Una obra documental donde dos hombres se entrevistan para confesarse cómo fue que decidieron hacer una transición quirúrgica como mujeres transgénero para después arrepentirse y querer dar la vuelta al tiempo. Los Arrepentidos pone al descubierto que la sexualidad y los moldes que le imponemos resultan en disforias y disociaciones que empujan a la gente a buscar su lugar en el mundo de pronto de maneras radicales, resultado de franca desesperación.
Cuando primero supe de Orlando y Mikael: Los Arrepentidos tuve la preocupación de que la obra pudiera tener un mensaje transfóbico o lleno de discursos que pudieran resultar detrimentales para la población trans, más en un tiempo en el que la sociedad más conservadora, en México y en el mundo, se ha ensañado con la inculta idea de «proteger a las infancias» de transiciones a las que ellos llaman «mutilaciones» que ni siquiera están sucediendo. Pudiera ser mal momento para anunciar que, en efecto, hay gente que se arrepiente luego de operarse para cambiar de sexo.
Orlando y Mikael ambos nacen biológicamente hombres y ambos deciden transicionar como mujeres trans en décadas donde lo trans era un espacio de muchas áreas grises y poco conocimiento, para después de vivir años como mujeres, arrepentirse y tomar la decisión de regresar a sus cuerpos masculinos, aunque eso implique otro montón de cirugías y de re-decodificar la identidad que tanto tiempo llevan sin saber cómo asumir de sí mismos.
Los Arrepentidos no es una obra anti-trans, al contrario, lo que estos dos hombres, que existen en su natal Suecia y grabaron en 2006 las entrevistas sobre las cuales se basa el texto -y eventualmente un documental para televisión en 2009, dirigido por el mismo creador de la obra Marcus Lindeen- dejan muy claro es que su intención al momento de probar una identidad femenina venía del desconocimiento, de la frustración, la desesperación y la violencia que recibían por parte de una sociedad que insistía en colocarlos en cajitas que no se amoldaban a ellos.
Orlando transició en los 60. Prostituo y gay, Orlando podía ser arrestado si se le veía manteniendo relaciones afectuosas con otros hombres. A su muy joven edad lo único que se le ocurrió para evitar la homofobia que lo rodeaba y lo ponía en peligro fue transicionar para vivir como mujer y de esa manera poder estar con hombres sin ningún tipo de señalamiento. Orlando nunca fue una mujer trans, aunque, conforme avanza en su discurso, lo que queda muy claro es que tampoco era un hombre cisgénero.
Hoy en día tenemos términos no binarios como fluido, no conforme, gender queer, etc para identificar ese «tercer género» del que se habla en la obra, que, por supuesto en los 60, no tenía nombre, y que hoy entendemos muy claro para la gente que transita en el enorme abanico de indentidades que existen alrededor de lo que antes concebíamos como dos únicos géneros. El primer daño que Orlando recibió por parte de la sociedad que lo impulsó a una decisión con la que jamás estuvo cómodo fue olvidar nombrar a la muchísima gente que, como él, no puede ser encasillada en un sólo género blanco o negro.
Para Mikael la violencia patriarcarl fue aún más severa. Como hombre heterosexual y cisgénero pero de maneras femeninas, creció con agresiones continuas que cuestionaban su forma sensible de ser, de hablar, de moverse, de comportarse. Como si la masculinidad tuviera un delineado indeleble del que fuera imposible escapar. Tanto se le sobajó y rechazó como un hombre débil, poco atractivo para las mujeres y cuestionado como heterosexual que Mikael terminó por pensar que quizá lo que necesitaba era probar ser mujer para liberarse de la opresión del machismo.
Él lo dice muy claro al inicio de la obra, al instante de pasar por el proceso quirúrgico y perder el pene se arrepintió enormemente. Y como mujer tampoco se liberó del machismo, sólo lo vivió desde otra perspectiva. Las miradas continuaron, los cuestionamientos también, y peor aún, lo que él llegó a creer que aliviaría su necesidad de encontrarse primordialmente a sí mismo y resolver aquello que lo hacía infeliz como hombre, jamás llegó como mujer, porque tarde entendió que su dañada seguridad no se podía reparar con el movimiento de una varita mágica.
Si algo dejan claro Orlando y Mikael es que así como hay gente que vive y prospera dentro de la etiqueta del género tradicional, hay muchísima que enfrenta disforia y violencia por un molde rígido que se ha impuesto sobre el ser hombre y mujer que cada vez vamos entendiendo como nocivo en su falta de flexibilidad. Hoy en día, Los Arrepentidos no hubieran tenido por qué serlo. Orlando hubiera encontrado el nombre que define su identidad para apropiárselo con comodidad y Mikael hubiera descansado tranquilo sabiendo que su energía femenina nunca lo hizo más o menos hombre. Y que esa obsesión que tiene con el pene es absolutamente innecesaria. Un genital tampoco define quién eres. Y hoy sabemos que hay hombres con o sin pene, y mujeres en los mismos casos.
En ese sentido Los Arrepentidos es valiosa. Mucho. Y no moraliña pero sí asertiva en su manera de dejar claro que esto no se trata de poner las operaciones trans en tela de juicio, pero de entender que la gente no puede ser empujada a encontrarse dentro de una escala que no incluye a todes. Que habita dentro de una «norma» que se impuso alguna vez, tal vez por ignorancia o un entendimiento corto del mundo (en su momento) que segrega y lastima desde Suecia y hasta México, pasando por todos los lugares y sociedades patriarcales posibles.
Es muy bello, además, que Sebastián Sánchez Amunátegui (director de la obra) hubiera decidido poner en manos de la comunidad trans el poder contar esta historia que les pertenece. Terry Holiday, Dana Karvelas, Libertad Palomo y Roshell Terranova alternan como Orlando y Mikael en un montaje ultra minimalista que no hace sino sentarlos en sillas opuestas para platicar. Como seguramente sucedió cuando Lindeen los juntó por primera vez para filmar un documental en el que Mikael se negó a participar por miedo. Su solución ante la desconfianza de Mikael fue grabar únicamente el audio y luego permitir a actores profesionales tomar el rol de estos hombres ocultando así sus verdaderad identidades.
No fue sino hasta el estreno que Mikael rompió en llanto viendo a un actor pararse en sus zapatos y accedió a grabar la película que ha dado la vuelta al mundo por varios festivales.
Sebastián Sánchez Amunátegui regresa este relato a una comunidad que lo vive y lo entiende, aún cuando el hecho de retomar sus imágenes masculinas para interpretar los papeles debe ser un confrontamiento complicado para las actrices que de una manera muy vulnerable y muy entera te terminan envolviendo en una charla que se siente orgánica, simplemente sucediendo frente a nuestros ojos como si no hubiera requerido ensayos previos.
El montaje además se ayuda de proyecciones de fotos y videos de los verdaderos Orlando y Mikael, antes, durante y después de sus transiciones que asienta la noción de que eso que nos están contando no fue inventado por nadie. Lo vivieron, lo viven y lo vivirán personas alrededor del mundo porque he aquí la cosa, Orlando y Mikael no son únicos, pero sí representantes de historias que hombres y mujeres, trans, cis, gay, bisexuales o heteros enfrentan continuamente aún ahora en 2023, y escuchar sus sentires es vital para abrir nociones anticuadas con las que crecimos educados por un sistema que jamás ha sido inclusivo con muchísimos grupos minoritarios.
Me quito la preocupación de encima, Orlando y Mikael: Los Arrepentidos es una obra que conforme vamos evolucionando en nuestro pensar alrededor de género, más podemos ir encontrando en esta pieza documental verdades que antes eran ambigüedades y nociones que podemos usar de este lado para crecer hacia un lugar empático y diverso que pueda respetar el vivir de las personas por quienes son, sin imposiciones, sin odio.
Orlando y Mikael: Los Arrepentidos se presenta los viernes a las 8:30pm en La Teatrería.