Tal vez cuando dos personas están destinadas a estar juntas, unidas por un hilo rojo invisible, si nos queremos poner mitológicos y románticos, no importa lo diferentes que sean, lo poco compatibles a la vista, tal vez, sólo tal vez, esas personas tengan un magnetismo del que es imposible escapar. Al menos Alex y Bruno en Smiley son prueba de ello.
Pongamos una cosa clara, Smiley no es una serie de Netflix. Cierto, fue un fenómeno en 2022 cuando estrenó como serie extendiendo la historia de Alex y Bruno y creando un universo mucho mayor al que la obra nos deja conocer; pero la historia de Smiley comienza en los escenarios de teatro, en la Barcelona de 2012, en un pequeñísimo foro conocido como la Sala Flyhard, no tan distinto a La Teatrería, que es donde se presenta aquí en México.
De modo que si tú eres fan de la serie y quieres ir a la obra esperando ver en hora y cachito lo mismo que en la tele se cubrió durante diez capítulos, tal vez tengas que cambiar tus expectativas y borrar un poco el cassette. Smiley, en teatro, es cosa de dos. Una comedia básicamente limitada a un bar, donde dos personajes se conocen para repudiararse y luego descrubrir que no pueden alejarse el uno del otro. Donde se rompe la cuarta pared continuamente en favor de los heterosexuales en la audiencia que pudieran no estar siguiendo el ritmo de las muchas referencias queer en la obra, y donde los personajes incidentales no son más que eso: incidentales. No secundarios. Y son una franca cereza en el pastel.
Decepcionado con el hombre al que ya le estaba regalando su corazón antes de ser enormemente ghosteado sin razón aparente, Alex, el barman del Bar Vero, decide enviar un largo mensaje de voz a su date furtivo tratando de hacer sentido al hecho de que lo último que compartió con él fue una smiley face en un whatsapp que jamás volvió a ser contestado. Pero su llamada no llega al destinatario correcto y la acaba recibiendo Bruno. Un arquitecto tan arrogante como inseguro, que en un afán casi bromista, le devuelve la llamada y al notar que ambos están buscando una oportunidad en el amor (dentro del complicado y poco comprometido mundo gay) lo termina por invitar a verse en persona.
La cosa es que Alex y Bruno no podrían venir de lugares más diferentes. Alex es más circuitero. Ese gay musculoso, adónico y edonista, que pasa horas en el gimnasio y sus conversaciones giran en torno a shakes de proteína y el «día de pierna». Es simpático y de buen corazón, pero no puede evitar cargar con la cruz de su parroquia: es… ¿vanal? Mientras que Bruno rechaza el ambiente queer. Es un snob forzado, en busca continua de cubrir sus inseguridades con una fachada de superioridad moral, especialmente cuando de la comunidad lgbtq más frívola se trata, pero en el fondo busca la misma conexión que todos y le aterra tanto el juego del romanceo como a cualquiera.
Ninguno de los dos se hubiera fijado en el otro de no haber sido por una llamada accidental que los hizo coincidir.
La cita comienza mal conforme ambos hombres se van dando cuenta que son todo lo que odian de la otra persona, pero, por alguna razón, quizá involucrada con ese hilo rojo del destino, en vez de darse la media vuelta y dejarse en paz, se confrontan, buscan y enfrentan sin parar hasta acabar teniendo el mejor sexo de sus vidas. Como en todo buen «will they, won’t they«, la gran pregunta de esta comedia romántica es: ¿tienen sentido juntos y cómo harán ellos para descubrirlo cuando apenas se ven se ladran?
Smiley es una comedia sencilla y sin pretenciones. Todos sabemos de dónde viene y para dónde va, pero Joserra Zúñiga (director) y su compañía hacen algo idóneo con su adaptación para México, y la atiborran de chistes lgbtq locales con los que cualquier persona de la comunidad y aliados pueden reír a mares, espejeando lo absurdos que podemos ser las personas queer, especialmente cuando de conocer a otros en plan romántico (o sexoso) se trata.
Bromas sobre Grindr y el tipo de fotos y mensajes que uno ahí se encuentra, fetiches clásicos y sí, a veces perturbantes de la sexualidad abierta, muy abierta del hombre gay, antros como el Sodome, Guilt, el Mickey, ese gusto por la Coca Light, Sex & The City y La Más Draga, todos son material de parodia infinita para Joserra y el resto de Smiley, que él acredita como co-escritores en la tropicalización de este texto, que es sin duda la razón principal para ir a disfrutar de esta obra que no pretende sino hacerte reír, y quizá, recordarte a uno que otro ex del pasado.
El momento cúspide del montaje se lo lleva Martín Barba (que durante la temporada estará alternando con Jesús Zavala y Jerry Velázquez) cuando en una escena en la que Alex comienza a conocer hombres por Grindr, él se va transformando en todo tipo de estereotipo gay para hacerle dupla, desde el chaca morboso y hasta el norteño casado, pasando por el más brillante de todos, el fan acérrimo de los realities de dragas y Twitter gay cuyo lenguaje sobrepasa toda barrera de lo comprensible para transformarse en un léxico de puro argot queer sin sentido: soporta, quedé, la que abdique, loba, herrrmana, ni modérrimo, ¡Paper la más! Y con toda razón ese momento recibe ovaciones desde el público.
Sergio Velasco es la gran sorpresa de Smiley. Español llegado para trabajar en esta obra en México, Sergio hace de Alex un hombre no sólo escultural, que al final ya va siendo tiempo que le prestemos menos atención al físico normado o no normado de la gente, pero uno entrañable, simpático, tierno, ingenuo y querible. Tanto así que de pronto es complicado conectar con un Bruno que insiste en subestimarlo, cuando cualquiera en el público lo que quiere es abrazarlo, protegerlo y asegurarse que todo le salga bien en la vida. Sergio hace a un bebé panda y hay una cierta disparidad con el otro animal que le ruge y no cae nada bien cuando lo hace.
Finalmente Martín Barba hace lo propio y termina por ganarse a la audiencia aún con un texto que a veces pinta a Bruno insalvable. Pero Smiley se pone inteligente y no nos regala el cuento de hadas masticadito y en la boquita, sino lo cuestiona. Nos presenta una relación tóxica en potencia y nos permite ser nosotros los jueces del felices para siempre. Mantiene flotando en el aire las preguntas, ¿podrán?, ¿deberían?, y eso lo aplaudo, porque lo sencillo es romantizar la casualidad convertida en destino, pero cuando toca ponernos reales, lo más honesto es dudar.
Smiley se presenta los jueves a las 20:30pm en La Teatrería.