Quien sea que se haya enamorado a los 17 sabe lo que se siente ver pasar al objeto de tu afecto a lo lejos, la emoción de que te rosen el hombro con los dedos, la tristeza de saber que se acaban las vacaciones y no lo vas a volver a ver, las ganas de que el reloj vaya más rápido porque horas adelante se encuentra su presencia. Call Me By Your Name es un espejo hacia el pasado, no sólo a la era del pelo a la Duran Duran, pero al momento primero en el que todos nosotros nos enamoramos y sufrimos las consecuencias.
En una villa italiana, en una campiña que bien podría pertenecer a los personajes de una novela de Jane Austen, donde se intercambia la lectura de poesía por paseos en bicicleta, Elio conoce a Oliver. Un estudiante de su padre que ha decidido pasar el verano con su familia. El tipo de hombre que puede leer las hojas de un diccionario y hacerte sentir que están en verso, de sonrisa fresca, cuerpo de dios griego y ojos que iluminan un cuarto oscuro. Armie Hammer cumple a la perfección con el perfil y aprovecha cada cuadro para coquetear, no sólo con Elio, pero con el que se le tope enfrente…incluida la audiencia que lo vemos a través de un proyector.
Elio, por su parte, está en el pleno descubrir de quién es él. Un adolescente atrapado entre el deber ser y el quiero ser que ve liberada una parte de él hasta entonces desconocida por la duración de un verano. Y dicha liberación se siente como una avalancha de sentimientos, hormonas y ansiedad adolescente que Timothée Chalamet no sólo transmite de las formas más sutiles, con miradas o movimientos de labios, pero que aprovecha para hacer de Elio un personaje redondo, carismático, tierno, volátil. Un niño que sabes que fuiste y al que quieres reconocer para advertirle, para consolarlo, para recordarle que estas cosas pasan.
El resto, como nos lo han hecho saber en todos los trailers, es historia vieja, un romance que va hirviendo desde agua fría hasta burbujas incontrolables, que se refleja en escenas perfectamente cuidadas para ser seductoras más no grotescas, sutiles y cariñosas, que proyectan un despertar sexual, sí, pero también un querer de ésos que dejan un hueco en el pecho por tres segundos de ausencia.
Call Me By Your Name no se precipita en contarte nada. Se toma su tiempo de manera natural, como suceden los flechazos en la vida real, y nos deja acompañar a su protagonista en los momentos más superfluos y los más íntimos. Nos ancla a Elio hasta que lo conocemos de pies a cabeza para poder sentir cada cosa que él siente, desde una mariposa en el estómago hasta una falta de aire. Y en esa calma se encuentra uno de los grandes aciertos no sólo de la película, pero de Timothée Chalamet como estelar, que ve recargada sobre sus hombros la responsabilidad entera de hacernos conectar con toda una historia.
El triunfo de Luca Guadagnino (director) y James Ivory (guionista), por su parte, se encuentra en permitir que un romance florezca sin preocuparse por el género de sus protagonistas. Es cierto que hay detalles que en 1983 tenían forzosamente que influir en una historia de amor entre dos hombres, pero más allá del secretismo básico, el cuento de Elio y Oliver se vive desde la temporalidad de un verano y los sentimientos de un niño que aún no sabe lidiar con ellos, pero no desde un conflicto de identidad o escándolo homofóbico. De esas historias tenemos muchas, pero cuánta falta nos hace simplemente enamorarnos desde la butaca con la relación entre dos personas. Y ya.
Call Me By Your Name es triste en su realidad, pero hermosa en su desarrollo, y nos recuerda que hace tiempo, tal vez mucho, tal vez poco, todos tuvimos un Oliver al cual ver con ojos de anhelo y no cambiaríamos el haber conocido ese sentimiento por nada.
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