En una búsqueda por representar la indecisión y terror al compromiso generacional, Iankarla Castillo (dramaturga), nos presenta a Lalo y Lala, una «¿qué somos?» que en el lapso de una noche y bajo el influjo de todo tipo de sustancia se cuestionan una y otra vez si están hechos para estar juntos hasta que el ciclo los lleva a aceptar que aunque traten de negarlo, no, no Todo Está Bajo Control.
Hay una realidad incuestionable en la forma en la que las relaciones amorosas han evolucionado, desde tiempos en los que las parejas eran elegidas por los padres, hasta las de generaciones más recientes que para los 23 ya estaban casados y antes de los 30 con hijos; a como los millennial y gen z lo viven hoy en día: de entrada sin ningún tipo de prisa por encontrar relación seria antes de considerarse «quedados», en segunda, sin necesidad de papelito o hijos que avalen nada, en tercera con relaciones abiertas o poliamorosas que cuestionan la necesidad de la monogamia como constructo social desechable.
Y una última importante, la falta de ancla aunada a la protección de la individualidad y libertad sin restricciones que nos provoca preguntarnos, ¿quiero atarme a este otro, en serio?
Todo Está Bajo Control no hace otra cosa más que darle vida a este dilema: querer vs rechazar ser limitados. Durante una noche de excesos y la mañana siguiente, Lalo y Lala se dedican a ser espejo el uno del otro (como sus nombres), y al mismo tiempo de muchos allá afuera cuando deciden malpreguntarse, ¿tú y yo qué?. Cuando uno quiere, el otro ya se echó para atrás y va de regreso, y al revés; y delirantes entre tabaco, alcohol, molly y marihuana, de pronto se dejan arrastrar por las ganas de estar acompañados, porque la soledad da mucho miedo, y están dispuestos a encadenarse, pero cuando parpadean y el influjo queda atrás se acuerdan que «querer» no es sinónimo de «quererte para siempre» o más vanal, si quieren, «quererte cerca, tan cerca».
El tópico tiene mucho para escarbar, pero el texto de Iankarla Castillo se queda un paso atrás de realmente remover donde punza y arde. Repetitivo y expositorio, la dramaturgia de Castillo sigue los mismos pasos del trazo escénico y hasta la escenografía, y se dedica a dibujar un círculo que eventualmente se vuelve demasiado reiterativo al punto del estancamiento. Ahí donde tiene sentido que en algún punto las almohadillas que se usan de escenografía, que asemejan una entraña con arterias, formen un aro, porque Lalo y Lala en efecto no pueden sino dar vueltas, el texto tendría que partir, recorrer y regresar, para encontrar la misma figura, pero Todo Está Bajo Control nunca realmente deja el punto de inicio.
Hay algo interesante en la búsqueda de Iankarla por querer expresarse a través no sólo de diálogos, pero de momentos de ilusión. Uno en el que Lala juega con objetos comunes y corrientes para representar lo que ella percibe de las parejas como un eterno «me enamoro, me reproduzco y muero» sin mayor grandilocuencia; hasta las varias coreografías de la obra que llevan a Lalo y Lala a bailar un tango de desesperación que otorga mucho brillo a lo que está intentando decir. Ayudada por su directora, Pamela Caloca, encuentran en lo onírico un lugar más llamativo desde el cual hablar del tema que las escenas de conversación.
Lamentablemente los momentos de pareja que nos regresan a la realidad se sienten verdes de todas las partes involucradas. Un dialogar poco convincente, una interacción entre Iankarla (también protagonista) y Luis Arturo Rodríguez a la que le falta mucha química y pasión, ante todo evocación de sentimientos francamente vulnerables, que ninguno de los dos alcanza, y una dirección enfocada en el abstracto que cuando baja al concreto tropieza en ritmo y evolución, y pareciera dejar a sus actores solos donde más la necesitan.
Todo Está Bajo Control aún tiene mucho flotando en el caos. La intención, el discurso, el interés visual son claros, y están ahí a momentos, matizados, por cierto, por una música y diseño sonoro que en efecto nos transporta a esta eterna fiesta que es la vida de Lalo y Lala, llena de estrobos que impiden ver sin incertidumbre, y un diseño de iluminación sencillo pero efectivo del que toman protagonismo focos color morado que caen del techo para llevarnos a un lugar que es todo menos real y cálido. Tal como esta relación que sólo en abrazos busca afecto, pero se distancia cuando se empieza a sentir pegajosa.
Todo Está Bajo Control es un brote, aún no un tallo y lejos de la flor. Pero es un inicio con potencial. Iankarla Castillo, Luis Arturo Rodríguez y Pamela Caloca son muy jóvenes, y como Lalo y Lala en su historia aún tienen muchos vicios de los cuales deshacerse antes de poder encontrar suelo estable. Se aplaude la intención de creadores nuevos, recién salidos de la escuela, con urgencia por mostrar lo mucho que tienen para ofrecer a la escena del teatro en México, pero igual que en las relaciones, a veces hay que discutir y sacarlo todo, bonito o no, para llegar al punto medio tan necesario que nos permite seguir caminando a sabiendas de quiénes somos.
Todo Está Bajo Control se presenta los jueves a las 20:00pm en El Hormiguero.