Con Seminar, una adaptación de la obra sobre texto y escritor de Theresa Rebeck, Diego del Río entrega su puesta más desvestida y hasta cierto punto minimalista, dejándole el protagonismo a la dramaturgia en un montaje que precisamente intenta hacer homenaje a la tantas veces desgastada tinta detrás de las plumas.
¿Qué es escribir sino descubrirse a uno mismo en la página en blanco?
Theresa Rebeck hace uso de una especie de alter ego suyo, dividido en cinco personajes, para desvelar la mente del escritor como si de desarmar un reloj se tratara para descubrir qué lo hace hacer tic tac.
En un lujoso departamento, cuatro privilegiados y nóveles escritores se dan cita semana a semana para recibir una master class por parte de un aplaudido novelista, que despiadado en su crítica comienza a hacer añicos sus trabajos, provocando que sus alumnos se derrumben y cuestionen todo lo que siempre habían creído ser.
La obra alude muy en específico a la necesidad del escritor de sangrar sobre sus propias páginas, y el doloroso papel de la crítica como incinerador para un ave fénix, y aunque en principio pareciera particular en su anécdota, termina por generar empatía universal con todo tipo de pasiones y luchas individuales para llegar a la realización personal.
Desde que uno ve las clásicas sillas de sala de ensayos colocadas a los costados del escenario, es claro que Diego del Río está al mando; pero a diferencia de otros de sus trabajos, y especialmente viniendo de la barroca Despertar de Primavera, con Seminar, Diego da un paso para atrás y remueve elementos, incluso logrando que la escenografía (a cargo de Javier Ángeles) parezca en sí misma una hoja en blanco con apenas lo necesario para comenzar a contar una historia, que al final se vuelve un papel rugoso y tirado como aquellos que los escritores desechan cuando la cabeza les ha dado demasiadas vueltas.
Y hay mucho de elegante en eso.
Seminar entonces se convierte en un trabajo actoral. Son cinco los encargados de darle vida a las palabras de la alguna vez finalista al Pullitzer, Theresa Rebeck, cuyas líneas son un banquete de cinismo y diálogos adornados en comedia y realidad, que a momentos son hilarantes y a otros intensos y provocativos.
El jazz con el que Andrés Penella acompaña las transiciones es sólo un detallito más que refina el montaje y nos transporta a un espacio donde las ideas vuelan de manera caótica. Y es hermosamente neoyorkino.
A la cabeza, Rafael Sánchez Navarro, como el cruel maestro del seminario demuestra una pericia absoluta, y una soltura de tan poco esfuerzo en la creación de un personaje tan aberrante como cautivante, y en sus apariciones se adueña por completo de la obra. Cosa que termina por no ser tan ventajosa, especialmente para el acto 3 de la puesta, pero no me adelanto.
La sorpresa de Seminar definitivamente cae en manos de Aída del Río, una actriz tal vez mejor conocida por dirigir Sucia y muy Chingona Historia De Amor, que en manos de su hermano se pone a la par de Rafel Sánchez Navarro y es imposible quitarle la vista de encima. «Karen», la dueña del departamento, la escritora que lleva 6 años peleándose con su mismo texto y que está dispuesta a defenderlo hasta la muerte o a morir ahogada en cookie dough en el intento, se roba escena tras escena con diálogos mordaces, y una Aída que simplemente sabe cómo interpretarlos.
Cristian Magaloni, entrega solidez y un muy necesario aterrizaje para una obra repleta de personajes volátiles, y lo hace con contención absoluta, mientras Begoña Narváez juega con su humor y sexualidad también en un necesario contrapeso a la llamarada que es Karen, curiosamente en un personaje femenino cuya dramaturga no la deja trascender del todo más allá del físico.
Octavio Hinojosa, como el inseguro escritor y seductor movido por la envidia y el miedo al fracaso, es tristemente el eslabón débil de una cadena en realidad muy bien armada. Así como su personaje, Martín, Octavio da pasos inseguros, a momentos con muy buena química, por ejemplo con Aída del Río, y a otros francamente temeroso y chiquito, especialmente cuando le toca enfrentarse contra el monstruo que es Rafael Sánchez Navarro.
Y he ahí donde entra el frágil tercer acto. La culminación de una obra que nos ha llevado de la comedia a la angustia en un trabajo mayoritariamente de ensamble, que cuando se ve despojado de todo para dejar a Octavio Hinojosa y a Sánchez Navarro solos en un último enfrentamiento sobre el escenario, parece desvanecerse y perder toda la fuerza que por hora y media nos ha mantenido expectantes sobre la butaca. Como si la pila se hubiera agotado y el tono descarrilado.
Pese a eso, Seminar es un must para los amantes de las historias cimentadas en personajes, y definitivamente el trabajo más sofisticado de Diego del Río que, aunque se sale un poco del estilo menos pulcro que lo caracteriza, se disfruta como una más de las variantes de un director que, a estas alturas, ya se da el lujo de jugar, ensuciar y limpiar como se le antoja.
Seminar se presenta viernes, sábados y domingos en el Teatro Milán.