Urinetown lleva desde 2017 siendo uno de los mejores musicales en la CDMX. El pequeño musical que nadie vio venir con el que la compañía Ícaro Teatro se dio a conocer fuera de Querétaro, que logró clavarse en los corazones de los amantes de los musicales, y que ahora se renueva para su nueva temporada en el Milán que, de hecho, podría ser incluso su mejor hasta ahora.
Urinetown tiene una cosa complicada de vender, y es el hecho de que, desde su título se te anuncia que vas a ver una obra sobre pipí. O al menos eso se podría llegar a entender, porque en realidad la historia de Greg Kotis toma meramente la anécdota escatológica para rendir un poderoso mensaje sobre clases sociales y el destino apocalíptico del planeta si no aterrizamos cambios inmediatos.
En esta distopia, donde el Oficial Lockstock (Eduardo Siqueiros) y la Pequeña Sally (Majo Bernal / Liliana Rojas) continuamente rompen la ficción para convertirse en narradores e intermediarios entre el público y los personajes de manera ultra meta e hilarante -en la que de hecho, hacen mucha burla al teatro en sí y el nombre y significado de su propio musical- el planeta está en sus últimas debido a una terrible sequía por la cual las personas ya no pueden utilizar baños individuales en sus casas. El corporativo Urine Good Company maneja los baños públicos por cuyo uso cobra una cuota cada vez más inpagable, y castiga con el exilio a «Urinetown», que rápidamente nos enteramos que es un eufemismo para un destino más cruel, a aquellos que se orinen en la vía pública y no paguen el debido impuesto.
Bobby Strong (Memo Sánchez), el héroe de la historia, quien de hecho trabaja en una de las infames instalaciones de baños públicos, después de ver a su padre (Yolanda Padilla, quien también interpreta a su madre) «deportado» por no aguantarse las ganas de hacer pipí, comienza una revolución que se complica cuando se enamora de Hope Cladwell (Carolina Vélez y Carolina Reyes), quien resulta ser la hija del tirano Cladwell B. Cladwell (Felipe Reyes) amo y señor de Urine Good Company.
Urinetown -ganadora a mejor musical por parte de la ACPT- en manos de Miguel Septién se convierte en una divertidísima comedia de tono fársico y caricaturesco que contrasta de manera sutilmente ácida con la crueldad del mundo que habitan estos personajes, y lo oscura que se va tornando la obra conforme la revuelta comienza a tener serias consecuencias, que de manera irreverente, en realidad nunca te dejan de hacer reír. Quizá hasta que sales del teatro para reflexionar en el hecho de que el musical es una colorida advertencia a lo insostenible de nuestro estilo de vida.
Muy en su estilo que utiliza la estética de lo que bien podría ser una novela gráfica para las puestas en escena, Miguel Septién, con muy poco, da vida a este mundo gris, una mezcla entre Mad Max y Akira, donde Hope, por su belleza, inocencia y colores rosados brilla como la única luz de esperanza. La única creyente en el poder de los deseos del corazón, pero muy ingenua como para notar que está en el lado equivocado de la historia; mientras Bobby, al que se le repite continuamente que vive «en las nubes», parece estar inspirado en los periodiqueros de antaño que, en su momento, y en otro musical, Newsies, también comenzaron con una revolución para cambiar al mundo.
La estética es brutalmente vívida. Septién y su equipo de creativos, entre ellos, Luis Roberto Orozco (ganador del Metro) toman riesgos que caminan en la línea de lo absurdo, pero que de algún modo hacen funcionar y resultar brillantes. El Sr. McQueen (José Grillet) usa una faja sobre su traje y maquillaje a la Luis XV, perfecto para el achichincle del villano principal de la historia al que fácilmente se le podría escuchar decir «let them eat cake», mientras la Pequeña Sally pareciera una muñeca de tela, el papá Strong un trapeador, Little Becky (Nayeli López) un árbol de Navidad abandonado y Hope, una dama de los cincuentas, pulcra y femenina, donde la Srta. Pennywise (Andrea Biestro) se percibe salvaje; todos en contraste ideal con los uniformes pristinos de Lockstock y Barrel (Emilio Schoning y Jorge Garza) con detalles militarizados. Pequeños guiños a la balanza de clases sociales a la que el planeta se ha enfrentado desde hace siglos.
Lo más brutal de Urinetown, sin embargo, nace de los personajes y aquellos quienes los interpretan. Lalo Siqueiros, Memo Sánchez y Andrea Biestro llevan desde 2017 perfeccionando sus roles de una manera bellísima. No hay un sólo detalle descuidado en ellos. La manera de hablar, de pararse, de gesticular mientras otros dialogan, de cantar, por supuesto. Son redonditos y encantadores de principio a fin. Lo mismo podríamos decir de la Sally de Liliana Rojas, el Cladwell de Felipe Reyes y el ensamble, cuyas intervenciones son fundamentales, graciosas y perfectamente instaladas en escena. Porque todo se reduce a timing.
Pero esta temporada tiene nuevos ases bajo la manga. Caro Vélez como Hope es la imagen perfecta de la burguesía y la inocencia, y canta para tirarte de espaldas; Majo Bernal es una Pequeña Sally roba escenas, muy diferente a la de Liliana, que juega desde el aparente ojo infantil a ser la más ácida de todos, y su mirada, incluso en sus momentos de silencio, es maravillosa; pero es Grillet como McQueen el que arrasa con el escenario. No es posible quitarle la mirada de encima, todo el tiempo le está ocurriendo algo a su personaje de manera brillante, y no por eso menos generosa, pero lo que es increíble de José es que consiguió crecer un rol que en temporadas pasadas era quizá chico, a un verdadero jugador en la mesa. Un absoluto favorito del público.
No estamos en cien, sin embargo. Eduardo Torres como el Senador se siente chico al lado de compañeros que se lo comen en escena, y no atina al tono en el que están jugando el resto, y Emilio Schoning como Barrel tiene un personaje al que se le puede sacar muchísimo brillo, que nos consta por temporadas pasadas en manos de otros actores, y que por ahora permanece ciertamente opaco.
Urinetown es una aventura. De los pocos musicales allá afuera que no se molesta por darle gusto al público, que hace las cosas a su manera, y eso está para quitarse el sombrero. Es real que, si nunca lo has visto, no tienes idea de para dónde se va a ir y las vueltas de tuerca con las que va a jugar en el camino; acompañado además de canciones bellas y emocionantes (mi personal favorita, Follow Your Heart), coreografías (a cargo de Arantza Muñoz) vistosas, vigorosas y diferentes, igual de arriesgadas que el vestuario y la dirección, cosa especialmente notoria en Don’t Be A Bunny, y momentos de riquísimo absurdo que sin una adaptación ultra puntual pasarían de lo cómico a lo insensato en segundos. Pero Miguel se da incluso el lujo de hacer vocal parodia a José el Soñador y continuamente a su propio musical y salirse con la suya.
Cinco años de ser uno de los mejores montajes que va y viene en México. Y si a mí se me permite poner la cabeza en las nubes, cinco años más serían incluso pocos para seguir disfrutando de esta maravilla, que se disfraza de pipí y resulta que es un oasis de agua cristalina.
Urinetown se presenta viernes, sábados y domingos en el Teatro Milán.