Cuatro platos colocados sobre la mesa cuando ya sólo tres permanecen en ella. Desde un doloroso lugar, Variaciones Schrödinger nos coloca al centro de una familia enfrentándose con la desaparición de uno de sus hijos, con un estilismo precioso que pinta el montaje de estética, pero lo enfría y reduce a una tragedia coreografiada.
El primer acercamiento a Variaciones Schrödinger es uno que impone. La escena te recibe con un cubo de luz impresionante y poderoso al centro de un cuadrilátero en el que cuatro actores se paran completamente de frente a público, rompiendo con la convención de un espacio coloquial, que imaginamos como un comedor en una casa cualquiera, y usando al elenco como piezas de un tetris que avanzan y se colocan dentro o fuera del cuadrilátero, crea una danza que sólo en momentos álgidos los tiene verdaderamente interactuando entre ellos.
La propuesta de César Chagolla (director y dramaturgo) es clara y la priorización de la forma queda impuesta desde los primeros minutos. Con ayuda de Alejandra Escobedo en el diseño escénico y de Miguel Jiménez en la creación de un audio envolvente e inmersivo, Variaciones Schrödinger está lista para ser contada, y ante todo, disfrutada con los sentidos.
Pero el texto no termina nunca de equipararse con lo que en visión se nos aparece. Haciendo alusión al famoso experimento del gato de Erwin Schrödinger, aquél que uno mete dentro de una caja y mientras permanezca en ella está vivo y muerto al mismo tiempo, porque no hay manera de demostrar uno u otro escenario; Chagolla se acerca al pertinente tema de las desapariciones, y la forma en la que en México muchísimas familias viven en la incertidumbre de no saber qué fue de uno de sus seres queridos, cosa que los atrapa en un limbo de dolor e impotencia, sin poder realmente cerrar ciclos.
El hijo menor de una familia en provincia, abogado recién egresado, se mete con la gente equivocada por querer hacer lo correcto, y desaparece. Pasa un año, pasan tres, su cuarto permanece cerrado y su familia va recibiendo la crisis de distintas maneras. El padre, enfermo por las minas en las que trabaja, prefiere asumir que está muerto para poder continuar; el hermano es amenazado por la misma gente que presuntamente tuvo que ver con la desaparición y su preocupación se vuelca sobre su mamá y el peligroso territorio en el que se mete por querer encontrar a su hijo; y la madre, la protagonista del montaje, tiene un rompimiento de psique y vive día a día sin cenar esperando a que su hijo baje del cuarto en el que ella está segura está encerrado trabajando. Y nadie la puede convencer de lo contrario.
Hay mucha verdad en la forma en la que Chagolla aborda el duelo y la incertudumbre, en la que crea locura como mecanismo de defensa y el absoluto quiebre de una familia incapaz de superar una tragedia; pero también hay melodrama y sobreexposición que ensucian lo que ya es potente, especialmente conforme el final de la obra se acerca y el dramaturgo decide vocalizar lo que ya es claro, y otorgarle a su mamá un momento de catársis pleonástico con una resolución que pareciera salir de nada para poder tener un final que, más allá de lo básico, termina incluso por romantizar la despedida. El estilismo gana, pero la crudeza pierde.
Lo que es una realidad es que Gabriela Núñez, como la madre, devora esas escenas. Se entrega por completo a la desesperación y saca airosamente escenas que en manos de otra persona pudieran haberse sentido de franco melodrama de tele abierta. No sucede lo mismo, sin embargo, con Jorge Rojas y Raúl Andrade, sus hijos en la puesta, que enfrentados con el monstruo de actriz que tienen enfrente empequeñecen y sacan vicios que se vuelven más obvios en los uno a uno con ella. Hay algo verde en esta familia donde no todos están entregados o al nivel del drama al que quiere llegar Chagolla.
Los visuales son una victoria, y el eterno símbolo del plato vacío es un puñal para una herida que permanece viva y abierta en este país. Variaciones Schrödinger se mete ahí donde es importante que no se nos olvide que México está lleno de familias incompletas, y en eso encuentra su mayor virtud. Baches aparte el contexto es meritorio y la dirección de Chagolla busca espacios para comunicar y provocar huyéndole a lo obvio y demasiado visto. La obra recién termina su segunda temporada en el Teatro Benito Juárez, y es una que estaremos pendientes para ver de regreso en cartelera.