O Podrías Besarme tiene todos los elementos para ser una épica historia de amor a través del tiempo, y no me malinterpreten, de algún modo lo es. Pero en el fondo, ahí donde en verdad importa, el texto de Neil Bartlett nos habla de una despedida. Y no sólo la de una pareja, pero de manera más dolorosa, la que a todos nos toca (o tocará) decirnos a nosotros mismos cuando nos resulte imposible reconocer a la persona que alguna vez fuimos.
A y B son una pareja gay con 65 años juntos cargados sobre sus espaldas. En vísperas de la cercana e inevitable muerte de uno de ellos a causa de algún problema pulmonar, acompañada por la pérdida de memoria y desorientación de una edad avanzada, ambos tratan de sobrellevar sus últimos días juntos sabiendo que, como pareja gay no hay ningún papel que los ampare si no tienen un testamento firmado, aunque éste puede parecer por sí sólo una sentencia de muerte, y que la próxima vez que B vuelva al hospital será para ya no salir de él.
En medio de una rutina en la que B respira con dificultad, rara vez deja la cama y ya no tiene interés ni siquiera en comer, los recuerdos empiezan a agolparse, y entre fotos de amigos que ya fallecieron y anécdotas de un amor prohibido que comenzaba en tiempos de secretismo, B se ve enfrentado a la imagen de su yo joven, de su yo enérgico, saludable, alegre y enamorado. Un yo al que duele mucho decirle adiós.
El montaje a manos de José Manuel López Velarde retoma la premisa original de Londres y hace uso de una serie de marionetas para representar a A y B en las distintas etapadas de sus vidas. Y he aquí la lanza de dos filos para O Podrías Besarme.
Por un lado, los muñecos crean figuras sensacionales y hermosas. Los puppets en color madera parecieran cobrar vida con una indeleble expresión de nostalgia para los más ancianos y de vitalidad para los más jóvenes y guapos, y cuando ambas generaciones se encuentran, unos acostados en una cama, moribundos, y otros nadando en las turquesas aguas del mar como sirenas por encima, el visual solito podría sacarte lágrimas.
Hay algo inevitablemente artesanal y práctico en conjuntar a puppets con actores y marioneteros en un mismo escenario, que ayudados por la iluminación de Félix Arroyo, consiguen transportarnos a lugares que cargan una emocionalidad inherente, construyendo cuadros que pegan directo en la vena nostálgica. Eso, junto con música que a través de un repetidor y un micrófono se va creando en vivo para acompañar la escena, se vuelven elementos básicos para entender el fin de esta relación que nadie está abandonando de manera voluntaria.
Pero también es cierto que La Teatrería es un espacio chiquito. Tal vez demasiado chico para O Podrías Besarme, donde a pesar de la belleza de los visuales, el caos resulta imposible de evitarse. Antón Araiza y Consantino Morán dan voz (a momentos) a A y B, pero no siempre resulta fácil identificar quién está hablando, o percibir la actuación de ellos detrás de las marionetas. Porque no están ahí para hacer doblaje, todo el tiempo interpretan, y ponerle atención a ese detalle pide un franco esfuerzo por parte del público.
Cosa que se complica aún más cuando el ensamble, que además de marioneteros son también una especie de coro griego para A y B, también se involucra en las voces protagónicas, disminuyendo el rol de Antón y Constantino, y provocando confusión y distracciones que con tanto movimiento y figuras amalgamadas en un espacio pequeño se torna ruidoso y sucio para el ojo.
Hay una tercera figura en juego, interpretada por Conchi León, cuya labor podría otorgar corazón a la obra, pero no termina de encajar del todo en ningún lado. Es a momentos personaje incidental, narradora, acotadora, ¿conferencista? y la empleada doméstica yucateca de A y B, que con marcado acento y plática sobre pibil y panuchos, pareciera salida de otra realidad mucho más caricaturesca en una necesidad forzada de tropicalización, para poder finalmente llegar a un soliloquio espiritual, muy lindo y que sí tiene sentido con un personaje de raíces ancestrales, pero cuyo paso por la obra no deja de sentirse arrastrado y de cadencia arrítmica hasta muy al final.
O Podrías Besarme es bella y eso es una realidad innegable. Se nota cuidada y propositiva, narrada desde lo humano y el amor, lejos del cliché de la pareja gay que nos han tupido hasta el cansancio, pero en el fondo fría en su necesidad de permanecer pristina. Hay emocionalidad flotando en el aire y cualquiera puede encontrar un punto de comunión con el miedo a la vejez, a la pérdida de memoria, al ver a nuestra gente más querida partir o enfermar, pero el montaje es tan perfeccionista que de pronto deja a un lado su capacidad de conmover desde un lugar más rudimentario.
Es curioso que el momento más emotivo de todos sucede cuando Antón Araiza, Constantino Morán y Conchi León quedan solos en el escenario, sin ensamble y sin marionetas, sin palabras, sólo miradas. Es ahí, donde la obra está más desvestida, que O Podrías Besarme verdaderamente toca esa elusiva fibra sensible.
O Podrías Besarme se presenta viernes, sábados y domingos en La Teatrería.