menú promete estaríamos hablando de una obra increíble. Pero no hay otra forma de lograrlo que arrancándose las capas con las uñas hasta llegar al corazón que ahorita está latiendo muy quedito y muy por debajo de lo que alcanzamos a ver.