Reynolds Robledo vuelve a sus orígenes con Réquiem, un debate imposible de resolver entre clérigo y estado, con una Ludwika Paleta impecable y los mismos demonios que aquejan al escritor desde Lobos Por Corderos.
Para todos los que vieron Lobos por Corderos de Reynolds Robledo, Réquiem se siente como una especie de 2.0… lo que Manderlay fue para la Dogville de Von Trier, la continuación de una exploración sobre la moralidad humana puesta a prueba en una situación imposible, y el castigo a la soberbia que le corresponde.
En Réquiem, Ludwika Paleta es una abogada fiscal, detalle de su personaje que se siente más como un impermeable a su entera personalidad que meramente la profesión que ejerce. Una mujer que en los primeros cinco minutos de la obra ya le ha hecho saber por teléfono a su hijo adolescente de la manera más fría que es una decepción, y que en presencia de un hombre de fe se siente tan incómoda como un claustrofóbico encerrado en el elevador. El tipo de personaje para el cual la gama de grises no existe y lo único que importa es el blanco y negro al que calificamos como «bueno» o «malo». Y Ludwika en esos zapatos se regodea en estoicismo de una manera tan helada que estremece.
A su lado, Hernán Mendoza es -en apariencia- un cachorrito bonachón. Un sacerdote optimista de la reivindiación humana, fiel creyente en las segundas oportunidades, demasiado protegido por la idea de un ser superior y su capacidad para soltar milagros como dulces como para poder soportar con tranquilidad el hecho de que ambos están reunidos en una prisión únicamente esperando a que se de resolución al castigo de pena de muerte al que se le ha sentenciado a un acusado de asesinato múltiple. Y no a cualquier acusado.
La obra entera sucede en un cuarto en el que ambos opuestos se dedican a deliberar sobre el verdadero significado de justicia, la idea de la pena de muerte como una lección no para el sentenciado, pero para para el criminal en potencia, y la crueldad del diagnóstico, especialmente en circunstancias extremas y provocadores de retorcer el alma como la que Reynolds plantea para sus dos personajes (que no spoilearemos) que se ven puestos en una situación imposible cuya resolución no deja ganadores limpios.
Mucha de la tesis ya estudiada en Lobos por Corderos se repite bajo un nuevo paradigma, con una conclusión en extremo similar, y en ese sentido, Réquiem se puede llegar a presentar como una secuela de algo que comienza a sentirse como una fórmula, con las ventajas y peligros que eso conlleva. Pero también es cierto que la existencia única de dos personajes, permite a Reynolds el ejercicio de ser defensor y destructor de sus propios supuestos (un ejercicio muy rico para cualquier escritor) y llevar a la audiencia de un lado a otro de la cancha aceptando y rechazando los dos bandos como correctos y erróneos al mismo tiempo.
La labor que Enrique Singer (director) hace con sus dos actores, es la de delinearlos de una manera perfecta, de modo que el trabajo que Ludwika y Hernán presentan es uno sumamente sólido, probablemente de lo mejor que ambos han hecho en teatro. Memorables e impactantes hasta el último momento en el que Singer olvida la frialdad de lo construido y los lleva a un lugar de melodrama un tanto fuera de jugada.
La historia, aunque situada en Estados Unidos, lleva el sello de sus creativos y creadores mexicanos, pero sí se llega a sentir como una adaptación de un guión extranjero, especialmente en el uso de frases completamente ajenas al castellano como la de «All work and no play makes Jack a dull boy«, que dicha en español se siente como una línea de una traducción demasiado literal, más que perteneciente a un trabajo hecho y escrito para México, pero localizado fuera de nuestras fronteras para poder aprovechar una pena de muerte y un sistema legal que aquí se dibujaría de una forma débil o francamente inexistente.
Réquiem, al final, es un tratado valioso. Tal vez no tan destructor como Lobos por Corderos lo fue en su momento, cuyo dilema era tratada bajo un yugo cálido y pasional, pero mucho más técnico, frío e inflexible, como las mismas leyes por las que se rige tanto el abogado como el religioso; finalmente humanizado, trágico y estratégicamente colocado para sentirse como un dardo al corazón para cuando las luces han comenzado a apagarse.
Réquiem se presenta viernes, sábados y domingos durante sólo octubre en La Teatrería.