Lo ridículo de la guerra es expuesto en PIC-NIC, una puesta de teatro del absurdo donde a través de infantilismos dos soldados de distintos bandos dejan claro que, cuando de batallar se trata, el sinsentido de lo bélico toma preponderancia por encima de las justificaciones oportunas.
Del estilo surrealista de su autor, Fernando Arrabal, PIC-NIC es un enorme juego escénico con el fin último de señalar la guerra como un acto ignorante y absurdo. Una comedia muy al estilo del trabajo de Beckett que revive después de más de 70 años de haber sido escrita para llenar de irreverencia el Círculo Teatral.
Un soldado amante de tejer, que nunca ha matado a nadie, pero no puede esperar por tener una oportunidad de demostrar su valía en la guerra, es visitado en pleno campo de batalla por sus padres, que se aparecen en una Vespa dispuestos a tener un picnic con él, como si de un domingo en el parque se tratara. Cuando un soldado del bando enemigo se aparece con la misma ingenuidad ante el conflicto, la familia lo toma de rehén en un picnic que se acaba llenando de bailes, canciones y eventualmente bombardeos.
Nada como ver actores en escena desnudándose de todo sentido de solemnidad para simplemente entregarse al ridículo a manos llenas. Alberto Estrella, como el soldado tejedor, acaba con un tutú interpretando un torpísimo ballet mientras el cierto horror de la guerra los rodea como si existiera meramente afuera de una burbuja donde los soldados no son más que juguetitos en las manos de un niño que se dedica a pararlos en posiciones tácticas para que se vean bonitos.
Hay un disfrute casi nihilista en la compañía para ceder ante el absurdo que funciona como lupa magnificante a la necesidad violenta y bélica del ser humano que ha sido enseñado un patriotismo que no alcanza a comprender, pero está dispuesto a defender hasta la muerte; y lo risible de lo absolutamente infantil que es la decisión de usar armas entre semejantes, cuando el cabo raso promedio se comporta como títere de un propósito que le resulta muy ajeno.
La crítica de Fernando Arrabal es clara, pero el montaje en manos de Marta Luna (directora) no termina por agarrar la comedia por los cuernos. Cierto que todos en el elenco están muy dispuestos a lanzarse por ese tobogán sin siquiera saber si hay agua al final del camino, pero la puntualidad que vuelve lo ridículo una farsa cercana al clown batalla por encontrar su lugar entre la comedia física y lo meramente bobo, y termina por tener momentos disparejos, algunos muy atinados y brillantes, y otros con mucho menos ángel.
Lo mismo sucede entre los integrantes del elenco. Es evidente quién tiene clara la construcción que le permite ir y venir con su personaje desde lugares recónditos y hasta rincones inesperados, y a quién no le viene del todo natural el tono de la obra y batalla por encontrar su tino, comedia y maleabilidad. El desequilibrio en la compañía no deja de sentirse como la ruedita chueca en el carrito de súper, algo que, curiosamente, Fernando Arrabal, Beckett, Ionesco y varios otros surrealistas hubieran encontrado irónicamente idóneo.
PIC-NIC no es especialmente propositiva, y a excepción de la llegada en Vespa al escenario que se vive como un momento grandilocuente y absurdamente descolocado, de la mejor manera posible, y la intengación de un pianista (Alonso Burgos) como una eterna presencia omnisciente e inexplicable, transita en lugares sencillos, que funcionan, pero no sorprenden. Divierte, pero no enloquece. Arremete, pero no moretea. Y para un montaje inspirado en una obra de 1952 se siente demasiado contenido para las formas con las que hoy podría habitar lugares inexplorados y hacer del teatro del absurdo un viejo nuevo conocido.
PIC-NIC se presenta los martes a las 8:30pm en el Círculo Teatral.