Un ejercicio donde el sonido se vuelve protagonista, recuerdo, emoción y catalizador, Momma es la historia de una mujer, como un viaje por los audios de su pasado, con una Dai Liparoti lanzándose de lleno a un formato que la obliga a vulnerarse hasta el desnudo de cuerpo y alma para mostrar el pedazo de actriz que Diego del Río tiene (y ha tenido) entre sus manos como un diamantito.
Hace un par de años el famoso ASMR (autonomous sensory meridian response) se popularizó en redes sociales como formato usado en videos grabados en susurros para puntualizar la potencia de un audio normalmente más silencioso y conseguir reacciones de franco placer y enchinamiento de piel a partir de la atención absoluta al sonido, desde el más simple hasta el más repulsivo, quizá. Momma toma mucho de esa idea, pero la transforma en un monólogo con una narración que más allá de permanecer en el truco del ASMR entrega una historia nacida de una herida que muchas mujeres podrán entender de forma personal.
Desde el momento en el que Dai Liparoti se asoma al escenario es Momma, una mujer con un nombre poco común, más importante aún, con una fonética suave cuando se pronuncia entre labios sueltos. Rompiendo inmediatamente la cuarta pared, Momma explica que pretende grabar toda la obra en su computadora ayudada por un micrófono que capta hasta el más mínimo sonido en la sala, razón por la cual ni siquiera hay celulares permitidos en la función.
Aunque el comienzo del monólogo se recarga precisamente en los lugares comunes del ASMR, el escuchar agua caer, agua moverse y a ella en una voz pausada y lírica, relajante de muchas maneras, el unipersonal toma un giro interesante cuando Momma, al momento de relatar su historia comienza a darle voz y sonido a lo abstracto, al recuerdo, a las acciones que no forzosamente identificamos con un audio característico. Con un dominio magnífico de las mil formas de respirar, exhalar y crear sonido, Dai Liparoti, trabaja una variedad de ruidos específicos para hacer perceptible al oído lo imperceptible de manera coloquial.
Identifica las varias maneras en las que se pueden escuchar sus orgasmos, y de donde viene cada chillido. Recuerda el sonido de un cosquilleo que pasa de broma a abuso, imita la respiración de sus padres, de su abuela, y ofrece un suspiro muy específico para lo que ella describe como el sonido de una herida curándose. Momma nos envuelve en un mundo donde el audio es catártico y Dai Liparoti, como actriz, completa la complicada tarea de no sólo ambientar con su voz, pero otorgar significado a ruidos, no palabras, con una interpretación que trasciende diálogo y corporalidad, que es con lo que normalmente asociaríamos la actoralidad.
La historia de Momma es una quebrantada, aunque ella se presenta carismática, cándida y de cierta manera alegre. Desde el absoluto naturalismo, Momma crea conversación con su audiencia, donde ella simplemente está platicando aquello que le viene a la mente, e incluso sube al escenario a una persona del público en representación de su mejor amiga, para poder tener un interlocutor cercano que facilite la idea de tertulia que el unipersonal crea, alejándose de todo sentir actuado y escrito.
Pero está actuado de manera magistral, y está escrito con el corazón y las heridas a flor de piel. Desde chica Momma tiene en mente a su tío como un tiburón, un hombre que la toca de manera indebida haciéndolo pasar por juego, y que su propia madre se niega a ver como el depredador que es. Su madre tiene miopía selectiva, explica. Mucho de lo que Momma cuenta está directamente conectado con su relación con la sexualidad. Su vivencia ante el placer que se mezcla con culpa, la voz de un padre que le recuerda llegar virgen al matrimonio, y de una tía que la hacía sentir «puta» sólo por usar un traje de baño con el que pudiera excitar a sus primos en ropa poco modesta.
Momma carga con lo que su gente y la sociedad la ha hecho sentir sobre su cuerpo, su sexo y su papel como mujer, pero eso que carga no es un saco de piedras que simplemente pesa en la espalda, pero uno de vidrios con filos puntiaguidos que constantemente la arañan. No ha podido mantener una relación estable porque su primera relación inestable y conflictiva es con ella misma. Porque desde niña la hicieron sentir un conejo asustadizo, siempre presa dentro de la cadena alimenticia donde el hombre es cazador.
La historia de Momma es la de muchas y Talia Yael, dramaturga, la escribe desde un lugar que no puede evitar sentirse personal y enormemente transparente. Y no sólo la de Momma, pero la de su madre. Una relación repleta de cicatrices imposible de curar porque el silencio, ese audio que dentro del espectro del sonido consideramos nulo y que sin embargo carga con un poder increíblemente intenso, ha permanecido como barrera entre ellas, especialmente en una familia donde a la mujer se le juzga con facilidad y se le castiga con rigor. La obra al final es sobre ellas dos, y en su momento más tierno entendemos que «Momma» como nombre es un símil fonético de «Mamá».
Dai Liparoti toma todos los riesgos en un unipersonal que la enfrenta no sólo quizá con fantasmas propios, pero con la difícil tarea de transmitir desde lo que damos por sentado. Cosas como la respiración, un grito ahogado, el canto no por gusto pero por necesidad, y el ritmo que le damos a una conversación, donde hay palabras, pero también silencios. Ahí donde estamos acostumbrados a viajar a lugares de nuestro pasado y nuestro presente a través de olores, de imágenes, Momma nos recuerda el poder catártico del oído, tantas veces asumido y no siempre abrazado como un sentido que se conecta con nuestro lado más emocional. Con la música solemos hacerlo, mucho, pero no con el ruido del día, el de una piel rosando con otra piel o el de una mano tocando un espacio íntimo.
Diego del Río, director, después de perfeccionar el naturalismo con Los Humanos, sienta frente a nosotros a una Dai Liparoti que no es actriz, sólo persona. Que cuando habla no viene de un texto memorizado, pero de un impulso, de una necesidad de compartir, de algo que encuentra gracioso o frustrante. Un trabajo de ambos perfectamente logrado para hacer del Foro de las Artes la sala de una casa donde una amiga nos ha invitado a escucharla desahogarse.
Es precioso, y ahí donde muchos tenemos a Dai memorizada como una gran actriz de teatro musical, aquí, pese a que llega a llenar de canto hermoso parte del monólogo, nos mira a los ojos para decirnos, no tienes idea de todo lo que soy capaz de hacer. Y entrega su cuerpo completo, desnudo y moreteado, pero más importante, sus emociones atrapadas en una grabadora que se sienten tan crudas, de algún modo tran frágiles, que no queda de otra más que agradecer que de forma tan genuina y generosa nos lo esté regalando a nosotros desconocidos en butacas con plena confianza de que vamos a cuidar lo que está poniendo en nuestras manos… en nuestros oídos.
Momma está fuera de temporada, se presentó en el Foro de las Artes del CENART.