Un psicodélico, violento y explosivo monólogo sobre la insignificancia de la vida y la forma en la que las curvas en nuestro camino vuelven impredescibles los accidentes de los que estamos rodeados.
Parkour o Manual para correr en línea recta de Eduardo Pavez Goye no es un monólogo rítmico, por el contrario es prácticamente amelódica en su manera obsesiva y acelerada de instalarse desde el principio como una reflexión amarga que provoca huecos en el corazón, mientras una serie de imágenes agresiva y psicodélicas actúan como hipnotizantes para los ojos. Y es cautivante en todo sentido.
Un hombre cuarentón, borracho y decadente no se puede parar del sillón. Desde ahí, sentado en sus boxers, rascándose literalmente los testículos y bebiendo de una botella, arremete contra la vida y la manera en la que los accidentes han sido parte de su historia, y de lo que lo ha llevado a no poderse parar y continuar con una civilizada manera de comportarse.
Desde su ventana ve a un grupo de jóvenes practicar Parkour, un deporte que consiste en correr, saltar, y francamente volar siempre en línea recta, evadiendo todo tipo de obstáculos, desde coches, animales, personas y hasta edificios, enfrentándose contra alturas y posibles accidentes con tal de conseguir la meta de no romper con la línea recta.
Pero la vida no es Parkour, la vida no es una línea recta, es una colección de bucles y líneas curvas que a nuestro protagonista lo tienen deseando, abrumado, que las cosas simplemente tuvieran una resolución más simple. Que la respuesta a la pregunta, ¿quién merece un buen final? tuviera respuesta, porque desde donde él está sentado no sólo no la tiene, pero además todos merecemos venirnos abajo como avión en descontrol por el mero hecho de ser irrelevantes frente al gran plan del universo.
Hamlet Ramírez como el agrio protagonista no dice sus diálogos, los escupe. Los lanza como dagas, sacrificando dicción, pero provocando que sus palabras se sientan como gotas de ácido, salidos de una botella derramada esperando por implotar. Y cada risa suya se escucha como un grito ahogado, como si las lágrimas ya no fueran suficientes para él y todo lo que quedara fuera reprimir un explosivo aullido. La versión de su hombre decadente es patética y agresiva, y en eso, Hamlet logra encontrar al personaje ideal al que es imposible dejar de prestarle atención por más que la pantalla se divida, la música tecno se distorsione y los colores amenazen con robarte las pupilas.
La vida no es Parkour, pero sí nos enfrenta a obstáculos y alturas de las cuales algunos salimos librados, y otros no. Y en los fracasos y los momentos de mayor desesperación, ésos en los que no entiendes por qué eso o aquello te está pasando a ti, por qué los accidentes suceden de manera tan azarosa, Parkour nos describe a todos en instantes, aunque sea minúsculos, aunque sea pequeños en los que tirar la toalla y salir corriendo en línea recta parecen la única solución posible.