La nueva producción de J.J. Abrams para el cine, Overlord, se siente como una pesadilla salida de los más oscuros sueños de Tarantino y Robert Rodriguez…aunque en realidad no tiene nada que ver con ellos.
Los primeros 10 minutos de Overlord no son la típica subida lenta en carrito de montaña rusa, una que está esperando llegar a la cima para dejarte caer a toda velocidad, no, Overlord empieza en medio de la bajada con una secuencia magistral a toda velocidad que si eres amante del cine de acción no hay manera de no sentirla como un golpe de adrenalina.
La cinta comienza como una película de guerra, más en el tono de una Inglorious Basterds que en la solemnidad de las clásicas películas de «gringos contra el mundo». Un grupo de soldados en plena Segunda Guerra Mundial son lanzados de sus aviones en medio de disparos y explosiones a suelo francés con el propósito de derribar una torre de control manejada por el ejército nazi.
Luego de la cardiaca llegada a suelo enemigo, los pocos sobrevivientes (porque sí, esa primera escena es una carnicería) se consiguen en Chloe, una habitante de una villa local, a una aliada contra los nazis, y acaban escondiéndose en su casa, desde donde comienzan a percibir los horrores que los alemanes están inflingiendo en la población local; escenas que más que nunca recuerdan a la dupla Brad Pitt-Mélanie Laurent de la «Basterds» de Tarantino.
Pero para cuando nuestro protagonista, Boyce, un absolutamente emocional Jovan Adepo, logra infiltrarse en la iglesia del pueblo donde los nazis han montado su laboratorio, la película pasa de cinta de guerra a B-movie de terror gore (ahora al estilo Planet Terror de Robert Rodriguez), mientras Boyce va descubriendo que los experimentos nazis los han llevado a reanimar cadáveres convirtiéndolos en súper soldados con la ayuda de un suero que parece gelatina.
La premisa es tan poco verosímil que no hay manera de tomársela en serio, y ésa es precisamente la ventaja que el director Julius Avery toma a su favor, llevando lo irreverente de Overlord hasta las últimas consecuencias con escenas sobrepasadas de hombres atravesándose las gargantas con sus propios huesos de la clavícula y un villano de cuento cuyo físico se va volviendo el de una criatura de pesadilla conforme pasa la película hasta convertirse en un franco bólido de músculo, venas y sangre coagulada.
Overlord jamás mete freno e insiste en ir a toda velocidad, provocando angustia de la que se disfruta (como estar enchilado con una buena salsa) y ese sentimiento de quererte encoger en el asiento conforme la sangre y las vísceras vuelan hasta llegar a la escena final que se niega a quedarse corta en comparación con la primera secuencia y eleva las apuestas con un plano secuencia de taquicardia de los mejores que se han visto en una cinta de género.
Nazis, científicos locos, super soldados zombies, y aldeanas francesas con lanza llamas a su disposición, Overlord es el rush que se sabe fuera de realidad y lo juega a su favor para que tú sólo levantes las manos y disfrutes de este riel desbocado que en tiempos de terror predecible y visto, viene a recordarte que no…no lo has visto todo.