En papel la idea de tomar el texto de Mamet de Oleanna y trabajarlo desde el enfrentamiento entre dos mujeres sonaba interesante, fresco, incluso retador; pero la puesta en escena en Foro Lucerna, dirigida por Naian González Norvind, termina por llenarse de huecos y diluir uno de los confrontamientos de poder más grandes del teatro.
En 1992, David Mamet ya hablaba de la sensibilidad y percepción más despierta de la juventud ante temas como sexismo, clasismo, misoginia, acoso, que hoy quizá consideraríamos un pan de cada día. Con Oleanna él tomó esa postura que para una generación mayor pudiera resonar demasiado frágil y con ella creó el enfrentamiento entre dos personajes, un profesor y una alumna, que en una batalla por mantener el poder en sus manos acaban sangrando al otro con el colmillo. Una batalla donde la pregunta permanece en el aire, ¿las palabras de quién cargan con más razón?
En un intento por darle un vuelco a un conocido y multi-montado texto, Naian González Norvind, retoma Oleanna pero transforma al profesor en profesora, con la idea, quizá, de volverla una especie de Lydia Tár, que pudiera prestarse a dibujar entre la gama de grises de lo correcto e incorrecto y de ese modo armar el escándalo académico de una alumna que en un acto de reproche decide denunciarla por acoso sexual justo cuando está por recibir una plaza definitiva en la universidad, y comprarse una casa con su esposa.
Pero el montaje deja las balanzas demasiado cargadas hacia a un lado y poco trabajadas hacia el otro. Y en medio de actuaciones sin muchas tablas, y personajes más neutros que potentes, esta Oleanna termina por convertirse en una cacería de brujas hacia una profesora que todo el tiempo se nos pinta excesivamente noble.
Cierto, Mónica Dionne trabaja a su «Juana» desde cierto privilegio, pero su intelectualidad o capacidad de usar palabras «rimbombantes» nunca termina por leerse como pedantería. Ahí donde Juana tendría que estar sobrada de arrogancia y por tanto conseguir poca empatía con la audiencia desde el segundo uno, Mónica Dionne le da ternura y sensbilidad casi maternal, lo cual la transforma en una inmediata víctima sin mucha capacidad de cuestionamiento.
Ana Mancera, como su contraparte, aún tiene mucho que trabajar su presencia en el escenario. De entrega leída y fría, poco natural en muchísimos sentidos, su personaje jamás afila sus palabras, las corta y suelta tal como están en el texto sin mucha emoción o comprensión del texto detrás. Da la sensación de estar siendo manipulada por hilos ajenos que no pertenecen a ella, y no de estar dotada con ingenio, ingeligencia y rabia, sólo resentimiento al que responde casi con apatía.
Naian González Norvind tiene en sus manos a dos actrices jugando juegos diferentes en el mismo tablero. Resulta difícil la creación de tensión, de intención y de batalla entre dos mujeres que parecieran no verse, no escucharse. Mónica Dionne cumple con lo que se pide de ella, aún cuando su profesora permanece del lado pasivo y conciliador, pero Ana Mancera a su lado no le regresa la pelota. Preocupada por tener diálogos memorizados y sin haber trabajado nada en términos de corporalidad su «Caro» no se permite probar la lengua afilada ni el gusto de sentirse del lado ganador, la soberbia de haber volteado el poder y desmantelado el status quo. Es helada e impasiva.
Y hay otra cosa que no alcanza a encajar del todo en aquello que Mamet escribió para un hombre blanco. Cuando la alumna acusa a su profesor de exceso de privilegio que le impide entender la batalla de personas con menor acceso a estudios, de clases más bajas, y de mujeres continuamente enfrentadas contra un sistema misógino, tiene sentido que lo haga con un maestro que no puede defender lo contrario. Pero Juana es mujer en un mundo de hombres, incluso se habla de que en el Comité Universitario hay una sola mujer representando al género, lo que implica de inmediato que para ella tampoco ha sido fácil colocarse donde está. Y por encima de eso es lesbiana, perteneciente a un grupo minoritario y vulnerable que forzosamente la ha enfrentado con el privilegio desde el otro. El entero discurso de «tú no conoces mi batalla» pierde fuerza y poder frente a otra persona que, con todo y sus propios privilegios, sí no ha tenido el mundo regalado en bandeja de plata.
Para cuando «Caro» denuncia por violación a una maestra que, sabemos de cierto, sólo le puso la mano en el hombro en un intento por ayudar, nunca cabe la sospecha de intención sexual. No de la manera en la que la escena fue montada. Y por tanto la alumna se transforma en una carroñera que se aprovecha de la orientación sexual de su maestra para salirse con la suya sólo porque siente que Juana la ha hecho sentir intelectualmente inferior con su libro, sus clases, y su eterno cuestionar un sistema educativo fallido. Caro, en la Oleanna del Foro Lucerna, no es un quizá tenga puntos válidos, sólo es villana. Y al quitarle motivos a su denuncia, todo aquello por lo que lucha, que, de hecho, tiene mucho sentido, acaba pareciendo un berrinche.
Las ideas y conceptos para esta nueva Oleanna tenían mucho de intrigante, de bien pensado. El gender swap muchas veces es una manera de revitalizar un texto que conocemos demasiado bien; y el escoger para «Caro» a una actriz notoriamente joven se agradece en una industria que suele subestimar la capacidad de actores menos curtidos, pero en la mezcla la creación de este monstruo que debió ser una bestia rugiente terminó por darnos mucha forma y poca atención al fondo. Una iluminación errática sin mucho sentido del espacio y transiciones largas, caóticias y sucias complementan un cuadro que necesita regresar al escritorio para pulir y replantear algo que, desde lo incisivo, pudiera llegar a ser magnífico.
Oleanna se presenta lunes y martes a las 20:30pm en Foro Lucerna.