La violencia nunca es la respuesta… pero podría ser la pregunta. O al menos la que nos cuestiona a nosotros y que viene desde adentro para acompañarnos en todo momento, nos guste o no. Ese es el caso de Violencia López, cuyos pesares, ansiedades, pérdidas y, sí violencias personales, toman forma humana y la rodean en un departamento sumergido en la miseria para invadirla continuamente con pensamientos nerviosos como tics.
El texto y propuesta de Valeria Loera y Diana Sedano podría pasar por fantasía Pixar, porque si entrecerramos los ojos, viene un poquito del mismo lugar que Inside Out; pero en realidad es más cercana a la ganadora del Tony de este año, A Strange Loop, porque lo que tiene que decirnos sobre la manera en la que la ansiedad nos carcome no es para cuento de hadas, pero un retrato de la tortuosa realidad que de pronto habita en nuestras cabezas y no es fácil acallar.
Al igual que el dramaturgo Michael R. Jackson, Loera externa la neurosis otorgándole forma humana para hacer pequeños y simpáticos personajes de pensamientos de pronto muy autodestructivos y dolorosos. Con los que inevitablemente vamos a reír a carcajadas, porque la ansiedad, la depresión, los mecanismos de defensa, como quieran llamarles, son tan humanos y relacionables, que es imposible no verse reflejado en una que otra de las crisis de Violencia López.
Violencia, cuyo nombre pareciera venir del cinismo y la condena, ha sido abandonada por su gran amor. Como a tantas antes que ella, la han cambiado por otro modelito, y ella no está encontrando la manera de superar la decepción. Así que pasa horas rumiando con sus propios pensamientos y metiendo la cabeza al agua del escusado, considerando el suicidio como una salida absolutamente válida. Más válida, de hecho, que deshacerse de las cosas que él ha dejado en el clóset.
El proceso de duelo no se lo facilita tampoco su familia. Su papá murió en su infancia, pero ella lo carga como fantasma que habita en su congelador, y su madre, cuya vida sexual y amorosa pareciera querer atropellar los sentimientos de insuficiencia de su hija, ha decidido que lo único que ella necesita es un muñeco inflable con una erección digna de saludo a la bandera que la satisfaga. Su hermana, invisible en la obra, pero presente en aquello que confronta al personaje es el punto de comparación tóxico de lo que ella asume como éxito o fracaso.
Rodeada de sus propias voces internas, una que sale del bote de basura, otra de la alacena, una más del baño, otra del clóset y la última de por debajo de la cama, cada una con un nervio específico que apretar, Violencia es incapaz de silenciar su propia neurosis, aunque de vez en cuando la puede controlar lo suficiente como para poner a todas sus voces a cantar los jingles que compone para vivir -o versiones de esos jingles sobre la decadencia de su vida. Lo que no ve venir es que sea la fantasía hecha galán español del muñeco inflable que le regaló su madre la que finalmente venga a salvarla de su insistente autoflagelación, que, a pesar de venir del mismo miembro fantasma que su difunto padre en el refri, se vuelve un salvavidas en un mar que busca acabar con su estima.
Valeria Loera crea un mundo dentro de un cuarto, y Diana Sedano dentro de un teatro. Personajes entrañables y una historia tan vieja como el tiempo, que habla de manera universal sobre el daño que nos hacemos nosotros mismos, las relaciones tóxicas, no sólo de pareja, pero también familiares, la ansiedad de separación, el duelo de una pérdida no relacionada con la muerte, pero pérdida de cualquier manera, la necesidad de cariño, de aceptación, de celebración, de sentirnos atractivos, incluso. La brutez del amor, la falta de comunicación entre madres e hijas, lo frágil de nuestra auto validación, y cómo todo aquello es puritita violencia en su máximo esplendor, pero no la reconocemos como tal, porque vive adentro y no afuera donde se vuelve moretón.
Enmarcado todo en un texto hilarante, que no busca el melodrama, pero la autocrítica desde la comedia. Que nos recuerda reírnos de nosotros mismos y de nuestros momentos humillantes y vergonzosos, que al final del día cobran más importancia en nuestras cabezas, que en el mundo real donde la vida sucede y avanza aún cuando nosotros pedimos que paren ese camión.
El elenco de ¡Violencia! es perfección. Un grupo de mujeres, todas rapadas de las patillas, que a manera de pequeños demonios arman su personalidad cimentada en una ansiedad específica, lidereadas por Mireya González, cuyo trabajo es sútil, pero bello, porque aunque no es ella la estridente en comparación con las actrices que juegan el papel de pensamientos, reacciona a todo y a todas, cargando con su propia lectura de la entera situación que uno puede ver perfectamente reflejada en cada gesto, mirada y movimiento. Mireya es Violencia y Violencia somos todos.
Pero son las demás: Ana Paola Loaiza, Dulce Mariel, María del Mar Náder, Gabriela Núñez, Cecilia Ramírez Romo, Mariana Villaseñor, y los tres hombres que las acompañan, José Covián, Óscar Serrano Cotán y Miguel Ángel López los que conjugan con ingenio y brutal simpatía este universo de agotamiento mental de forma ácida y más que cualquier otra cosa, inteligente. Por supuesto, enormemente disfrutable y un espejo como aquél de la reina de Blanca Nieves, pero éste suelta verdades incómodas.
Y es el repugnante, y uso este adjetivo como cumplido, diseño de escenografía, iluminación y vestuario el que se vuelve la cereza en el pastel del montaje. Porque lo entiende todo. Porque para salir del túnel uno se tiene que arrastrar primero por el lodo. Porque la miseria nos lleva al descuido. A olvidarnos de nosotros mismos, de la regadera, los pantalones con botones y los platos limpios. Y es la creatividad de Anabel Altamirano (escenografía), Melisa Varish (iluminación) y Gabriel Ancira (vestuario) la que hace del mundo de Violencia López uno que podemos reconocer como asquerosamente conocido, y temible en su capacidad de volvernos trapo sucio tirado en el piso.
¡Violencia! es un triunfo absoluto para la Compañía Nacional de Teatro. Una obra que evita pretenciones para aterrizar en lo común y comulgable, desde un lugar propositivo y franco hasta la risa de mano en la frente. Un trabajo de equipo sin eslabones débiles, donde todos están presentes en todo momento, y a pesar de ser grandotes en su construcción de personaje, son generosos con sus compañeros de escena. Cosa que también le debemos a Sedano, que además de crear este invernadero de hierba mala mental, fuera de ficción arma una compañía notoriamente amorosa y se compromete con el trabajo creativo de compañeras a veces relegadas a segundo término.
Violencia no es la respuesta, teatreros, pero en este caso la invitación, y una que nosotros les impulsamos a aceptar en Foro la Gruta.
¡Violencia! se presenta los martes a las 20:00pm en For la Gruta del Helénico.