Si hay un proyecto ambicioso en la escena teatral mexicana, ése es Sólo Quiero Hacerte Feliz. No una, no dos, pero tres obras, que funcionan de manera unitaria o en combo, y que a través de seis personajes y tres espacios crean un multiverso digno de maratonearse.
Juan Ríos lleva años dirigiendo la trilogía de Alan Ayckbourn, mejor conocida como The Norman Conquests, lo que significa que la tiene muy entendida y perfeccionada, y se nota. Sólo Quiero Hacerte Feliz va y viene de cartelera, y su último intento de estreno fue justamente antes de la pandemia. El Milán/Lucerna ya estaba brandeado con las imágenes de la obra justo cuando el mundo se paró en seco, y no fue sino hasta hace poco que la trilogía pudo volver a las marquesinas del Lucerna con un pequeño cambio de elenco.
A los ya conocidos para el montaje Pablo Perroni, Mariana Garza, Mario Alberto Monroy y Yuriria del Valle se le sumaron Mariana Gajá y Carlos Rangel. Y qué hexágono más equilibrado y lleno de química y comedia forman. Uno de los ensambles mejor logrados en muchos sentidos que se puede ver actualmente en el teatro. Generosos entre ellos, cada uno recibe y luce su momento, mientras dejan a los demás brillar en el suyo, y al mismo tiempo conforman un grupo que como unidad es simple y sencillamente adorable.
Pero no nos adelantemos, que tal vez el término trilogía no ha quedado del todo claro, y puedo entender por qué, no es como que en teatro sea el formato más común.
Sólo Quiero Hacerte Feliz no es una historia en secuelas, más como tres pedazos del mismo pastel, sucediendo al mismo tiempo en distintos espacios. Los seis personajes de Ayckbourn pasan un fin de semana de lo más disfuncional en una casa cuyos rincones se dividen para formar las tres partes del relato: Sala, Comedor y Jardín. ¿Qué significa esto para el espectador?
Que tiene diversión elevada a la tercera potencia, básicamente. Porque lo que puede hacer es ver sólo una de las obras, con un principio y un final propio, o las tres que se conjugan para formar el rompecabezas completo y observar de la manera más voyeurista posible, porque alejada de esos tiempos en los que en Sky podías elegir qué cuarto de la casa de Big Brother sintonizar no está, el fin de semana completo de estas seis personas que juntas son receta para el caos.
Ana (Mariana Garza) podría ser la protagonista, si es que podemos hablar de uno con un ensamble tan amueganado. Digamos que ella da el banderazo de salida desde el Jardín. Neto (Mario Alberto Monroy) lleva una vida siendo su enamorado platónico, bruto e incapaz de dar nada parecido a un primer paso, Ana termina por desesperarse y buscar cariño en otros brazos… los de Mauricio (Pablo Perroni), el esposo de su hermana Raquel (Yuriria del Valle).
Ana y Mauricio planean una escapada romántica a Iguala, cosa que desde el principio y hasta el final de las tres obras no deja de ser un rolling gag cuya regionalización funciona de carcajada; pero Ana se hace cargo de su madre enferma, de modo que acude a su otro hermano, Rey (Carlos Rangel) y su apretada esposa, Sara (Mariana Gajá) para que ese fin tomen su lugar y ella se pueda ir en paz. El problema es que su amorío con Mauricio sale a la luz, los planes de irse a Iguala se cancelan, los seis personajes terminan incómodamente conviviendo en la misma casa por tres días, y todo se va al car*ajo de una manera espectacularmente graciosa.
Ojo, que ésta no es una comedia de enredos. El guión de Ayckbourn es más inteligente que eso y más clavado en el humor ácido e incómodo. ¿Qué pasa cuando dos hermanas se enfrentan cuando se están acostando con el mismo hombre? ¿Qué pasa cuando ese hombre no puede dejar de prometerle a todas las mujeres en la casa que las va a hacer felices? ¿Qué sucede cuando uno de ellos se cree acosado sexualmente por una mujer que sólo está tratando de enseñarle a soltarse el pelo?
La historia se hila en los tres rincones de la casa, y una cosa que es bellísima para el espectador que se avienta la trilogía completa, es que hay ciertos chistes que se terminan de constuir entrelazdos entre obras. De modo que el que ve entrar a Rey a recoger un bote de basura de la sala, y ya vio el Comedor y sabe por qué lo hizo, se va a revolcar de risa al ver completado el momento. No que para el vea una sola sea menos gracioso, el acting de Carlos Rangel va a provocar risas porque es ingenioso y avispado, es sólo un guiño que el que tiene mapeado lo que va pasando en cada espacio de la casa puede disfrutar de manera orwelliana.
La historia en realidad no tiene mayor complicación. No la necesita. Con dos escenas por acto, y dos actos por obra, tiene más que suficiente para construir seis personajes que desde sus primeros diálogos te demuestran quiénes son, y las debilidades que eventualmente nos harán reír de manera imparable, no sin dejar ciertos rastros muy verdaderos de lo que implican las relaciones: el cansancio del otro, el conocerse demasiado, el hartazgo, la repetición, el amor desde el aceptar los defectos de una pareja, y la soledad como dermatitis, de ésa que pudieras no rascarte si te restringes, pero que provoca toda la comezón del mundo y una gran tentación por meterle las uñas.
Imposible hablar de un actor mejor que otro, pero sí puedo decir, sólo porque la última vez que vi Sólo Quiero Hacerte Feliz, Anahí Allué y Ricardo Fastlich eran parte del elenco, que Mariana Gajá y Carlos Rangel le dan un giro muy propio a sus personajes de manera espectacular, y ensamblan este lego como partecitas que siempre pertenecieron al tablero. Brillantes los seis desde personalidades muy definidas y un gigantesco manejo del silencio y el fraseo para generar comedia.
También resulta bello y un detalle que, aunque de poca importancia, no deja de representar un momento muy preciso de liberación sexual y femenina en el mundo, que la obra esté situada en los 70. Cosa que además le permite a Sergio Villegas (escenografía e iluminación), a Mario Marín del Río (vestuario) y a peluquería jugar de manera creativa y divertida con un concepto agogo que tiene a Pablo Perroni usando el pelo más feo del mundo (y lo digo de buena manera porque funciona de forma ideal), a Carlos Rangel vestido como para herir la retina y a Mariana Gajá peinada en franca Britt Ekland en tiempos de Roger Moore como James Bond.
Pareciera cansada cuando se habla de casi siete horas de obra, pero creánme cuando les digo que Sólo Quiero Hacerte Feliz se pasa en un parpadeo y tú quieres aún más. Yo recomiendo la trilogía, que se puede ver al hilo únicamente los domingos en Foro Lucerna; pero cada obra de manera individual tiene muy su encanto, muy su corazón, y todas al menos una escena ultra memorable, favorita del público. Velas todas, ve la que quieras, pero vela, ve a hacerte feliz.
Sólo Quiero Hacerte Feliz se presenta Viernes, Sábados y Domingos en Foro Lucerna.