Una obra para jóvenes audiencias con mucho circo, malabar y acrobacia, Noctámbulo o la Sequía De Los Sueños es una obra que nos recuerda la importancia del agua, el amor y la amistad, a través de tuberías que nos transportan a un mundo casi de videojuego, y una flor blanca que sólo puede ser regada por las noches.
Hay una historia linda detrás del universo clown circense de Noctámbulo. Ahí donde la obra en realidad decide no explorar demasiado para darle prioridad a momentos acrobáticos, que si bien son emocionantes y divertidos, no terminan de llenar los huecos emocionales que el texto requiere para volverse algo más que un espectáculo de sorpresas, cuya emoción dura solo segundos después de la hazaña y para apagarse rápidamente.
Lucas contrata a un plomero después de descubrir que se ha quedado sin agua en las enormes llaves que usa para conseguir el preciado líquido. Por mucho tiempo no sabemos en realidad para qué necesita Lucas el agua, más allá de lo obvio, y Albertis su plomero, desde que sube al escenario se apropia por completo de la historia haciéndola girar en torno a sus peripecias tratando de arreglar las tuberías.
Albertis se cae y se enreda en una escalera, se mete a bañar de divertida manera a una regadera en la que parece que le crecen brazos kilométricos, juega a malabarear pelotas que representan las moléculas de Hidrógeno y Oxígeno del agua, toma café (mucho), y se sirve agua de su periódico, se le cae su sandwich, trepa y trepa tuberías para después bajar de ellas de forma estrepitosa simplemente soltándose para detenerse a centímetros del piso, todo en lo que espera la pieza requerida para hacer el arreglo que no trae consigo y se la van a llevar, con mucha comedia gesticular y clown.
Mientras eso sucede, Lucas, y la historia por la cual la obra de teatro lleva el nombre Noctámbulo, queda relegado a segundo plano. Se vuelve el patiño de Albertis, y juntos entregan momentos que, por supuesto, divierten a los niños, emocionan, provocan aplausos y ansiedad, y enseñan una que otra cosa sobre las propiedades del agua. Por ejemplo, que si el agua está contenida en un globo al que aplicas calor, ésta no se va a reventar, porque es el agua la que conduce la temperatura y no el látex.
No deja de ser llamativa e interesante, y en la función a la que yo asistí los niños estaban de lo más involucrados con lo que sucedía en el escenario. Lo que significa que tienen ganada la primera y más importante batalla de cualquier obra familiar. Su público meta está con ellos.
Pero es ya muy entrado en el espectáculo que Lucas se abre sobre la razón por la que el agua, particularmente para él, es necesaria. Él está a cargo de cuidar una flor que sólo puede ser regada de noche, de ahí su afición al café, para mantenerse despierto. Le fue encomendada por su amigo Chicho, para el que es importante porque es una flor muy especial que su abuelo incorporó al jardín que creo en nombre de su abuela. Y no es hasta que se menciona esta leyenda que viajamos a conocer a los abuelos de Chicho. Él, una marioneta, ella una acróbata que vuela en un aro por los aires.
Su historia es bella y emocional. Pero también corta. Muy. Apenas estamos disfrutando de lo que ha unido a estos personajes y lo importante que es la flor para la familia de Chicho, cuando ya regresamos con Lucas y Albertis jugando a Marios Bros y Luigi sobre las tuberías, que son absolutamente una escenografía que bien podría pertenecer a cualquier Super Nintendo, y volvemos a perder el hilo nostálgico de lo que nos lleva hasta el presente.
Jorge Díaz Mendoza, director, dramaturgo y actor prioriza el show y hace gran uso de una escenografía, que es el tercer protagonista de Noctámbulo, para salirse de lo literal y hacer de lo conocido peculariedad, y nos lleva a un mundo de caricatura al que cualquier niño quisiera pertenecer. Y más importante aún, se recarga en Alberto Villanueva, su entendida carta fuerte, que así como puede colgarse a seis metros sostenido sólo por un pie, te suelta carcajadas meramente con su corporalidad, y hace que Noctámbulo funcione en los visuales, pero no que lata el corazón bonito.
Desperdiciada queda Jessica González a quien vemos surcar el cielo del Helénico sólo durante un pestañeo, y la teatralidad que carga el incluir un puppet de un anciano como parte de la obra, que inherentemente se vuelve conmovedor, nuevamente, por meros minutitos.
Hay un disfrute, y eso es innegable, en ver a estos dos seres en overoles jugar al hombre vs aparato escénico. Tiene una cualidad mágica de consola de videojuego retro en un arcade de los 80, y su interacción de cómplices disfuncionales tiene mucho de la narrativa clásica del payaso de circo, pero para obra de teatro, a Noctámbulo le falta amalgamar la coreografía acrobática y comedia infantil con un mensaje que se nos clave donde la memoria no lo pueda olvidar, y podamos salir del Helénico pensando en lo apantallante que fue la obra y lo cálido que nos dejó en el corazoncito. No está ahí aún.