De humor anticuado y un guión que pide a gritos una adaptación para 2019, Recámaras en el Teatro el Galeón se presenta como una comedia mediocre que no parece terminar nunca.
El problema con traer a México una comedia británica sobre relaciones en pareja escrita en 1975 (Bedroom Farce), es que si uno no la adapta, inmediatamente se empieza a sentir como que fue escrita hace más de 40 años, incapaz de hablarle a una audiencia actual. Y eso fue precisamente lo que le sucedió a Otto Minera (director y traductor) con Recámaras.
La puesta que nos presenta los problemas conyugales de cuatro diferentes parejas (tres jóvenes y una más madura) es en sí una comedia de enredos con un cierto encanto, que para el final del primer acto ya agotó todo su carisma, secándose para volverse simple y sencillamente agotadora.
Repleta de personajes innecesarios, historias inconclusas, y mensajes que en pleno 2019 tiene a la protagonista de la historia recibiendo consejos sobre cómo ser una buena ama de casa para su esposo; Recámaras se dibuja mucho más como una comedia televisiva de antaño que una obra de teatro.
Otto Minera se recarga en el falsedad al estilo sitcom Televisa de Cándido Pérez, transformando a sus personajes en caricaturas que hacen poco sentido con la trama (y entre ellas); y el tiro le sale por la culata cuando la mitad de su elenco se dispara hacia una parodia sobreactuada que pareciera de montaje escolar, mientras la otra mitad hace malabares para mantener la cordura y comedia de la puesta en un nivel profesional.
Empezando por la pareja protagonista: Tadeo y Susana. Un par de almas pasionales demasiado desequilibradas para poder funcionar en el mundo adulto (y que, tomando en cuenta que son violentos e infieles tal vez deberían considerar no insistir en ser pareja), cuya mitad masculina es interpretada por David Villegas como un franco tonto en un intento por buscar la inmadurez, que pareciera más ridículo que gracioso, mientras Sonia Franco hace lo posible por crear un personaje complejo que lo acompañe con lo poco que le entrega la dramaturgia; y junto a Carolina Politi (como la mamá de Tadeo) se lleva los momentos más aplaudibles y divertidos del montaje.
Marcela Guirado y Luis Lesher entregan a la pareja más sólida, una contraparte a lo volatil de Tadeo y Susana, entonados en decibeles menos estridentes que otros y sumamente divertidos en la comedia física que les toca jugar; mientras Victoria Santaella y Cuauhtémoc Duque quedan atrapados en personajes cuyas historias resultan irrelevantes e innecesarias para la trama (especialmente para el acto dos) y en actuaciones de plástico que abruman el trabajo de los demás.
Sin embargo su anécdota permanece presente durante la obra, sin ningún otro motivo más que el de armar un mueble que sirve como chiste flojísimo para el cierre del montaje, y que en el camino nos tiene mirando el reloj, esperando a que se vuelvan a prender las luces del teatro.
No ayuda en absoluto que encima de lo cansado que resulta el texto, tan repleto de diálogos superficiales y pláticas al aire, Otto Minera mantega a sus actores abriendo y azotando una hilera de puertas que funcionan como escenografía, recurso que, a los 10 minutos de empezada la obra, ha quedado agotadísimo, pero que no deja de suceder hasta el último minuto de los aplausos.
Una Recámaras que sólo incluyera el segmento de Susana con los papás de Tadeo hubiera sido una gran obra por sí sola (con sus ciertas adecuaciones para modernizarla); pero el montaje de las tres habitaciones con sus ocho personajes, su anecdotario letárgico y un final que pareciera extenderse quince minutos más de lo necesario, simplemente ya no pasa por comedia en una era que requiere mucho más que un hombre confundiéndose de abrigo para resultar graciosa.
Recámaras se presenta de jueves a domingo en el Teatro el Galeón del CCB.