De los estrenos de invierno de Broadway, el que se lleva la corona de lo máximo es Kimberly Akimbo del creador de Shrek The Musical.
La locura que estamos por contarte, no se acerca ni remotamente a la bella y divertidísima experiencia que es ver Kimberly Akimbo en el Booth Theatre de Broadway.
Escrito por David Lindsay-Avaire, quien curiosamente no es especialmente famoso por sus comedias, sino por sus dramas, como el de lágrima intensa, Rabbit Hole (La Madriguera), o la crítica de clases Good People (Buenas Personas), KImberly Akimbo nació en 2001 no como musical, pero como obra de texto, y en 2003 tuvo una exitosa corrida Off-Broadway con actores como John Gallagher Jr (Spring Awakening) y Ana Gasteyer (SNL).
No fue sino hasta 10 años después, en 2021 que Lindsay-Avaire decidió transformarlo en musical en colaboración con Jeanini Tesori, exitosisíma compositora de musicales como Thoroughly Modern Millie, Shrek y Fun Home, y lo llevó Off-Broadway por meros dos meses donde rápidamente se volvió favorito de fans y críticos, cuya obvio conclusión fue un traslado a Broadway que sucedió este mismo año, apenas en noviembre, donde ha encontrado una casa que lo recibió con brazos abiertos.
¿Y cómo no iba a ser así si es una de las obras con más corazón, calidez y humor del bonito que puedes encontrar en Nueva York?
Kimberly tiene una condición rarísima que ni Benjamin Bottom lograría entender. Su cuerpo envejece cuatro veces más rápido que el de una persona normal, de modo que en su adolescencia tiene toda la apariencia física de una mujer en sus 70’s. Y eso no es lo peor, de acuerdo a la ciencia y la historia, pocas personas con su condición logran vivir más de 16 años y Kimberly está precisamente por cumplirlos.
Con esa premisa, Kimberly Akimbo podría sonar a dramón médico, pero no lo es. La realidad es que Kim tiene muy aceptada su condición; no tanto así sus padres que con mucha menos madurez emocional que ella, están esperando a su segundo bebé, aterrados por la posibilidad de que nazca con el mismo padecimiento de Kimberly. Buddy, su papá tiene un problema con la botella y con comportarse como un adulto responsable, y Pattie su mamá es fría y narcisista, de esas personas que juran que todo mundo está contra ellos y se niegan a tomar responsabilidad por sus actos.
A la bonita familia además se suma Debra (personajazo), la tía semi delincuente que siempre está en busca de dinero fácil -cosa que no siempre le ha salido bien, de hecho a provocado una que otra tragedia- y fuera del círculo cercano de Kim se encuentran sus compañeritos de escuela: Seth, el niño raro del salón obsesionado con los anagramas y de actitud eternamente llevadera, que está muy dispuesto a besar a Kimberly en caso de que ella quiera experimentar tantito, y es adorable. Y el club del amor no correspondido, cuatro estudiantes, dos gays, dos heterosexuales, que están enamorados todos del que jamás los va a pelar por mera orientación sexual.
Ah, todo esto en la década de los 90 en Nueva Jersey.
La cosa con este grupo de bizarros es que no hay uno sólo de ellos que no sea un weirdo encantador. Empezando por la misma Kimberly que le escribe a Make A Wish para pedirles que le construyan una casa de árbol cuando ni árbol tiene en su casa, y que sólo quiere ver a su familia unida y feliz, y patinar en hielo de vez en cuando; y terminando con la tía Debra que con la promesa de conseguirle dinero a Kim para que haga un viaje inolvidable con sus padres, convoca a varios estudiantes de 16 a hacerle fraude al banco local.
Aunque en opinión de este espectador, el mejor personaje (y de paso actor) es Seth (Justin Cooley) que ve la vida a través de un filtro de absoluto fluir, de pronto ingenua y bobamente, y cuyas interacciones con cualquier otro personaje del musical son de franca carcajada, incluso cuando reacciona sólo con gestos y miradas.
Es precisamente Seth, el que en un intento de jugar a usar el nombre de Kimberly en un anagrama, acaba llegando a la palabra «akimbo» para renombrarla. «Akimbo» que está considerada como la palabra más rara de todo el idioma inglés, y tal vez la menos utilizada. Es una palabra para describir la posición de los brazos cuando los doblamos para formar una especie de corchete con ellos, como cuando ponemos las manos en nuestra cintura. Y «akimbo», aunque en realidad en el musical no se usa mucha, termina por ser absolutamente descriptiva del texto de David Lindsay-Avaire. Rara de una manera inesperada, inusual en todo sentido, chueca de principio a fin, y sin embargo preciosa de escuchar, y un tesorito a ser guardado para no usar demasiado, solo en ocasiones perfectas y especiales.
Con un cast de 9 personas, Kimberly Akimbo está lejos de ser de lo más espectacular en Broadway, pero lo que tiene de chiquito, le sobra a cántaros en humano, en nostálgico y bello. Y no por ello pierde ningún tipo de impacto teatral. El cierre del primer acto lo da la compañía patinando en hielo… sobre piso liso, cosa que aún no logro entender cómo sucede; y las canciones que no juegan en absoluto al gran número musical o coreográfico, se prestan mucho más a momentos solistas preciosos, comedia inteligente y coros armónicos sencillos pero precisos en la cantidad necesaria. No es un musical que se desborda por ningún lado, no busca ningún tipo de pretención, y se sostiene en las actuaciones de su elenco, empezando por la de Victoria Clark, a quien todo el tiempo se le ve como una adolescente de 16 sobre ese escenario, tanto que en algún momento se te olvida que es décadas mayor que el resto de sus compañeros.
Off-Broadway, Kimberly Akimbo ya se llevó el Drama Desk, el Lucille Lortel y el Outer Ciritics Circle Award a Mejor Musical del año. Y merecidísimo lo tiene. De modo que no nos sorprendería ni tantito que el próximo junio los Tony decidan reconocerla con el mismo trofeo con el que ya barrió en todos lados. Y qué hermoso sería que frente a otros que este año se van a recargar en lentejuela y líneas de tap (te estamos viendo a ti, Some Like It Hot) sea Kimberly Akimbo con sus tres cambios escenográficos y una canción dedicada a cómo lavar cheques la que acabe demostrando, una vez más, que los musicales contenidos de mediano formato, tienen tanto o más que decir en el teatro de Broadway como las Wicked donde vemos brujas volar.