Una mirada estilo Ryan Murphy a los balls underground del Nueva York de los 80 que le da voz a una comunidad poco escuchada en una serie que mezcla glam con vogue, fantasía con realidad y sueños con duras batallas.
¿Qué son los balls de los 80? Si eres fan de RuPaul’s Drag Race necesitas saber que mucha de la inspiración para el programa nace precisamente de estos bailes para marginados donde hombres gay, cross dressers, trans y drags encontraban familias, compañía, aceptación y competencia en los barrios bajos de Nueva York donde la comunidad negra, LGBT y poco influyente era rechazada de otros estratos de la sociedad.
Eran reuniones underground donde los asistentes se disfrazaban (drageaban, if you will) y competían por ver quién podía «pasar» de la mejor manera por alguien que no era, desde un ejecutivo millonario de wall street y hasta una mujer de sociedad en una gala (de ahí el «realness» del que tanto escuchas hablar en Drag Race). Y en el proceso formaban familias, llamadas «Houses» (House of Edwards, recordarás) y armaban batallas de baile a puro voguing -que básicamente implica armarse pasos de baile donde parezca que estas posando para la portada de una revista.
Lo que Paris Is Burning es para la cultura del ball a manera de documental, Pose lo es desde un lugar ficcional, llena de esos personajes ultra memorables por los que Ryan Murphy se distingue, un arte trash-glam que te lleva a una era de decadencia ciertamente colorida y fascinante, un soundtrack por el que das la vida y tres o cuatro historias que intrigan, conmueven, duelen y encantan.
Damon es un adolescente de 17 años, es gay y quiere ser bailarín, pero cuando su padre descubre su homosexualidad, lo deshereda mandándolo a vivir a las calles de Nueva York donde conoce a Blanca, una mujer trans (recién diagnosticada con VIH) que lo introduce al reluciente mundo de los balls y lo adopta como su primer hijo, empezando así su propia Casa. House of Evangelista.
A esta Casa se integra también Angel, otra mujer trans que paga sus cuentas prostituyéndose en los muelles de la ciudad y cuyo cliente principal es un tipo blanco de Nueva Jersey que acaba de conseguir su primer trabajo para empresas Trump, casado y en apariencia heterosexual, que se enamora perdidamente de ella (o de la idea de ella, una mujer capaz de asumirse por quién es y no por quién la sociedad quiere que sea) y decide tomarla como una especie de amante con la que no tiene intimidad alguna a excepción de pláticas sobre sueños y verdades.
En los bajos mundos de los balls, House of Evangelista además crea un franco antagonismo con House of Abundance, cuya Madre, Electra, es la perfecta villana de telenovela (pero con glamour), una increíble mezcla entre Angela Bassett y Naomi Campbell que se roba cada escena en la que aparece, completando así el arcoiris de personajes que Murphy pone en la mesa para nuestro disfrute y cuyas historias va desenmarañando (y enmarañando) poco a poco dejándonos entrar como invasores a un mundo que sabemos no nos pertenece, pero no le podemos quitar la vista de encima.
Pose, además, le da oportunidad a actrices trans de trabajar fuera de papeles chicos o estereotipados. Cada una de las mujeres transgénero que aparecen en el show, lo son en la vida real, y en Pose, MJ Rodriguez, Indya Moore y Dominique Jackson brillan como nunca, mostrándonos en su trabajo vulnerabilidad, honestidad y pasión por lo que hacen y haciéndonos desear poder verlas en todo tipo de papeles y todo tipo de proyectos. Y dejándonos con la boca abierta con una belleza que, encima de todo, pertenece a pasarelas y campañas publicitarias.
Sumándose al ya consentido de Ryan Murphy, Evan Peters (como el enamorado de Angel), la serie se complementa con tres nombres para llenar cualquier marquesina: Kate Mara, como la esposa de Peters, ama de casa, conociendo por primera vez los placeres de un sueldo de wall street, James Van Der Beek (sí, Dawson) como el ejecutivo adinerado soberbio e irritante como el Roy de Al Pacino en Angels in America, y Billy Porter, nada ajeno a la cultura drag después de haber creado a Lola para Kinky Boots en Broadway, que en Pose figura como el host de los balls y la figura paterna para las almas perdidas que por ahí se cruzan, y es una estrella.
A Pose hay que verla para conocer sobre una cultura que pareciera tan ajena pero que hoy en día es tan relevante, porque si te gustan los momentos de pasarela de Drag Race, aquí los vas a ver nacer desde su punto más básico y entender la importancia del trofeo, y porque la escena de baile en el piloto de la serie, un throwback a Flashdance con Ryan Jamaal Swain al centro de todo dando cátedra al ritmo de Whitney Houston es razón suficiente para que Pose se vuelva tu nueva serie favorita. Pose es magnífica.