Con Comala, Comala la primera novela de Juan Rulfo, Pedro Páramo, es llevada al musical desde el minimalismo y la atención a los sonidos.
Ésta no es la primera vez que Pedro Páramo es llevada al teatro, de hecho ya se ha hecho en dos ocasiones anteriores, pero sí la primera que se le da un giro musical, bajo el formato de lectura dramatizada, y se presenta desnuda de elementos de producción y fuera de un teatro. Comala, Comala es una experiencia distinta pero no por ello una que capture en menor medida el realismo mágico de Juan Rulfo.
El público es citado a las 8pm a Lago Algo, un espacio de arte y cultura sobre el Lago de Chapultepec con vista a la enorme rueda de la fortuna de Parque Aztlán. Ahí, el lugar te recibe con un prisma de espejos y un pasillo que te lleva directo a una barra repleta de coctelería, comida y bebida para ir entrando en calor y ambiente.
Luego de esperar conglomerados en una salita, la audiencia es transportada por escaleras hasta una especie de terraza que se ha vestido de recoveco para poder recibir a Comala, Comala. Un par de mesas al centro, atriles, instrumentos musicales, todos iluminados por velas son el eje alrededor del cual orbitan sillas y sillones que de manera inmersiva colocan al público alrededor de la acción. Unos con mejor visibilidad que otros, tenemos que decirlo. Y es tanta la gente que acude, que más de uno simplemente permanece en pie.
Pablo Chemor aparece para sentarse al piano, y María Penella golpea un enorme gong para dar inicio al espectáculo teatral. En esta versión inspirada en Pedro Páramo, Juan Preciado ha llegado ante los actores de esta compañía en busca de su padre, y son ellos quienes a través de su relato y su música lo pueden transportar a Comala, no sin antes advertirle que si entra, ya no podrá salir. Que viajará a un pueblo fantasma y ahí morirá como todos.
Una vez aceptada la propuesta, los actores se dividen a los distintos personajes de la novela, conscientes de que todos tendrán que interpretar a más de uno, y para la tercera llamada estamos de viaje en ese pueblo post revolucionario donde un cacique llamado Pedro Páramo se volvió un tirano violento, y toda la gente que lo rodeaba tiene mucho que contarle al hijo que ha regresado a buscarlo por una promesa que le hizo a su madre, desde la tumba. Muertos con voces y recuerdos que van reconstruyendo a través de la memoria la magia y ruralidad de su Comala.
A través de las palabras del mismo Rulfo y una adaptación por parte de Conchi León en la dramaturgia, Pablo Chemor crea música que más que música es una recopilación de ambiente. Sonidos que se sienten profundamente mexicanos sin caer nunca en el regional turista que habla más de una visión extranjera de México, pero navegando un folclor que sumado a la balada y a las notas de un musical clásico crean un género propio que es memorable, cautivante y evocativo de rinconcitos mexicanos que conoces y fiestas con mezcal que duran días en los pueblos.
El musical, sin embargo, no está montado como tal (ni sabemos si en algún momento lo estará). Los actores, paraditos en su lugar y leyendo sus textos subrayados entregan las escenas sin mayor acto escénico. Elementos de vestuario, como chales y pañuelos ayudan a vestir a cada personaje para que podamos distinguir a quién están interpretando en cada ocasión, pero fuera de lo mínimo, no hay una aportación de iluminación, escenografía, trazo, transiciones o dirección. Comala, Comala mantiene una sensación de «a medio crear» que le da un toque íntimo, como si estuviéramos escuchando el relato en la sala de casa de un amigo, pero al mismo tiempo urge con comezón a que esto pueda tener una fase dos que permita a la creatividad verdaderamente volar.
La música de Pablo Chemor es la estrella del show, y junto con la voz impresionante de María Penella, y sus diversos papeles que actuados son también una absoluta belleza entregan una experiencia… experimento muy especial. Uno en el que no son sólo canciones las que otorgan ambiente y narrativa al cuento de Pedro Páramo, pero los mismos instrumentos usados como score, como foleys, los que evocan un lugar que dentro de Lago Algo en lo que pareciera casi una cueva se puede respirar, en efecto, un pueblito fantasma.
Sin intermedio y con una duración de 80 minutos, la velada termina como empezó, con este involucramiento de la audiencia que está básicamente encima de la acción para despedir al elenco que sale hacia un cuarto lateral, mientras el público vuelve a bajar las escaleras y de vuelta hacia las varias rutas del bosque de Chapultepec que se encuentran como laberitnos atrás del venio y que a ésa hora bien podrían ser los parajes por los que cabalga sin descansar el caballo de Miguel Páramo. Hay algo que se queda contigo de la historia al salir sin toparte inmediatamente con urbanismo.
Comala, Comala, como las voces de los muertos en Pedro Páramo, apareció de manera momentánea, al menos por ahora. Nos permitió respirar un aire de potencial cargado de ¿qué vendrá? Un elenco entregado y versátil e instrumentos que da gusto escuchar en la escena musical de un país que suele replicar lo visto y oído en Estados Unidos, Inglaterra o España. Comala, Comala es un aire de frescura que viene a demostrar que sí se puede hacer teatro musical desde lo mexicano y rompiendo las convenciones que otros han impuesto antes. Cierto que como lectura dramatizada sigue sin estar en su punto, pero dejas las bases asentadas para hacer de este estudio teatral uno que pudiera llegar a redefinir la creación original musical en México para lo que siga.
Comala, Comala se presentó sólo por unas cuantas contadas funciones en Lago Algo, tres o cuatro días solamente como una probadita, un primer sorbo, y con suerte, y de este lado ya estamos cruzando los dedos, volverá, para que mucha más gente puede sumergirse en un mundo de novela desde un espacio que no es propiamente un teatro pero que le abre las puertas al performance, y a una visión muy particular de los lugares a los que se puede mover una obra musical.