Taron Egerton se transforma por completo en Elton John, dejando mucho espacio para dejar brillar su propia estrella, en una película que consigue llevar magia a los lugares más oscuros, justo como lo haría el mismo Elton; y recuerda por qué el rockero es más que un ícono musical…pero toda una fantasía.
Desde siempre se dijo que Rocketman no iba a ser una biopic cualquiera, y por qué iba a serlo si el personaje en el que está inspirada es todo menos ordinario. Lo que implica que, a diferencia de una Bohemian Rhapsody, Rocketman funciona más como una película francamente musical con detalles biográficos ficcionalizados.
A Elton John le tomó 10 años levantar este proyecto, que él mismo produce y en el que se abre por completo sobre detalles de su vida como la tóxica relación con sus padres, su adicción a todo tipo de sustancias y el enamoramiento que lo llevó a la autodestrucción. Y en gran parte en eso radica el éxito de la historia. No es la clásica biopic que intenta comprimir 20 años de carrera en una película de 90 minutos, pero un relato muy específico sobre el lado humano, vulnerable e inmaduro de Elton durante esos primeros años de carrera, y las relaciones personales que lo marcaron abajo de los escenarios.
Pero a pesar de que las memorias de Elton darían perfecto para un melodrama, Dexter Fletcher (director) se lleva las escenas a un lugar de fantasía lúdica donde Elton puede volar frente a su piano y cantar bajo el agua acompañado de su yo de juventud; que, acompañadas por los coloridos y brillantes vestuarios del músico (perfectamente calcados de la realidad) se convierten en un sueño. A veces trágico, a veces doloroso y otras tantas emocionante, pero siempre un sueño.
Y, sí, un musical en toda la extensión de la palabra. Donde las canciones más populares de Elton John acompañan la historia pocas veces como score, y muchísimas como protagonistas, con números de canto y baile que involucran a todos los personajes como se haría en el teatro, y melodías que desde origen parecen relacionarse con momentos sumamente conmovedores que ayudan a que la película no se sienta como un musical de rocola, pero un producto pensado desde origen para funcionar en armonías.
Al centro de todo, Taron Egerton sale de su usual perfil de estrella de acción para consolidarse como el más perfecto intérprete, sumamente encantador en su apropiación de Elton, que en ningún momento cae en la parodia, pero más en una re-interpretación única del cantante pasada por sus filtros personales, tanto en la actuación como en la voz cantada. Y es imposible quitártelo de la cabeza. Tierno, explosivo, simpático y lleno de color, Taron Egerton es el Elton perfecto después del propio Elton, y a pesar de tener poco en común físicamente con el cantante, su actuación es tan provocativa que es fácil verlo detrás de sus gestos y miradas.
Rocketman se siente como una carta de amor de un cantante a su mejor amigo, como una realidad convertida en ilusión, como un momento musical que quisieras poder detener para siempre desde los agudos punzantes de Yellow Brick Road y hasta las notas psicodélicas de Bennie and the Jets. Un musical que toca, conmueve y enternece, y al final te recuerda por qué es que Elton John sigue y seguirá de pie siempre mejor que antes.