A pesar de cargar con el mundo sobre los hombros, y haber cerrado el corazón después de perder a su marido y no ver la forma de nadar a favor de la corriente, una viuda amante del cine intenta darle la mejor vida que puede a sus tres hijos y tal vez… sólo tal vez, permitirse volver a amar. Señora Kong es una obra feel good que nos transporta a los 40, a una década en la que ver a un gorila gigante batallar contra un dinosaurio era suficiente para escapar de una rutina abochornante. Y por un momento meramente sentirse Fay Wray arriba del Empire State en manos seguras.
Francisca no tiene las cosas fáciles. Tiene el don de la costura y un amor por el cine que le permite transportarse a todo tipo de aventuras a las que carga con sus tres hijos, de pronto a bordo de un barco en una tormenta, entre lianas con Tarzán o a la Isla Calavera donde habita King Kong, pero de vuelta con los pies en la tierra los pendientes son muchos, los problemas mayores, el dinero escaso y la soledad abrumadora.
En medio de un día a día que la ofusca y provoca que de pronto pierda el temperamento convirtiéndose en la Señora Kong ante los ojos de sus hijos, Martín, personaje y narrador, de fedora, bigote y actitud suave a la Errol Flynn comienza a seducirla conectando con ella a través de su pasión por el cine y la música; pero protegida después de la pérdida y sabiendo que sus hijos la necesitan más que nunca, «Panchita» se amuralla y se cuestiona si ya es momento de volverlo a intentar. No ayuda que su hijo Rafael haga berrinches de celo por el hombre que percibe como intruso en sus vidas, y que Esteban caiga víctima del polio y pierda la facilidad de caminar.
Señora Kong es una obra sencilla. Una historia que sucede en un México que pareciera ajeno en un tiempo que hace tanto ya ha quedado atrás, pero la realidad es otra. Francisca, Martín y sus hijos somos todos en uno y otro momento. Todos hemos sido la señora Kong, con ganas de gritar al aire luego de un día devastador y cansado; todos hemos sido Martín, esperando volvernos prioridad para quien tiene mil cosas en la cabeza antes que nosotros; todos hemos sido Rafael, capoteando a toros invisibles porque aunque sea en la fantasía se cumplen nuestros sueños, o Lucía, que escucha llorar a su mamá encerrada en el cuarto sin saber como ayudarla, o Esteban, aprendiendo nuevamente a caminar.
Señora Kong es inmensamente humana pero no por ello melosa. Es simple de una manera bella. Un retrato de un tiempo y una familia que no tiene una historia aventurosa que contar, como aquellas que se proyectaban en el Majestic en esta ciudad, pero que lo que tiene para compartir habla universalmente. Anecdótica, quizá, sin confrontación o urgencia, pero de cierto modo poética en su transcurrir sin necesidad de resolución. Sólo ser.
Al igual que el texto y la dirección de Ignacio Escárcega hay un notorio corazón por parte de la compañía formada por Karen Alicia, Alfredo Monsivaís, César Alcázar, Nadia Cuevas y Enrique Aguilar. Cinco actores que entran al ruedo a jugar. Que desde antes de la tercera llamada abrazan la llegada del público rompiendo la barrera entre ficción y butaca, y muestran algo personal en el trabajo que están compartiendo. No se siente vacío por ninguna parte. Señora Kong transmite calidez del escenario al público, justo como ese fuego que prende el amor de Francisca por el cine y la lleva a besar a su máquina de coser y tratar de hablar con ella. Un fuego que mueve desde adentro.
El suelo del Milagro se transforma en un mosaico formado por carteles de películas antiguas, textura que prácticamente cobra vida con el trazo coreográfico que Nathaly Rangel monta para los actores; y retazos de tela de distintos colores ondean para hacer las veces de una mesa o el agua de mar. Conceptualmente el trabajo escenográfico de Teresa Álvarado y la iluminación de Thalía Palacios acompañan al resto de la historia en su simplicidad tierna pero atinada. Sólo quizá el diseño de imagen de Eduardo Barrera se queda un par de escalones abajo y no termina por jugar completamente con una década que vio efervescer las largas gabardinas y los stripe suits, el pelo ondulado parcialmente recogido a la Rebecca Iturbide (o Rita Hayworth si nos queremos poner Hollywood), y pantalones cortos en niños que parecían adultos miniatura en chalecos y corbatas.
Señora Kong es una historia de amor, pero no entre un hombre y una mujer, ésa es tangencial e impredecible, pero uno mucho más sólido y eterno, el de una familia. Una mamá que detiene el tiempo como una foto para descubrir que sus hijos van a ser mejores que ella, que van a tener la vida que se atrevió a soñar para ellos.
Señora Kong está fuera de temporada, terminó el 26 de marzo en el Teatro el Milagro.