Que bonita es Visitando al Sr Green.
Nuevamente Miguel Septién (director) se sale de la oscuridad y teatralidad por la que lo conocemos y entrega una pieza sumamente humana sobre las diferencias que nos separan, las conexiones que nos unen, las pérdidas que se pudieron haber evitado, y sí, la religión como factor de quiebre para el que se ha visto entre la espada y la pared con su fé por un lado y su realidad por el otro.
Visiting Mr. Green es una obra original de Jeff Baron, situada en los 90, que si somos muy honestos se siente profundamente niuyorkina. A pesar de resultar un poquito ajena a la realidad del mexicano, Septién consigue transportarnos a los barrios y edificios viejos de lower Manhattan, al mismo tiempo que relata una historia que para muches se sentirá absolutamente familiar.
Después de haber atropellado al Sr. Green, un anciano viudo en sus ochentaytantos, Ross, un hombre joven empresario, se ve obligado por un juez a visitar cada semana al Sr. Green como parte de un servicio de asistencia social.
Siendo un viejecillo con poca tolerancia a cualquier tipo de cambio en su rutina, el Sr. Green no recibe de brazos abiertos a Ross -quien insiste en alimentarlo (con comida kosher, claro) y limpiar su departamento- hasta que se entera que comparten algo en común: los dos pertenecen a la comunidad judía.
¿La gran diferencia? El Sr. Green es profundamente ortodoxo, y un inmigrante que escapó de la xenofobia en Rusia para situarse en Estados Unidos donde ha encontrado la manera por años de llevar a cabo su religión, pese a no sentirse completamente aceptado por el resto de la comunidad; mientras que Ross es un joven que, como muchos, entiende que hay una fuerza superior de amor por encima de él, pero que las reglas establecidas por su dogma son en muchos casos arcáicas y en otros tantos, incluso disruptivas.
Las primeras grandes diferencias que el Sr. Green y Ross encuentran entre ellos están basadas meramente en una brecha generacional. Mientras Ross no entiende del todo ciertas palabras en yiddish que para el Sr. Green son parte de su vocabulario del diario, el Sr. Green se pierde cuando le hablan de tarjetas de crédito y otro tipo de tecnologías del mundo moderno que lo dejaron atrás hace muchos años, lo que provoca inevitablemente momentos de comedia entre ambos que arrancan la relación de los dos de manera ligera y risible.
Hasta que el Sr. Green comienza a abrirse sobre su esposa. Una mujer que conoció en una fila para un baño comunal y que lo acompañó hasta el momento de su muerte, cuidándolo, manteniendo su casa limpia y cocinando para él. Y es hermosa la forma en la que se refiere a ella y su historia juntos, y la manera en la que trata de convencer a Ross de encontrar a una compañera de vida que lo pueda recibir con una sonrisa cada que llegue cansado del trabajo, en lugar de un departamento frío y vacío que grita soledad.
La cosa se complica cuando Ross confiesa su primer secreto y eventualmente descubre que el Sr. Green también tiene uno propio, y ambos están ligados con la forma en la que su judaísmo los ha llevado a exponerse a situaciones francamente medievales en las que el decidir actuar bajo las reglas de su religión, los ha volcado en contra de sus propios sentimientos, identidades y seres queridos. Y es ahí donde Visitando al Sr. Green pasa de ser la comedia ligera sobre el viejito cascarrabias, a una verdadera reflexión sobre la forma en la que hemos sido educados bajo ideologías escritas hace miles de años, que incluso hoy en día, insisten en poner en conflicto a hombres jóvenes y ancianos que pelean una batalla interior entre lo que se les ha inculcado como malo y pecaminoso, y lo que ellos viven día a día, que no pidieron, que no escogieron, pero que les es propio sin ningún tipo de villanía.
Resulta difícil entrar más de lleno al tema sin caer en spoilers, pero lo cierto es que la trama de Visitando al Sr Green se presta a que exista entre ambos personajes discusiones, debates, acuerdos y discursos que de pronto se hablan en nombre de mucha gente que desde las butacas puede entender perfectamente en donde están parados cualquiera de ellos. Y nadie necesita ser judío para entenderlo, porque lo que los tensa, los une y los separa es completamente universal. Y puedo asegurar que mucha gente lo ha vivido de manera personal o cercana, o ya de pérdida se lo ha cuestionado alguna vez en la vida.
Visitando al Sr Green te provoca salir del teatro preguntándote, ¿qué dejo yo que me identifiqué? ¿qué le permito yo a mi educación que responda por mí? ¿qué tan abierto estoy a cambiar y entender que el mundo se mueve y evoluciona?
Y claro que todo eso no se podría lograr sin grandes actuaciones, especialmente la del señorón Albert Lomnitz, que viniendo de otro proyecto con Miguel Septién, Ciudad Luminosa, cambia 180 grados lo que hace menos de un mes presentó en el mismo teatro, y se convierte verdaderamente en un octagenario judío, lleno de ademanes perfectamente reconocibles de la gente originaria de Europa del Este, sin caricatura, sin farsa. Un actor que estudió, que practicó y que interpreta con respeto a un hombre sumamente distinto a él, en todos sentidos, y cuya profesionalidad y maestría nuevamente sale a la luz de manera brillante.
Pero más allá de una caracterización perfecta, Lomnitz y José Ramón Berganza como Ross logran una complicidad sumamente tierna, que para el final es difícil que no te tenga sumamente conmovido, quizá incluso hasta las lágrimas, y te deje con una nota esperanzadora sobre la forma en la que el ser humano que escucha y empatiza, encuentra conexiones donde menos se las esperaba. Y estos dos actores encarnan la humanidad como nadie, especialmente en las escenas más cercanas al cierre del telón que son con toda honestidas una cosa muy bella y generosa por parte de Lomnitz, Berganza y Septién con su audiencia.
Lo dije en el primer enunciado. Que bonita es Visitando el Sr Green. Que oportuna en una época del año en la que tantos necesitamos un apapacho, el calorcito del cariño, el suspiro de un momento amoroso. Septién no tiene trucos en ésta, y lo más con lo que juega es con transiciones donde los cambios de vestuario son visibles para la audiencia, y una paleta de colores, especialmente para el personaje de Ross, absolutamente calida en tonos amarillos y terrosos que le dan suelo donde el Sr. Green ya perdió (a veces de manera literal) la capacidad de pararse firme, pero fuera de eso deja que el texto y su elenco entreguen la historia de forma íntima y minimalista, y no necesita más. Solita el Sr. Green dice muy claro, lo que una obra un poco más contemporánea suelta en una canción de manera sabia: «You change the world when you change your mind».
Visitando el Sr Green se presenta viernes, sábados y domingos en el Teatro Milán.