Una mirada milenial a la vivencia gay actual que se divide entre el orgullo y la celebración de una cultura que idolatra la cultura pop, y la aún homofobia interiorizada y a veces obsesión con escapar del estereotipo para abordar una identidad individual y no colectiva. Una Disculpa A Lady Gaga llega desde Londres para recordarnos que hay personas lgbtq aún ancladas a una culpa y dolor que se llevan arrastrando décadas.
Hay un momento en Una Disculpa A Lady Gaga en el que uno de los personajes recapacita en que la historia de la comunidad lgbtq está marcada por sangre y batalla. La epidemia del SIDA, Stonewall, el asesinato de Harvey Milk, Marcia P. Johnson cuyo cuerpo fue encontrado justo después de la marcha del Pride, dolorosas llagas que han marcado el pasado y presente de una comunidad perseguida y señalada. Con esta obra, el dramaturgo Ed Cooke se pregunta, ¿pero entonces no nos toca ya ser felices?
Toño y Mateo comenzaron su encuentro amoroso en un antro gay mientras sonaba «Rain On Me» de Lady Gaga al fondo. Para Toño no pasa de ser un dato curioso, mientras Mateo no puede creer que su historia romántica tenga que existir alrededor de un cliché gay que él encuentra aberrante.
Toño es libre. El tipo de hombre gay que se enriquece de la cultura lgbtq y disfruta de usar el lenguaje, los modismos, los tópicos de conversación, no se cuestiona si sus gustos musicales o televisivos son estereotípicos, los disfruta sin cuestionar, y por supuesto que adora a Lady Gaga, a las drag queens, perfectamente reconciliado con saberse femenino, arropado por una familia que lo quiere y lo acepta, aunque la relación con su madre pueda llegar a ser explosiva.
Mateo es el otro lado de la moneda. Ése que creció tratando de ocultarle a sus compañeritos de clase que era gay, pero uniéndose al equipo de porristas donde finalmente tenía un lugar. Su feminidad la retoma desde la parodia, pero en actitud es la heternorma la que lo guía. No soporta nada que caiga en el cliché del clásico homosexual de folleto. Él prefiere a Maroon 5 por encima de cualquier diva del pop y aborrece que lo pongan a ver RuPaul’s Drag Race. La relación con su madre es tensa y él asume que está relacionado con su orientación sexual, de modo que prefiere evitar el tema a toda costa. Trabaja en una publicación digital lgbtq, y analiza al colectivo como sujetos antropológicos dañados por dentro e incapaces de superar sus propios traumas.
Y sin embargo, Toño y Mateo están enamorados. Comparten una casa donde les es imposible decidir qué ver en la televisión, sin que eso cree un conflicto alrededor de si el programa en cuestión es demasiado gay o aceptable, y tienen una cobija gay, con la bandera Pride, que para Mateo es símbolo de todo aquello en lo que no cree. «El orgullo». Para él, un invento de la comunidad queer para auto-celebrarse cuando en realidad se la pasan ocultando que están rotos, asustados, perseguidos por un daño que cascadea de generaciones atrás e incapaces de encararlo.
Una Disculpa A Lady Gaga es en realidad una comedia que Elisabetha Gruener (directora) aborda desde la viñeta y la recreación de momentos muy específicos en la relación de esta pareja con mucha ligereza y un juego simple con el espacio. Es graciosa, lo es, especialmente para los que entienden la enorme cantidad de referencias pop que se lanzan al minuto, y en cierto punto también conmovedora y reflexiva, tan sólo lo suficiente para rascar la superficie de un tema que se podría taladrar para llegar a un centro repleto de magma en ebullición que aún calienta la homofobia interiorizada en pleno 2024, que uno imaginaría que les lgbtq ya han podido superar y seguir adelante. Y no.
Saúl Villa carga la obra de forma genial. Como Mateo es él en quién recae la parte autoreflexiva del montaje. Es antihéroe y abogado del diablo, pero no villano, finalmente un venadito tratando de lamer sus heridas antes de poderse poner nuevamente de pie. Es enormemente gracioso cuando adopta fársica comedia, pero más importante, vulnerable y decadente en tantísimos momentos en los que le toca batallar con él mismo para descubrir que su primer enemigo es él, aunque él haya decidido que es un mundo entero el que lo ha puesto contra la pared. Aunque agrio, Saúl encuentra la manera para que empaticemos con él y finalmente nos transporta al viaje de Mateo donde no todo es miel sobre hojuelas… y se vale. Lo está trabajando.
Leo Bono (alternando con Clemente Vega) adopta mucho más la posición del comic relief. Leo es inmensamente carismático de forma natural, pero en contraste con Saúl se percibe de una escuela distinta, una con un acercamiento a la escena desde lo flexible y poco riguroso, cosa que inevitablemente lo lleva a llenarse de pequeños vicios y muletillas que no permiten la fluidez de los momentos con precisión. Sus soliloquios son hilarantes, porque no demandan de él la concentración con el otro, pero su intengración a la dulpa se tambalea con el enfrentamiento de dos escuelas de actuación que chocan sin forzosamente embonar.
Pero tiene un momento precioso, tanto Leo como Toño, su personaje. Y es una frase. «Yo soy feliz», le recuerda a Mateo en uno de sus peores debacles. Mateo que está tan seguro que los gays se suicidan o se esconden en adicciones, y sólo pretenden estar bien. En una frase, Toño es capaz de desarmar un discurso repleto de miedos y una herencia culpista que para una generación milenial, gen-z, si nos vamos más allá, ya puede ir sanando para encontrar lugares de paz. Donde los problemas de la gente lgbtq no sean distintos a los de las personas cis hetero. «Mi Heartstopper», como menciona en algún momento Mateo, haciendo referencia a la serie de Netflix donde dos adolescentes, uno gay y uno bisexual, se enamoran sin mayor problema.
La adaptación al español tropieza en no encontrar una personalidad propia. Elisabetha Gruener elige tropicalizar varias cosas para permitir a la historia suceder inicialmente en Querétaro y luego en Ciudad de México, donde las referencias son a La Más Draga, la Tesorito, Reik, la Puri y «la queso», cosa que pareciera ir dirigida a una audiencia muy específica, definitivamente queer, y sí, chilanga; pero por otro lado deja otros muchos gags que giran en torno a David Tennant y su Dr. Who, a Stephen Fry, a Chromatica e Inception de Christopher Nolan que parecieran pertenecer a un mundo completamente distinto que las anteriores mencionadas, e ir dirigidas a un público quizá incluso opuesto que el que pareciera delinear la parte tropicalizada.
Una Disculpa A Lady Gaga aún no encuentra su centro. Recién estrenada en realidad en el Festival Vault de Londres apenas el año pasado, tal vez incluso el material original no ha terminado de madurar lo suficiente. Y lo mismo le sucede en el área visual. Odette Villarreal, encargada de la escenografía coloca a sus personajes frente a un ciclorama que pareciera bandera de algún campamento asiático, con símbolos geométricos que se reflejan también en cajas frente a los actores, todo en color naranja, ladrillo, que no termina por hacer sentido en absoluto con el espacio que Toño y Mateo habitan. Una caja negra hubiera quizá permitido más espacio a la imaginación, pero la escenografía actual termina por ensuciar sin decir mucho.
Una Disculpa A Lady Gaga llega a sentirse verde, sin duda, pero también con la frescura de todo un equipo de gente muy joven notoriamente apasionada por contar esta historia. El mensaje no es nuevo ni especialmente profundo hasta la vena que lo hace later, pero es en definitiva un primer acercamiento amigable y sencillo hacia cómo la comunidad lgbtq ha ido pasando de las sombras, a la luz pública con precaución terrorífica, a la batalla, la guerra, el formar sus lugares, sus códigos, armarse de familias donde quizá perdieron a las suyas, dejar morir culpas, mantenerse estóicos frente a un mundo -especialmente en redes- que ondea los ideales retrógradas que parecieran querer empezar a dar pasos en reverse, al orgullo, la celebración de quiénes somos por quiénes somos, el agradecimiento y la aceptación.
Una Disculpa A Lady Gaga lo resume de manera fácil con personajes que es muy fácil querer. Y en eso tiene una virtud invaluable: su capacidad de transmitir, incluso al que ha estado negado a oírlo, que detrás de toda persona queer hay humanos tratando de librar el enorme reto que es vivir, adultear, amar, encontrar realización personal y a veces fallar, tanto como cualquier otro.
Una Disculpa A Lady Gaga se presenta viernes y sábados de febrero, y sábados de marzo en Teatro La Capilla.