El monólogo de Alessandro Baricco encabezado por Benny Ibarra en el Milán es una experiencia cadenciosa y lúdica que te transporta a la mitad del mar con música que no alcanzas a escuchar, pero sí a sentir.
La historia de Danny Boodman T.D. Lemon Novecento ha sido contada de muchas formas y en variados formatos, desde novelas gráficas y hasta una excelente película de Giuseppe Tornatore con Tim Roth, pero en ningún lugar se siente tan cómoda como en teatro, a manera de monólogo, como el mismo Baricco imaginó para Eugenio Allegri en los 90.
En el Teatro Milán está sucediendo de manera maratónica de martes a domingo durante la temporada decembrina, dirigida por Mauricio García Lozano con, ni más ni menos, que su Hombre de la Mancha: Benny Ibarra en el papel del músico.
En el crucero Virginian un bebé es abandonado y posteriormente adoptado por un marinero que lo vuelve parte de la tripulación. El bebé crece para convertirse en un prodigio de la música, Novecento, un hombre que jamás ha pisado tierra firme, pero cuya historia en altamar es tan sencilla como encantadora. Repleta de música, jazz y tormentas que se convierten en un sueño al piano.
La historia es relatada por su compañero de banda a bordo del Virgninian y el que se acaba convirtiendo en su único y verdadero amigo, aunque en realidad es Benny Ibarra el que le da voz a todos. Desde el relfexivo Novecento y hasta el ambicioso Jelly Roll Morton, con quien, en una escena climática de la puesta, Novecento se enfrenta en una batalla por descubrir quién es el mejor pianista. Y sobre el escenario nacen chispas.
Mauricio García Lozano desviste su montaje y deja a Benny Ibarra prácticamente solo, acompañado únicamente de un banquito de madera, que se vuelve su franca coestrella; pero la belleza se la otorga al montaje de manera intangible con un diseño sonoro sencillamente espectacular, a cargo de Santiago Álvarez y el mismo Benny Ibarra, que llena de vida al monólogo con una precisión deslumbrante y un ambiente que se puede respirar desde las butacas.
Visualmente Novecento brilla como sol sobre las olas. La iluminación de Victor Zapatero, tan exacta como el diseño de audio, y la escenografía texturizada de Ingrid Sac que a momentos es agua y a momentos metal con pequeños pero significativos cambios en el ambiente, envuelven a Benny Ibarra en un ambiente de fantasía, que transforma la historia de Novecento de una anécdota en una fábula sobre las pasiones, la sencillez y los finales no como cierres, pero como gratificantes límites.
Y en medio de todo eso, Pablo Chemor se cuela con la creación de una música que no es forzosamente la nacida de las teclas de Novecento, pero una interpretación lúdica y francamente mágica de los acordes; música que brilla de manera espectacular durante el duelo con Jelly Roll que comienza audiblemente y termina de la manera más bella sólo en la imaginación.
Benny se toma su tiempo para soltar cada diálogo de manera cadenciosa. Sutil y relajante con esa voz que lo caracteriza que es prácticamente un suspiro, que funciona muy bien para el caracter inalterable de Novecento, pero en algún momento se vuelve repetitivo cuando de transformarse en otros personajes se trata. Pese a eso, el actor te transporta al Virginian con sus altibajos, momentos alegres y lúgubres y al final se convierte en un cuentacuentos cautivante.
Novecento es como un blues acompañado de un buen whiskey. Particular y rítmico. Se balancea, se saborea, se escucha, pero particularmente se siente desde un lugar que no requiere de sentidos.
Novecento se presenta de martes a domingo en el Teatro Milán.