De estética astuta y peculiar, y tintes macabros de magia negra y folclor de brujas, No Todas Viven En Salem recuerda que la mujer poderosa, la mujer diferente, la mujer que levanta la voz y se defiende, históricamente ha sido quemada en la hoguera.
Todos reconocemos la risa de una bruja, cackle, le nombran en inglés; ubicamos al gato negro como su familiar, una criatura de la noche, sabemos que las hay de distintos tipos: de magia negra, de magia blanca, de vudú, santeras, médiums; que vuelan en escobas y roban niños, y en tiempos antiguos provocaron la peste. Se sabe también que en tiempos de Inquisición se les quemó en la hoguera, y que para probar su inocencia se les amarraba una pesada piedra en los pies y se les aventaba a un río, si se hundían y morían ahogadas era prueba de que no eran hechiceras, y para demostrarlo, sólo tenían que pagar con su vida.
El mito de la bruja tiene lo suyo de mágico, incluso de poderoso, pues no dejan de ser mujeres temibles, disidentes y rebeldes; pero también han sido pintadas por el hombre -especialmente el religioso- como amantes de Satanás. Culpables, como la misma Eva, de esparcir el mal, la pestilencia y el pecado.
En tecnicismo la mujer es la bruja, y desde tiempos antiguos es una palabra que se ha usado para señalar y castigar, más allá de historias modernas donde la bruja es aspiracional y heróica. Inventada por hombres y asumida por otras mujeres como impía, «Bruja» era una justificación para poder someter a toda aquella que pudiera salirse del cánon y usarla de ejemplo para otras que pudieran tener ideas en la cabeza. Y es, hasta el día de hoy, sinónimo de arpía y mala mujer.
El texto de Jimena Eme Vázquez busca que reconozcamos el papel de la bruja a partir de cuatro historias de mujeres silenciadas en nombre de la hechicería: la primera de ellas acusada de la desgracia ajena y juzgada como tal, sólo por su color de piel distinto al de los demás; la segunda, la de dos hermanas abusadas por su padre que prenden fuego a su casa para poder escapar de la violencia y acaban siento perseguidas; la tercera, la de un ama de casa de los 50 atrapada en el estándar de la mujer perfecta a la «Bewitched» donde la bruja mueve la nariz para mantener el hogar de ensueño, y la última, representada únicamente a partir de sombras, un relato mitológico sobre la creación del hombre a partir de la costilla de la mujer con el propósito de poder procrear.
Aún cuando la brujería es truquería en todos los relatos, Gina Botello (directora) contstruye todo No Todas Viven En Salem a partir de la estética que reconocemos de la magia caribeña y el oscurantismo. Sus actrices aparecen encapuchadas y cantan como lo harían brujas alrededor de un caldero. Muñecas de ojos perturbantemente brillantes, fuego, velas, el círculo como símbolo, la luna, aretes que se convierten en muñecos vudú, dedos que se mueven para hacer levitar la escenografía como por telequinesis y armar espacios, ilustraciones del medievo que recuerdan los dibujos del tarot, medias con tatuajes como pinturas rupestres de la quema de brujas, todo es sumamente envolvente.
Hay un carácter francamente hipnótico en el trabajo de Gina Botello, y perfectamente contrastante. Ahí donde la brujería se hace muy presente en escena, la inocencia de estas mujeres juzgadas sin voz sólo puede ser reivindicada a partir del poderío de una figura mítica. Entonces la bruja es ambas, juicio y sanación. Reapropiación.
Las actrices Elvira Cervantes, Reneé Sabina y Daniela Rodríguez (alternando con Rebeca Roa) juegan su parte en lo onírico del montaje, y relatan sus propias narrativas desde figuras, bailes y trazos con aliento de brujería clásica y de cuento. Y son parte del hipnótico de No Todas Viven En Salem, especialmente Elvira que carga en los ojos la intensidad de una Marie Laveau, referente claro en el turbante que porta para algunas escenas de la obra, que entrega un personaje poderoso y vulnerable a la vez.
Sin embargo, a pesar de la estética cautivante de la puesta y el claro mensaje del texto, Jimena Eme Vázquez no termina por darnos relatos completos e historias humanas. Se clava en hacer trascender el discurso por encima de las historias personales, y al final No Todas Viven En Salem presenta cuentos fríos, donde la conexión emocional con sus tres protagonistas brilla por su ausencia por tecnicismo. Un texto que no ahonda en quiénes son ellas más allá de la superficie que le sirve para señalarlas de brujas, y que usa el humor en el arco de las sombras de manera muy precisa, pero para sus personajes humanos los deja flotar a la deriva.
El trabajo actoral es valioso, y el diseño y trazo escénico logra levantar lo que en papel se queda lejos de culminar con contundencia aquello que pone sobre la mesa, pero al final No Todas Viven En Salem tiene algo que decir, y lo hace desde la teatralidad, la pertinencia y la mitología de una de las figuras sobrenaturales más idealizadas y llamativas del lore sombrío. Hay mucho de orgánico en esta puesta, de magia sobre el escenario. Un bello referente de reapropiación de una palabra que siglos atrás era sinónimo de persecución y muerte.
No Todas Viven En Salem se presenta los viernes a las 20:00pm en Foro la Gruta.