Si ya fuiste a ver Vaselina sabrás que de las cosas más impresionantes es su monstruosa escenografía, platicamos con su creador, Carlos Navarrete, para que nos contará cómo fue que se le ocurrió.
Una de las cosas más importantes que deben saber sobre Carlos Navarrete Patiño es que no vive en México, sino en Montreal, lo que significa que toooodo el trabajo de creación y montaje de la escenografía de Vaselina lo hizo de lejos, comunicándose con Rafa Maza y el equipo de Morris básicamente por Skype.
Por si eso no fuera suficiente reto, Carlos en realidad no es escenógrafo y jamás había trabajado para teatro musical. Él se describe como Diseñador de Producción y está acostumbrado a trabajar con elementos aún más grandes que los vemos en el Teatro San Rafael y muchas veces al aire libre, montando espectáculos como el Desfile de Muertos del Zócalo, shows de Cirque du Soleil o del SuperBowl y hasta la residencia de Cher en Las Vegas.
«Morris me dice que me quedó chico el teatro, se burla de mí por eso, y sí- yo estoy acostumbrado a hacer cosas grandes en estadios y lugares públicos entonces encerrar todo para mí fue difícil», nos dice.
Todo el que ha ido a Vaselina, que para estas alturas esperamos que ya hayan podido ser muchos, sabe que la escenografía consiste en una gigantesca pared de radios retro, que se mueven y transforman conforme la obra lo necesita, y un letrero neón enorme que cuelga del centro con la palabra «Vaselina» que va cambiando de color según el mood del musical. Es probablemente una de las escenografías más vistosas y memorables que nos ha tocado ver en teatro en México, ahí junto a la de Wicked y Miserables.
Todo comenzó con una junta por Skype y unas carpetas de imágenes. Rafa Maza y Carlos se compartieron una serie de referencias de elementos que a ellos les gustaban de las décadas 50 y 60. «Entonces era una carpeta infinita de imágenes tanto de él como mías y de lo que nos dimos cuenta es que ambas carpetas tenían una serie de similitudes sobre todo en cuanto a paredes o colecciones de radios antiguos. Y ahí fue cuando dije, ¿y si hacemos radios?» nos cuenta Carlos Navarrete por teléfono desde Canadá.
«Al estilo Broadway no queríamos ser literales en la escenografía. Queríamos dos o tres elementos que pudieran dar la clásica imagen de los 50 en forma, figura y color: Uno era la forma arquitectónica de los dinners cincuenteros, esas curvas largas y las marquesinas iluminadas de león y la segunda son los radios. Se convirtió en alejarnos del Vaselina clásico al que México está acostumbrado y lo que hicimos fue crear piernas, telones y todo a partir de estos radios».
Cuando la gente entra al teatro, lo primero que ve es a un Ricky Rockero (en manos de Mario Sepúlveda o Efrain Berry) trepado en medio de todos esos radios, en una cabina rectangular que de algún modo se forma entre ellos y contestando las preguntas del público que literal le hace llamadas desde el auditorio al borde del escenario. Es la primera vez que vemos lo que estos radios tienen preparado para nosotros, y ya después, para cuando el Ángel aparece colgado sobre uno de ellos para cantar «Vuelve a la escuela» es clarísimo que esta pared tiene vida propia.
«Son aproximadamente 350 radios de la época que se iluminan, que rotan, que se convierten en espejos, que se convierten en cajas, que vuelan, que se traslada, suben, bajan, ésos son el esqueleto de la escenografía y luego hay un elemento central que se convierte en muchas cosas. Lo que yo le llamo el arco de orquesta», nos dice refiriéndose a ese espacio que ocupa la orquesta de la manera más visible, casi pegando con el techo del escenario. «no la quisimos poner abajo en el foso, ellos se suben a cuatro metros sobre el escenario y entonces abajo se crea un espacio que durante toda la obra se va transformando en diferentes elementos: la escuela, la casa de Licha, el autocinema, el dinner, todo dentro de esta gran caja».
En algún punto Carlos nos confiesa que subir a los músicos a esa altura le preocupaba porque pudieran llegar a padecer de vértigo. Pero, hey, todo sea por el arte.
El obstáculo más grande, sin embargo, sí fue el mismo teatro, el San Rafael, al que no podemos llamar precisamente moderno y que no estaba del todo equipado para la enorme cantidad de ideas que fluían de la cabeza de Carlos.
«La gente no sabe pero Vaselina es uno de los musicales más difíciles de hacer porque cada escena es en un lugar diferente, aquí lo que quisimos hacer fue que cada transformación de escenario la veas, no lo dejamos a la imaginación», explica. «Pero el San Rafael es un gran viejo. Es como trabajar con un abuelo. No estaba hecho para este tipo de maniobras. Ha sido un gran rompecabezas. Los stage managers me odian porque tienen que hacer que todas las piezas jueguen y milimétricamente puedan salir y entrar. No tenemos mucho espacio. Todo metro cuadrado detrás de bambalinas está utilizado».
Y cierra: «Pero son las transformaciones que se merece la obra, que se merece el público para ver una nueva propuesta y los actores para hacer el mejor trabajo».
Puedes leer nuestro review de Vaselina aquí para que te entren más ganas de verla.